
“Los cachorros”
, publicada originalmente en 1967 con el título de “Pichula Cuellar”, es un
relato que tiene que ver con la línea temática inaugurada en “Los jefes” y
profundizada en “La ciudad y los perros”.
El fracaso y la frustración son exaltados como esencialmente
conformadores de las condiciones en la que se desenvuelve la sociedad
peruana. Este relato pertenece a la
pluma de Mario Vargas Llosa, novelista, nacido en Arequipa en 1936. El tema de “Los Cachorro” se centra en el
colegio Champagnat de Miraflores. El
hermano Leoncio comunicó a los alumnos del tercero “A”, que un nuevo alumno
formaría parte del salón. Su apellido
era Cuellar y llegó una mañana a la hora de la formación. El hermano Lucio lo puso a la cabeza de la
fila porque era más pequeño que el alumno rojas, que antes de la llegada de
Cuellar, encabezaba la fila. Choto,
Mañuco, Chingolo y Lalo, congeniaron rápidamente con él. Cuellar había vivido en San Antonio, pero
ahora vivía en mariscal Castilla, cerca del cine Colina. Cuellar rápidamente dio muestras de ser un
alumno muy estudioso, recibiendo por ello las felicitaciones de los hermanos
del colegio. Las clases de la primaria
finalizaban a las cuatro, y a las cuatro y diez, el Hermano Lucio ordenaba
romper filas y a las cuatro y cuarto ellos estaban en la cancha de fútbol. Cera a la cancha se oían los ladridos de un
gran perro danés llamado “Judas”. Choto
decía que Cuellar por “chancar” mucho, descuidaba el deporte. Pero Cuellar que era terco y se moría por
jugar en el equipo se entrenò tanto en el verano que al año siguiente se ganó
el puesto de interior izquierdo en la selección de clase. Se había pasado los
tres meses de vacaciones sin ir a las matinés ni a las playas, sólo viendo y
jugando fútbol mañana y tarde. En Julio
para el campeonato interaños, el hermano Agustín autorizó al equipo de Cuarto
“A”, a entrenarse dos veces por semana, los lunes y los viernes, a lahora de
dibujo y música. Cuellar se metìa a la
ducha después de los entrenamientos.
Cierto día en que Lalo y Cuellar se estaban duchando, aparecion
“Judas”. Choto, Chingolo y Mañuco,
saltaron por las ventanas. Lalo logró
cerrar las puertas de la ducha en el preciso instante en que “Judas” metía el
hocico. Después de un instante se oyó
los ladridos de “Judas” y los llantos de Cuellar; luego el vozarrón del hermano
Lucio y las lisuras del hermano Leoncio.
Cuellar, que había sido atacado por el perro, era llevado en la
camioneta de la Dirección por los hermanos Agustín y Leoncio. Los muchachos fueron a visitarlo a la
“Clínica Americana”, y vieron que no tenía nada en la cara ni en las
manos. El malvado de “Judas” lo había
mordido en la “pichulita”. Cuellar
volvió al colegio después de Fiestas Patrias; más deportista que nunca, Por el
contrario su rendimiento bajó considerablemente. Los hermanos lo mimaban al igual que sus
padres. Le ponían buenas calificaciones,
aun cuando, la mayoría de las veces, no sabía nada. No mucho después del accidente comenzaron a
decirle “pichulita”; el apodo se lo puso un alumno de apellido Gumucio y se
esparció como reguero de pólvora por todo el colegio. El apodo se le pegó como una estampilla;
salió también a las calles y poquito a poco fue corriendo por los barrios de
Miraflores y nunca más pudo sacárselo de encima. Cuando llegó a la secundaria ya se había
acostumbrado al apodo. Cuando estaban en
tercero de media los chicos habían desarrollado físicamente. El primero en tener enamorada fue Lalo, quien
se le declaró a Chabuca Molina y Mañuco a Pusy Lañas. En quinto de media Chingolo le cayó a Bebe
Romero y le dijo que no a Tula Ramírez y ésta también lo rechazó. Tuvo suerte con la China Saldívar que sí lo
aceptó. El único que no tenía enamorada
de todo el grupo era Cuellar. Los chicos
los animaban, pero Cuellar sólo se dedicaba a hacer locuras como beber en
exceso, comer como un loco en su auto.
Cuando Chingolo y Mañuco estaban ya en Primero de Ingeniería, Lalo en
Pre-Médicas y Choto comenzaba a trabajar en la “Casa Wiese” y Chabuca ya no era
enamorada de Lalo sino de Chingolo, y la china Saldívar ya no de Chingolo sino
de Lalo, llegó a Miraflores Teresita Arrarte.
Cuando Cuellar la vio cambió su comportamiento, dejó de hacer
locuras. Cuellar estaba enamoradísimo de
Teresita Arrarte pero no se animaba a declarársele. Dilato tanto la declaración de amor, que un
día llegó a Miraflores un muchacho de San Isidro que estudiaba Arquitectura,
tenía un Pontiac y era nadador: Cachito Arnillas, Cachito le cayó a Teresita
después de un tiempo y ésta le dijo que sí.
Entonces Cuellar volvió a sus andadas.
Tomaba más que antes, en “El Chasqui”, entre timberos, dados, ceniceros
repletos de puchos y botellas de cerveza helada, y remataba las noches viendo
un show, en cabarets de mala muerte: en el “Nacional” el “Pingüino”, el
“Olímpico”, y el “Turbillón”; o, si estaba sin plata en antros de lo peor,
donde podía dejar en prenda su pluma Parker, su reloj Omega o su esclava de
oro. Cuando Lalo se casó con Chabuca, el
mismo año que Mañuco y Chingolo se recibían de ingenieros, Cuéllar ya había
tenido varios accidentes y su Volvo andaba siempre abollado, despintado, las
lunas rajadas. Su carro andaba siempre
repleto de rocanroleros cuyas edades oscilaban entre trece y quince años y, los
domingos se aparecía en el “Waykiki” corriendo tabla hawaiana. Cierto día hizo una apuesta con Quique
Ganoza, una carrera al amanecer, desde la plaza San Martín hasta el Parque
Salazar, éste por la buena pista, Pichulita contra el tráfico. Os patrulleros lo persiguieron desde Javier
Prado, sólo lo alcanzaron den Dos de Mayo.
Estuvo un día en la comisaría. Y
lo que tenía que suceder, sucedió yendo al norte, en las traicioneras curvas de
Pasamayo. Y así terminó la vida de
Pichulita Cuéllar, un final que él se lo buscó,. Como hemos visto el asunto del relato es la
emasculación de Cuéllar, que pierde el miembro viril en la ducha del gimnasio
en el colegio al que asiste. Es decir,
el lento desarrollo de su vida a partir de la mutilación, los conflictos que
acarrea una transformación inesperada e inevitable / La tensión del relato
deriva del intento del muchacho – cómico, patético, ridículo- de seguir
integrado en el mismo grupo de amigos y compañeros, pero con una capacidad
vital distinta Y es su situación existencial crítica la que se novela; el
castrado pierde su vigor físico primero, y el moral después, cuando advierte
lentamente su cambio en otro, al asistir extrañamente al descubrimiento de su
imposibilidad. Dentro de la historia de
Cuéllar y la de los “cachorros”, el drama del primero no despierta sino una
compasión dudosa. Los “cachorros” crecen
al amparo del código habitual de las novelas de Vargas Llosa: la hombría, como superficie alienante que
consagra un modelo que no admite disensiones, es el rígido sostén de los
diferentes grupos sociales, el aglutinante de los comportamientos, el
catalizador que, asegura la reducción del sistema. Por otra parte, es necesario indicar que la
acción del pero no es la única causa del deterioro de Cuéllar: “si bien es el autor material de la
emasculación, el grupo impide su nueva instalación en el medio social, acorde
con su transformación” (“Historia de la literatura latinoamericana”; No.
8). Impulsándolo a salvar las
apariencias, lo sume en un juego grotesco y aniquilador. Cuéllar debe hacer como una práctica lo que
le está vedado. Debe comportarse de
acuerdo con su antigua imagen de alumno estudioso y buen deportista, actuar en
todo momento con la naturalidad de los no castrados frente al otro sexo.
LITERATURA LATINOAMERICANA
CIEN AÑOS DE SOLEDAD

Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había
de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el
hielo. Macondo era entonces una aldea de
veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas
diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes
como huevos prehistóricos”. Así se
inicia “Cien años de soledad”, aquella genial novela del escritor colombiano
Gabriel García Márquez, nació en Aracataca el 6 de Marzo de 1928, y que fuera
laureado con el Premio Nobel de Literatura 1982, convirtiéndose así en el
cuarto escritor latinoamericano ganador del Nobel y, el octavo de habla hispana
(cabe anotar que en 1989, el premio correspondió al escritor español Camilo
José Cela, así como el correspondiente a 1990 le fue otorgado al poeta mejicano
Octavio Paz). Ya desde el primer capítulo se va perfilando Macondo. Cómo es el pueblo, cómo son sus habitantes,
qué es lo que hacen. Macondo aparece a
través de unos personajes concretos, los de la familia Buendía. Las dos historias, la de Macondo y la de la
familia Buendía, se van intercalando, mezclando. Todos los años, por el mes de Marzo, una
familia de gitanos llega a Macondo encabezados por un gitano corpulento llamado
Melquíades. Estos traían las
innovaciones ya asimiladas y consideradas como algo común en el exterior, pero
desconocidas por los habitantes de Macondo.
Entre ellas un imán gigantesco, que arrastrado de casa en casa por
Melquíades, atraía los calderos, las pailas y todos los objetos metálicos de
los alrededores. Catalejos, lupas y toda
una serie de objetos son adquiridos por José Arcadio Buendía, el fundador de
Macondo, quien pasó largos meses de lluvia encerrado en un cuartito sumergido en
sus experimentos. Cierto día comunicó a
su mujer. Úrsula Iguarán, y a sus tres
hijos, su gran descubrimiento. “La tierra es redonda como una naranja”. Su mujer perdió la paciencia y le dijo que si
quería volverse loco, lo hiciera solo.
Úrsula atribuía las excentricidades de su marido a la influencia que los
gitanos ejercían sobre él; pero por más que predisponía a la población en
contra de ellos, la curiosidad podía más que el temor. En los primeros tiempos José Arcadio Buendía
era social, extrovertido y llevaba una vida práctica; sin embargo después de
entrar en contacto con todas las aportaciones del gitano Melquíades se volvió
introvertido y vivía encerrado, entregado a su fantasía. En pocos años, Macondo fue una aldea más
ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300
habitantes, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había
muerto. Una tarde de marzo llegaron los
gitanos y José Arcadio se apresuró a darles el encuentro. La noticia de que Melquiades había muerto lo
afligió tremendamente. Esta vez los
gitanos trajeron en un baúl un inmenso hielo; José Arcadio Buendía lo denominó
“El gran invento de nuestro tiempo”.
José Arcadio y Úrsula Iguarán eran primos entre sí, por lo cual, ella,
influenciada por su madre, no quiso tener relaciones sexuales con su marido por
temor a que sus hijos nacieran con cola de cerdo. Un gallero llamado Prudencio Aguilar, furioso
porque José Arcadio lo venció en una apuesta, le dijo: “A ver si por fin ese
gallo le hace el favor a tu mujer”. José
Arcadio le atravesó la garganta con la lanza de su abuelo, esa noche pudo
poseer a su mujer después de un año de casados.
Las reiteradas apariciones del muerto determinaron que José Arcadio,
acompañado de varios amigos, abandonara Riohacha en busca de nuevas
tierras. Después de casi dos años de
travesía llegaron junto a un río donde acamparon. Esa noche, José Arcadio soñó que en aquel
lugar se levantaba una ciudad con casas de paredes de espejo. Preguntó cómo se llamaba la ciudad y le
dijeron: Macondo. Al día siguiente, él y
sus amigos fundaron en aquel lugar la aldea.
El primer ser humano que nació en macondo fue Aureliano; su hermano José
Arcadio había nacido en el trayecto que hicieron desde Ríohacha. José Arcadio, el primer hijo de los Buendía,
se enreda con Pilar Ternera, una deslenguada mujer que adivinaba el provenir a
través de las cartas, a la cual embarazó.
Un jueves de enero nació Amarante, quien permanecería soltera a lo largo
de su vida, estando a punto en más de una ocasión de tener relaciones sexuales
con su sobrino Aureliano José. El último
hijo de José Arcadio y Úrsula para satisfacción de ellos nació sin cola de
cerdo. Otro año cuando llegaron los gitanos, José Arcadio hijo, se amarró un
trapo rojo en la cabeza y se fue con los gitanos. Úrsula ante la indiferencia de su marido por
la noticia, partió en busca de su hijo. Volvió después de cinco meses
acompañada de hombres y mujeres como ellos, que venían del otro lado de la
ciénaga, donde había pueblos que recibían el corre3o todos los meses y conocían
las máquinas de bienestar. Úrsula no
había alcanzado a los gitanos, pero encontró la ruta que su marido no pudo
descubrir en su frustrada búsqueda de los grandes inventos. El hijo de Pilar Ternera fue llevado a casa
de sus abuelos a las dos semanas de nacido.
Aunque recibió el nombre de José Arcadio, terminaron por llamarlo
simplemente Arcadio para evitar confusiones.
Las gentes que llegaron con Úrsula convirtieron Macondo en un pueblo
activo, con una ruta de comercio permanente por donde llegaron los árabes, como
don Jacob, que puso un hotel. Un domingo,
una niña llamada Rebeca, quien portaba un talego de lona que hacía un
permanente ruido de cloc, cloc, cloc, donde llevaba los huesos de sus padres,
Nicanor Ulloa y Rebeca Montiel, se presentó encasa de los Buendía. La niña según decía la carta que portaba, era
huérfana y prima de Úrsula en segundo grado.
La niña se quedó, y, como en aquel tiempo no había cementerio en
Macondo, pues, hasta entonces no había muerto nadie, conservaron el talego con
los huesos en espera de que hubiera un lugar digno para sepultarlos. Rebeca, que sólo gustaba comer la tierra
húmeda del patio y las tortas de cal que arrancaba de las paredes con las uña, trajo consigo la peste del insomnio. Visitación, una india guajira que llegó a
Macondo huyendo de esa peste, fue quien reconoció los síntomas de tan extraña
enfermedad. Cature, hermano de
Visitación, que ayudaba a su hermana en los oficios domésticos en la casa de
los Buendía, se marchó de Macondo por temor a contraer la peste y no volvería
hasta el día en que murió José Arcadio Buendía.
Al principio nadie se alarmó. Al
contrario, se alegraron de no dormir, porque entonces había tanto que hacer en
Macondo que el tiempo apenas alcanzaba.
Trabajaron tanto, que pronto no tuvieron anda más que hacer. Fue al poco tiempo que se manifestó la
característica más crítica de la enfermedad:
el olvido. José Arcadio Buendía,
con un hisopo entintado, marcó cada cosa con su nombre para poder reconocerla;
poco después hubo que colocar inclusive la utilidad de cada cosa: Un día
apareció Melquíades, que había regresado de la muerte porque no pudo soportar
la soledad, y había decidido refugiarse en aquel rincón del mundo todavía no
descubierto por la muerte. El gitano dio
a beber a José Arcadio una sustancia extraña y la luz se hizo en su
memoria. Gracias a Francisco el Hombre,
anciano trotamundos de casi doscientos años, que pasaba con frecuencia por
Macono, divulgando las canciones compuestas por él mismo, en las que revelaba
noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario. Úrsula pudo enterarse de la muerte de su
madre, pero no tuvo noticas de José Arcadio, el que se fue con los gitanos. Francisco el Hombre desapareció de Macondo
durante la peste del insomnio y una noche reapareció sin ningún anuncio en la
tienda de Catarino, un afeminado con cuyo negocio se reunían las
prostitutas. Como la familia Buendía,
fue creciendo, Úrsula sacó el dinero acumulado en su negocio de caramelos y
pan, y lo invirtió en hacer más espaciosa la casa. Ellos querían pintar la casa de lanco, pero
les llegó una notificación de Apolinar Moscote, el corregidor que el gobierno
había mandado a Macondo, en la que se obligaba a todos los habitantes de la
aldea pintar la fachada de azul. Al
final se impuso la palabra de José Arcadio Buendía. La casa nueva fue estrenada con un
baile. El principal motivo de la
ampliación fue el deseo de Úrsula de procurar a las ya adolescentes Rebeca y
Amaranta, un lugar digno donde recibir las visitas. Encargó una pianola, lo cual asombró a los
habitantes de Macondo, y el encargado de armarla y afinarla fue Pietro Crespi,
un joven rubio que fue enviado por la casa exportadora. Enseñó a Rebeca y Amaranta a bailar, bajo la
escrutadora mirada de Úrsula: “no tienes por qué preocuparte tanto”, “este
hombre es marica”, le decía José Arcadio a su mujer. Se quedó a vivir en Macondo donde instaló un
almacén de instrumentos musicales y juguetes de cuerda, que era atendido por
Bruno, su hermano menor. Pronto Amaranta
y Rebeca se enamoraron del italiano, quien corresponde a la segunda, provocando
la rabia de Amaranta. El recuerdo de la
pequeña Remedios, hija de Apolinar Moscote, despierta una loca pasión en
Aureliano, quien en compañía de sus amigos, Magnífico Bisbal y Gerineldo
Márquez, la buscaba con mirada ansiosa pero sólo veía a las hermanas
mayores. Una noche como para apaciguar
en algo el hervor de su sangre, Aureliano visita a Pilar Ternera; al año
nacería el fruto de aquella fugaz noche.
Fue llevado a casa de los Buendía y bautizado en ceremonia íntima con el
nombre de Aureliano José. Cuando José
Arcadio Buendía fue a pedir la mano de Remedios, quien aún tenía nueve años,
don Apolinar Moscote dijo consternado.
“Tenemos seis hijas más, todas solteras y en edad de merecer, que
estarían encantadas de ser esposas dignísimas de caballeros serios y
trabajadores como su hijo, y Aurelito pone sus ojos precisamente en la única
que todavía se orina en la cama” (“Cien años de soledad”, Gabriel García
Márquez. Editorial La Oveja Negra, 1967;
pág. 73). Aureliano estaba dispuesto a
esperar que la niña cumpliese once años y pudiera concebir. La armonía de Macondo sólo fue interrumpida
por la definitiva muerte de Melquiades.
Fue el primer entierro y el más concurrido que se vio en el pueblo. Lo sepultaron en el centro del terreno que
destinaron para el cementerio, con una lápida donde quedó escrito lo único que
se supo de él MELQUIADES. Cuando se
acordó que Rebeca se casaría con Pietro Crespi, Amaranta le susurró al oído:
“No te hagas ilusiones, aunque me lleven al fin del mundo encontraré la manera
de impedir que te cases, así tenga que matarte” (Edic. cit; Ibídem, pág.
77). Cierto día José Arcadio Buendía, el
patriarca, comenzó a destrozar todos los muebles que tenía ante sus ojos. Había enloquecido. Se necesitaron diez hombres para tumbarlo,
catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del patio donde
lo dejaron atado, halando una en gua extraña.
Aureliano Buendía y Remedios Moscote se casaron un domingo de
marzo. Por acuerdo de Úrsula, el
matrimonio de Rebeca y Pietro Crespi debía celebrarse en la misma fecha, ero Pietro recibió una carta
con el anuncio de la muerte inminente de su madre. La noticia era falsa, nunca se averiguó quién
escribió la carta. La boda de Aureliano
y Remedios fue realizada por Nicanor Reyna, el primer cura de Macondo, que
vanamente trató de cristianizar a circuncisos y gentiles, legalizar
concubinarios y sacramentar moribundos, en aquel pueblo que prosperaba en el
escándalo, sin bautizar a los hijos ni santificar las fiestas. Una semana antes de la nueva fecha fijada
para la boda de Rebeca, la pequeña Remedios despertó a medianoche empapada en
un caldo caliente que explotó en sus entrañas, y murió tres días después
envenenada por su propia sangre con un par de gemelos atravesados en el
vientre. Amaranta se hizo cargo de
Aureliano José. Lo adoptó como un hijo
que había de compartir su soledad, y aliviarla del láudano involuntario que
echaron sus súplicas desatinadas en el café de Remedios Moscote. Rebeca, completamente desmoralizada por el
nuevo aplazamiento de su boda, volvió a comer tierra. Al poco tiempo de la muerte de Remedios,
regresó a Macondo José Arcadio. Úrsula
no podía concebir que el muchacho que se llevaron los gitanos fuera el mismo
que se comía medio lechón en el almuerzo y cuyas ventosidades marchitaban las
flores. Cuando José Arcadio conoció a Rebeca la despojó de su virginidad. Tres días después se casaron bajo la
bendición del padre Nicanor, quien reveló a los presentes que José Arcadio y
Rebeca no eran hermanos. Úrsula no
perdono nunca lo que consideró una falta de respeto y los botó de su casa. Pietro Crespi, desconsolado, comenzó a
frecuentar a Amaranta. Mucho tiempo después
el italiano le pidió que se casara con él.
Pietro jamás imaginó que ella le diría: “No sea ingenuo, Crespi, ni
muerta me casaré contigo”. El dos de
noviembre, día de todos los muertos, Bruno Crespi encontró a su hermano en el
escritorio de la trastienda con las muñecas cortadas a navaja. Úrsula lo veló en su casa y lo enterró junto
a la tumba de Melquíades. De las largas
charlas que sostenía con sus suegros, Aureliano Buendía se enteró que la
situación política del país se hallaba convulsionada. Apolinar Moscote era conservador y por lo
tanto era enemigo acérrimo de los liberales. Aureliano no entendía nada de
política, pero cuando llegaron las elecciones y vio cómo su suegro hacía trampa
en la contabilidad de los votos, favoreciendo a su partido, Aureliano comentó
con sus amigos: “Si hay que ser algo, sería liberal, porque los conservadores
son unos tramposos”. Cuando estalló la
guerra, un pelotón del ejército ocupó Macondo por sorpresa, y estableció el cuartel
en la escuela que dirigía Arcadio, el hijo de Pilar Ternera y José Arcadio
Buendía. Ante la forma enérgica con que
el ejército sometió a los pobladores de Macondo, el padre Nicanor trató de
impresionar a las autoridades militares con el milagro de la levitación, y un
soldado, lejos de impresionarse, lo descalabró de un culatazo. Dos semanas después de la ocupación,
Aureliano Buendía fue a casa de Gerineldo Márquez para decirle que se irían a
la guerra. Una noche, veintiún hombres
menores de treinta años al mando de Aureliano, tomaron por sorpresa la
guarnición, se apoderaron de las armas y fusilaron a todos los soldados que
encontraron. Antes de partir, para
unirse a las fuerzas del general revolucionario Victorio Medina, Aureliano fue
a despedirse de su suegro y a decirle que el nuevo gobierno liberal
garantizaba, bajo palabra de honor, su seguridad personal y la de su
familia. “Esto es un disparate
Aurelito”, exclamó don Apolinar Moscote.
“Ningún disparate. Es la guerra. Y no me vuelva a decir Aurelito que ya soy el
coronel Aureliano Buendía”, le respondió el rebelde, y se marchó. El coronel Aureliano Buendía promovió treinta
y dos levantamientos armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete
mujeres distintas, que fueron eliminados uno tras otro en una sola noche antes
de que el mayor cumpliera treintaicinco años.
Escapó a catorce atentados, a setenta y dos emboscadas y a un pelotón de
fusilamientos. Antes de irse había
dejado al mando de Macondo a su sobrino Arcadio quien con el tiempo se
convertiría en el más cruel de los gobernadores que hubo nunca en aquel
lugar. Entre sus excesos, está aquèl, en
que al frene de una patrulla asaltó la casa de don Apolinar Moscote a quien se
llevó a rastras para fusilarlo. La
oportuna intervención de Úrsula evitó el fusilamiento. Arcadio fue un niño solitario. Melquíades fue el único que en realidad se
ocupó de él: nadie se imaginaba cuánto lloró su muerte en secreto, y col qué
desesperación trato de revivirlo en el estudio inútil de sus papeles. Pilar
ternera, su madre, fue para él una obsesiona tan irresistible como lo fue
primero para José Arcadio y luego par Aureliano. Sin saber que era su madre trató de forzarla
sexualmente: “No te hagas la santa, al fin, todo el mundo sabe que eres una
puta”. Lo engaño diciéndole que en la
noche iría a su cuarto. En su lugar se
presentó Santa Sofía de la Piedad, hija de un tendero, a quien Pilar ternera
pagó cincuenta pesos para que la suplantara.
Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento Arcadio había de
recordar a aquella muchacha con la que tuvo tres hijos. Remedios, la mayor, y dos gemelos a quienes
se les puso José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo. Arcadio moriría sin conocer a sus hijos
varones. Cuando terminó la guerra, el
coronel Aureliano Buendía cayó prisionero cuando trataba de huir disfrazado de
hechicero indígena. Condenado a muerte
manifestó que su última voluntad era morir en Macondo: Allá fue trasladado por
sus captores quienes después se arrepintieron de haberlo llevado, pues, los
pobladores de la aldea los amenazaron de muerte si el coronel Buendía era
fusilado. Cuando parecía que la suerte
del condenado estaba echada, y el capitán Roque Carnicero, encargado de la
ejecución estaba por cumplirla, apareció José Arcadio con una escopeta lista
para disparar, salvándolo así de la muerte.
Los hombres que iban a fusilar al coronel Buendía, incluyendo a Roque
Carnicero, se pasaron al bando liberal y se fueron a liberar al general
revolucionario Victorio medina, condenado a muerte en Riohacha. Una tarde, ante la amenaza de una tormenta,
José Arcadio regresó a su casa más temprano que de costumbre y mientras se
cambiaba de ropa en su habitación, un disparo acabó con su vida. Ese crimen fu tal vez el único misterio que
nunca se esclareció en Macondo. Tan
pronto como sacaron el cadáver, Rebeca cerró las puertas de su casa y se
enterró en vida. Aureliano Buendía
regresa al poco tiempo a Macondo.
Durante su estancia el pide a Pilar Ternera que le lea las cartas:
“Cuídate la boca”, fue todo lo que le dijo: Dos días después trataron de
envenenarlo con una carga de nuez vómica en el café; sólo los cuidados de
Úrsula lo pusieron fuera de peligro a los cuatro días. Ya restablecido, al cabo de algunos días,
marcha de nuevo a establecer contacto con los grupos rebeldes del
interior. Deja en Macondo al coronel
Gerineldo Márquez, nombrándolo jefe civil y militar. Este logra imponer en la aldea el ambiente de
paz con que soñaba el coronel Aureliano Buendía. Sus relaciones amicales con Amaranta lo
alientan a proponerle matrimonio, pero Amaranta lo rechazó como hizo con Pietro
Crespi. Era un hombre paciente: “Volveré
a insistir”, dijo. Aureliano Buendía
escribe a Úrsula diciéndole: “Cuiden mucho a papá porque se va a morir. La esposa del patriarca con ayuda de siete
hombres llevó a José Arcadio a su dormitorio.
Úrsula lo atendía y le daba de comer, pero en realidad, con el único que
él tenía contacto desde mucho tiempo atrás, era con Prudencio Aguilar. Cataure, el hermano de Visitación, que había
abandonado la casa huyendo de la peste del insomnio, volvió a Macondo. Cuando Úrsula le preguntó por qué había
vuelto, él le contestó en su lengua: “-He venido al sepelio del rey-“. Esa
mañana murió José Arcadio Buendía, el hombre que fundó Macondo. Amaranta y Aureliano José, es decir tía y
sobrino, inician unas relaciones
incestuosas que no llegan a concretarse sexualmente “Es casi como si fuera tu
madre”, le decía Amaranta. La pasión del
muchacho se fue extinguiendo sin dejar cicatrices. Al contrario de Arcadio, que nunca conoció su
verdadero origen, él se enteró que era hijo de Pilar Ternera, quien le había
colgado una hamaca para que hiciera la siesta en su casa. La guerra que había comenzado de nuevo,
parece llegar a su fin. Se instala en
Macondo, una vez terminada la guerra, un alcalde, el primero hasta entonces: el
general conservador José Raquel Moncada, admirador del coronel Aureliano
Buendía, quien se lamentaba que no fuera conservador. Habían llegado a hacerse grandes amigos, y
aun en los períodos más encarnizados de la guerra, los dos guerreros
concertaron treguas para intercambiar prisioneros. Moncada consiguió que Macondo afuera erigido
en municipio y creó un ambiente de confianza que hizo pensar en la guerra. El padre Nicanor, consumido por las fiebres
hepáticas, fue reemplazado por el padre Coronel, a quien llamaban El
Cachorro. Bruno Crespi, quien se había
casado con Amparo Moscote, construye un teatro.
Fue también en esa época que se restauró el edificio de la escuela,
haciéndose cargo de ella don Melchor Escalona, un maestro viejo mandado de la
ciénaga. Los diecisiete hijos del
coronel Aureliano Buendía, llegan a casa de los Buendía donde son bautizados
con el nombre de Aureliano y el apellido de la madre. A pesar que su madre le pide que no salga,
Aureliano José se va al teatro donde es asesinado por el capitán Aquiles
Ricardo, al negarse a que lo registraran: “Todavía no ha nacido el hombre que
me ponga las manos encima”, había dicho.
El capitán Aquiles Ricardo, era por aquel entonces comandante de la
guarnición, asumiendo en la práctica el poder municipal. Era odiado por la población de Macondo. Apenas disparó contra Aureliano José fue
derribado por dos balazos simultáneos cuyo origen no se estableció nunca. El primero de octubre el coronel Aureliano
Buendía, que continuaba luchando contra el gobierno, ataca Macondo con diez mil
hombres, y luego de su victoria, fusila a todos los oficiales del ejército que
habían sido tomados prisioneros. El último
fusilamiento fue el de José Raquel Moncada.
El coronel Gerineldo Márquez, cansado de la guerra, se refugia en la
compañía de de Amaranta, quien es
inflexible a sus requerimientos amorosos.
Después de otro largo período de lucha, llega el armisticio. El coronel Aureliano Buendía firma la rendición,
ante el desacuerdo de sus hombres, los cuales lo tildan de traidor. Gerineldo Márquez fue detenido y condenado a
muerte. Úrsula visitó a su hijo y le
dijo: “Sé que fusilarás a Gerineldo, y
no puedo hacer nada por impedirlo. Pero
una cosa te advierto. Tan pronto como
vea el cadáver, te lo juro por los huesos de mi padre y mi madre, por la
memoria de José Arcadio Buendía, te lo juro ante Dios, que te he de sacar de
donde te metas y te mataré con mis propias manos” (Edic. Cit; Ibídem. Pág. 167). La sentencia nunca se llegó a cumplir. El coronel Buendía intenta suicidarse, pero
la bala le entra por el pecho y le sale por la espalda, sin lesionar ningún
órgano vital. Los que lo tachaban de
traidor lo consideran ahora un héroe. Su
estadía en Macondo, pasará a ser ya definitiva.
Aureliano Segundo y Remedios la bella, los tres hijos de Arcadio y de
Santa Sofía de la Piedad, conforman la tercera generación de los Buendía. Aureliano Segundo se pasaba horas en el
cuartito donde José Arcadio Buendía y Melquíades realizaban sus experimentos.
Vanos fueron sus intentos por descifrar los manuscritos de Melquíades quien se
le aparecía siempre y le decía: “Nadie
debe conocer su sentido mientras no hayan cumplido cien años”. Su hermano José Arcadio Segundo, asistió a un
fusilamiento en compañía del coronel Gerineldo Márquez. Se impresionó tanto que desde entonces
detestó las prácticas militares y la guerra. Fue ese hecho lo que lo llevó a
cuidar gallos de pelea y a ayudar más al padre Antonio Isabel, el nuevo
sacerdote de Macondo. La más contenta
con este cambio en el bisnieto fue Úrsula: “Mejor, ojalá se meta de cura, para
que Dios entre por fin a esta casa”.
Ambos hermanos frecuentan a Petra Cotes, una mulata que había llegado a
Macondo en plena guerra, con un marido ocasional que vivía de las rifas, y
cuando el hombre murió, ella continuó con el negocio. La muchacha se entendía con ambos, creyendo
que eran la misma persona, debido al gran parecido de ambos ya que eran
gemelos. Finalmente se conformó con ser
la amante de Aureliano Segundo, pues, éste se casaría con Fernanda del Carpio,
una muchacha que procedía de una ciudad lúgubre y triste, llena de campanarios,
con quien tendría tres hijos: José Arcadio, Meme y Amaranta Úrsula. La fortuna que Aureliano José fue amasando
con los años se debía a Petra Cotes, ya que ésta tenía la facultad de que los
animales proliferaran rápidamente cuando ella se encontraba cerca de ellos, por
eso cuando se casó con Fernanda del
Carpio y tuvo hijos siguió viviendo con ella con el consentimiento de
Fernanda. Aureliano Segundo se convierte
pronto en uno de los hombres más ricos de Macondo, y cuanto más rico se hace,
más despilfarrador se vuelve. Organiza
un carnaval donde su hermana Remedios la bella, es elegida reina. Mientras tanto el coronel Aureliano Buendía
envejecía en su negocio de pescaditos de oro. Cuando un grupo de veteranos de
ambos partidos solicitan su apoyo para la aprobación de las pensiones
vitalicias, les dijo: “Olvídense de
eso. Ya ven que yo rechacé mi pensión
para quitarme la tortura de estarla esperando hasta la muerte” (Edic. Cit.
Ibídem. Pág. 197). Ante los gritos, en
pleno carnaval, de “Viva el partido liberal”, “Viva el coronel Aureliano
Buendía”, falsos beduinos que no eran más que soldados, dispararon contra la
multitud produciéndose una masacre que el gobierno nunca aclaró. No tardó Aureliano Segundo en darse cuenta
que su matrimonio con Fernanda había sido un error. La severidad de carácter de Fernanda le
impide adaptarse a las costumbres que tiene la familia Buendía. Su enemistad con Amaranta y la rivalidad
surgida con Úrsula hacen que las relaciones de su marido con Petra Cotes sean
más consistentes cada día. La única
promesa que le impuso Fernanda fue que no se dejara sorprender por la muerte en
la cama de su concubina. Así continuaron
viviendo los tres sin estorbarse. Poco
después que nació Meme el gobierno ordenó un homenaje al coronel Aureliano
Buendía para celebrar un nuevo aniversario del Tratado de Neerlandia, con el
cual quedó sellada la paz entre conservadores y liberales. El coronel Buendía lo toma como una burla y
cuando se entera que el propio presidente de la república pensaba asistir a los
actos de Macondo, el coronel le mandó decir que esperaba con verdadera ansiedad
aquella tardía pero merecida ocasión de pegarle un tiro. De modo que el homenaje se llevó a cabo sin
la asistencia del presidente y ninguno de la familia Buendía. El día del homenaje llegan a Macondo los
diecisiete hijos del coronel Buendía. Todos llevaban con orgullo el nombre de
Aureliano, hy el apellido de su madre.
Durante los tres días que permanecieron en la casa, Aureliano Segundo no
desperdició la oportunidad de festejar a los primos quienes hicieron añicos
media vajilla, mataron las gallinas d tiros y otros desarreglos más. El único que se quedó en Macondo fue
Aureliano Triste, un mulato inmenso con los ímpetus y el espíritu explorador
del abuelo, quien instala una fábrica de hielo.
Meses después volvieron los hijos del coronel Buendía Macondo, y otro de
ellos, Aureliano Centeno, se quedó trabajando con Aureliano Triste, y sería
posteriormente él, quien al agregarle colorante y azúcar al hielo inventaría
los helados. El negocio prosperó tanto
que Aureliano Triste concibió la idea de traer el ferrocarril a Macondo para
vincular la población con el resto del mundo. El proyecto, financiado por
Aureliano Segundo, no tardó en realizarse, y así apareció un tren que tantos
cambios iban a llevar a Macondo. Con el
arribo del tren llegan a Macondo infinidad de invenciones como el cine, el
gramófono, el teléfono, que dejan perplejos a los macondinos. El ferrocarril empezó a llegar con
regularidad los miércoles a las once, y con él llegó un gringo con pantalones
de montar llamado Mr. Herbert. Almorzó
en la casa de los Buendía donde se comió un racimo de bananos, cuya calidad
puso en alerta al gringo, quien sería una de las piezas fundamentales en la
instalación de la compañía bananera en macondo, que dejaría de ser para siempre
la acogedora aldea que fundara José Arcadio Buendía. La cantidad de forasteros que llegaban en el
tren cambió tanto el ritmo de vida, que ocho meses después de la llegad de Mr.
Herbert los antiguos habitantes de Macondo se levantaban temprano a conocer su
propio pueblo. Aureliano Segundo, en
cambio no cabía de contento, pues, la casa de los Buendía, por voluntad de él,
se convierte en una especie de casa de huéspedes donde a todos los forasteros
se les da comida y también camas. La que
más sufre con este hecho es Fernanda quien tiene que atender como reyes a
invitados que embarran con sus botes el comedor y se orinan en el jardín. El reemplazo de los funcionarios locales
por forasteros autoritarios hace que el coronel Aureliano Buendía se arrepienta
de no haber llevado la guerra hasta sus últimas consecuencias. Ante la brutalidad que impone la policía, el
coronel Buendía insulta públicamente al gobierno y a los gringos: “Un día de
éstos voy a armar a mis muchachos para que acaben con estos gringos de mierda”,
gritó. En el curso de esa semana, por distintos
lugares del litoral, sus diecisiete hijos fueron cazados como conejos por
criminales invisibles. Sólo logró salvarse uno, el mayor, llamado Aureliano
Amador. Desesperado ante los abusos
cometidos por las autoridades, el coronel Aureliano Buendía logra reunir gran
cantidad de dinero, y una vez reunido éste, visita al enfermo coronel Gerineldo
Márquez para que lo ayude a promover la guerra total. Lo encontró hundió en la derrota miserable de
la vejez, pensando en Amaranta y pudriéndose de viejo en la exquisita mierda de
la gloria: “Ay, Aureliano, yo sabía que
estabas viejo, pero ahora me doy cuenta que estás mucho más viejo de lo que
pareces”, le dijo. En el aturdimiento de
los últimos años, Úrsula se resistía a envejecer. Aun cuando ya estaba ciega y
centenaria, atendía las faenas de la casa llegando a conocer con tanta
seguridad el lugar en que se encontraba cada cosa, que ella misma se olvidaba a
veces de que estaba ciego. José Arcadio,
el hijo de Aureliano Segundo, marcha al seminario, aun cuando Úrsula no había
podido consolidar mucho su vocación: El único que se negó a participar en la
despedida fue el coronel Aureliano Buendía quien refunfuñó: “Esta era la última
vaina que nos faltaba: ¡Un Papa!”. José
Arcadio Segundo remató sus gallos de pelea y se empleó de capataz en la compañía
bananera, provocando la cólera de Fernanda que pensaba que la gente de bien era
la que no tenía nada que ver con la sarna de los forasteros. Fernanda cansada de las relaciones de su
marido con Petra Cotes le mandó a casa de la concubina sus dos baúles de ropa,
a pleno sol y con instrucciones de llevarlos por la mitad de la calle, para que
todo el mundo los viera. Aureliano
Segundo se va definitivamente a vivir a la casa de su amante celebrando la
libertad regalada con una parranda de tres días. Aureliano segundo se volvió gordo a
consecuencia de un apatito voraz que le dio tanta fama, que una hembra llamada
Camila Sagastume, conocida como La Elefanta, compitió con él. Después de
ingerir cada un cincuenta naranjas, treinta huevos crudos, dos cerdos y otros
alimentos más. Aureliano cayó de bruces sobre su plato perdiendo el
conocimiento, perdiendo su título de tragaldabas. Mientras tanto Macondo había quedado
económicamente colonizado por una potencia extranjera. Meme, la hermana de José Arcadio, estudia en
un colegio de monjas, lejos de Macondo.
Durante las vacaciones ella volvía a Macondo; sus padres se habían
puesto de acuerdo para vivir juntos, y evitar que Meme descubriera la realidad
familiar. El coronel Aureliano se
endureció cada vez más desde que el coronel Gerineldo Márquez se negó a
secundarlo en su guerra senil. Sólo José
Arcadio Segundo se encerraba en el taller a conversar con él. Dejó de vender pescaditos de oro cuando se
enteró que la gente no los compraba como joyas sino como reliquias
históricas. Un día fue a orinar debajo
del castaño donde el espectro de su padre, el cual él nunca había visto,
dormitaba tranquilamente. Metió la
cabeza entre los hombros y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco
del castaño. La familia no se enteró
hasta el día siguiente, cuando Santa Sofía de la Piedad fue a tirar la basura
en el traspatio y le llamó la atención que estuvieran bajando los
gallinazos. Las últimas vacaciones de
Meme coincidieron con el luto por la muerte del coronel Aureliano Buendía. La
muchacha se encontró con una hermanita recién nacida, a quien bautizaron contra
la voluntad de Fernanda con el nombre de Amaranta Úrsula. Meme regresó con un diploma que la acreditaba
como concertista de clavicordio y con la valentía como para decirle a su madre
que bien podía ponerse una lavativa de clavicordio, porque ella ya estaba harta
de ese instrumento que hasta las monjas consideraban como un fósil. Entre ella y su padre se establece una relación
de amistad tan férrea que Fernanda tuvo que arrancarle a Aureliano Segundo la
promesa de que nunca llevaría a Meme a casa de Petra Cotes. La muchacha entabla amistad con Patricia
Brown, la hija de Mr. Brown, quien la lleva a fiestas, le enseña a jugar tenis
e incluso a hablar inglés. Es en esos
días que la muerte, representada por una mujer, visita a Amaranta y le anuncia
que morirá apenas termine la mortaja que ella misma se está tejiendo. Amaranta previno a todos los habitantes de
Macondo que moriría y que estaba dispuesta a llevarle cartas a los
muertos. A la muerte de Amaranta, Santa
Sofía de la Piedad se hizo cargo de Úrsula, quien quedó relegada en la
cama. Meme se enamora de un mecánico de
la compañía bananera llamado Mauricio Babilonia. Era joven, cetrino y había nacido en Macondo.
Cada vez que él aparecía una nubecilla de mariposas amarillas invadía el
ambiente. Meme guarda en secreto las
relaciones amorosas que sostiene con Mauricio debido a la baja condición social
de él y conocedora de los aires de grandeza de su madre. Pero Fernanda no tarda
en enterarse y la encierra en la casa.
Sin embargo las relaciones entre ambos continúan, ya que el mecánico,
consigue entrar cada noche en el baño, donde Meme lo espera loca de ansiedad. Cuando Fernanda se da cuenta de ello,
solicita al nuevo alcalde que establezca una guardia nocturna en el traspatio,
porque tenía la impresión de que se estaban robando las gallinas. Es así como un proyectil incrusta do en la
columna vertebral lo redujo a la cama por el resto de su vida. Después de haber logrado su objetivo. Fernanda lleva a su hija a un convento de
monjas que se encontraba en su ciudad natal.
Pero muy lejos estaba Fernanda de imaginar que tiempo después aparecería
una monja en la puerta de la casa de los Buendía llevándole un niño, fruto de
los amores de Meme y Mauricio Babilonia.
Como Meme no había abierto los labios para nada después de lo sucedido,
las monjas se habían permitido bautizarlo con el nombre de Aureliano. La monja almorzó en casa, mientras pasaba el
tren de regreso, y de acuerdo con la discreción que le había exigido la abuela
no volvió a mencionar al niño, pero Fernanda la señaló como un testigo
indeseable de su vergüenza, y lamentó que se hubiera desechado la costumbre
medieval de ahorcar al mensajero de malas noticias. La llegada del hijo de Meme Buendía coincidió
con los acontecimientos que habían de darle el golpe mortal a Macondo. Se da en la ciudad la primera huelga,
encabezada por José Arcadio Segundo, quien sale del anonimato y de quien se
decía que sólo había servido para llenar el pueblo de putas francesas. Los
obreros aspiraban a que no se les obligara a cortar y embarcar banano los
domingos. La petición es atendida pero
al tensión entre los obreros y la patronal continúa agravándose cada día más ya
que los primeros se quejan de la insalubridad de las viviendas, el engaño de
los servicios médicos y la iniquidad de las condiciones de trabajo. Los leguleyos de la compañía bananera se
encargan de demostrar que todas las reclamaciones carecen de validez. Ante el estallido de otra huelga, el
gobierno envía al ejército a establecer el orden público. Los dirigentes como José Arcadio Segundo, y
Lorenzo Gavilán, un coronel de la revolución mejicana, exiliado en Macondo, son
perseguidos como conejos. La situación
se tornó tan crítica que amenazaba evolucionar hacia un aguerra civil, es
entonces cuando las autoridades hicieron un llamado a los trabajadores para que
se concentraran en Macondo: Reunidos en
la estación se les lee un comunicado donde se declara a los huelguistas
cuadrilla de malhechores y se anuncia que el ejército tiene la facultad de
matarlos a balazos. Leído el comunicado
la multitud presente protesta airadamente.
Se les comunica que tienen cinco minutos para retirarse, y, ante la
negativa de la indignada multitud, el ejército dispara contra hombres, mujeres
y niños, cuyos cadáveres quedan regados por doquier. Uno de los pocos sobrevivientes de la matanza
fue José Arcadio Segundo quien se esconde en el cuarto de Melquíades donde es
alimentado por Santa Sofía de la Piedad.
Allí se dedicó a repasar muchas veces los pergaminos de Melquíades
intentando comprende el significado de aquellos papeles ininteligibles. Un aguacero torrencial se precipitó sobre
Macondo, de lo cual aprovechó la compañía bananera para suspender todo tipo de
actividades. “En Macondo no ha pasado
nada, ni está pasando ni pasará nunca.
Este es un pueblo feliz”. Así
consumaron el exterminio de los jefes sindicales los hombres del gobierno. José Arcadio Segundo no volvería a salir de
aquella habitación repitiéndose en esa actitud el destino irreparable del
bisabuelo. Llovió cuatro años, once
meses y dos días. Durante aquel diluvio
interminable Aureliano Segundo se queda a vivir junto a Fernanda, dedicándose,
para matar la ociosidad, al arreglo de la casa.
Fue por esos días en que Aureliano Segundo descubrió la existencia de su
nieto Aureliano, quien por un descuido de Fernanda, salió de la habitación
donde ésta lo tenía encerrado. Úrsula,
viviendo la decrepitud de sus últimos días, fue la primera en asomarse cuando
avisaron que estaba pasando el entierro del coronel Gerineldo Márquez: “Adiós,
Gerineldo, hijo mío. Salúdame a mi gente
y dile que nos vemos cuando escampe”, grito.
Tardíamente preocupado por la suerte de sus animales, Aureliano Segundo
fue a casa de Petra Cotes donde se entera que todos han muerto. Petra Cotes estaba envejecida con los ojos
tristes de tanto mirar la lluvia.
Aureliano Segundo regresó a su casa donde Fernanda, desesperada ante la
falta de comida y la pasividad , se paseaba por toda la casa doliéndose de que
la hubieran educado como una reina para terminar de sirvienta de una casa de
locos, con un marido holgazán, idólatra, libertino y mantenido y soportando los
insultos de José Arcadio Segundo quien había dicho “Que la perdición de la
familia habías sido abrirle las puertas a una cachaca”, o aquel comentario del
coronel Aureliano Buendía, que al enterarse que Fernanda hacía sus necesidades
en bacinillas de oro, tuvo el atrevimiento de preguntar “De dónde había
merecido ese privilegio, si era que ella no cagaba mierda, sino
astromelias”. Aureliano Segundo perdió
el dominio de sí mismo y destrozó la cristalería de Bohemia y todos los atavíos
de lujo de Fernanda. Luego, ante la cara
estupefacta de su mujer, se lavó las manos y se marchó para volver antes de la
medianoche cargado de alimentos. Para
Amaranta Úrsula y el pequeño Aureliano el diluvio les significó una época feliz
ya que se pasaban el día jugando en los pantanos del patio o cogiendo lagartos
para descuartizarlos. A la centenaria
Úrsula la tuvieron por una gran muñeca decrépita a la que estuvieron a punto de
destriparle los ojos como les hacían a los sapos con las tijeras de podar. Aureliano Segundo se acuerda que dentro de
una estatua de San José se halla escondida una gran fortuna, de la cual sólo
Úrsula sabe su paradero.
Desesperadamente excavó por la casa y sus alrededores, pero todo resulta
inútil, por lo cual abandona la búsqueda convencida de que Úrsula se llevaría
el secreto a la tumba. Por fin un
viernes a las dos de la tarde salió el sol y con ello cesa de llover. Macondo estaba en ruinas, y había perdido sus
encantos de otro tiempo, y con el se habían ido las hordas de advenedizos que
habían llegado con la compañía bananera, que también había desmantelado sus
instalaciones dejando sólo una atmósfera de impenetrable soledad. Sólo quedaron en el pueblo los mismos
habitantes que habitaban Macondo antes de la construcción de la compañía bananera. Terminado el diluvio Úrsula abandona la cama
sin auxilio de nadie para incorporarse a la vida familiar. Desde entonces luchó con las últimas fuerzas
que le quedaban con el propósito de que la casa tuviera el mismo aspecto limpio
y acogedor que tenía antes del diluvio.
Su ímpetu de restauración la llevó al cuarto de Melquiades para ver en
qué estado se encontraba y grande fu su sorpresa al encontrar dentro a José
Arcadio Segundo, el cual desde la masacre contra los obreros, no había salido
de allí alimentándose de la comida que le llevaba su madre. Santa Sofía de la Piedad. José Arcadio Segundo seguía releyendo los
pergaminos. Sólo entonces comprendió
Úrsula que él estaba en un mundo de tinieblas más impenetrable que el suyo, tan
infranqueable y solitario como el del bisabuelo. Aureliano Segundo emprendió de nuevo el
negocio de las rifas, pues, después de la lluvia había quedado en la
ruina. Había vuelto a vivir de nuevo con
Petra Cotes, a quien sólo le quedaba una mula escuálida que rifar. Fernanda puso a Amaranta Úrsula en una escuelita
privada, pero se negó a que su nieto Aureliano asistiera a la escuela pública
donde sólo admitían a hijos legítimos de matrimonios católicos. De modo que Aureliano se quedó encerrado en
casa cazando lombrices y torturando insectos en el jardín. Poco a poco Úrsula se fue momificando en
vida, dando consejos prácticos para la conservación de la casa y cuidando de
que ningún Buendía fuera a casarse con alguien de su misma sangre, porque
nacían los hijos con cola de puerco.
Amaneció muerta un Jueves Santo oscilando entre los ciento quince y los
ciento veintidós años. Sus exequias se
llevaron a cabo con mucha discreción. A
fines de ese mismo año murió Rebeca quien se había encerrado desde la muerte de
su marido, José Arcadio Buendía. La
encontraron en su cama, enroscada como un camarón, con la cabeza pelada por la
tiña y el pulgar metido en la boca.
Aureliano Segundo se hizo cargo del entierro. El padre Antonio Isabel es llevado a un asilo
porque se dijo que sufría de alucinación senil.
Fue reemplazado por el padre Augusto Ángel, hombre intransigente y
temerario que tocaba personalmente las campanas varias veces al día para que no
se aletargaran los espíritus. Aureliano
se convierte en un adolescente cada vez más solitario que frecuenta asiduamente
a José Arcadio Segundo, quien aparte de enseñarle a leer y a escribir, lo
inicia en el estudio de los pergaminos.
Aureliano Segundo, aquejado de un insoportable dolor en la garganta,
intuye su próxima muerte, por lo que trabaja como nunca lo había hecho para
poder mandar a Bruselas a Amaranta Úrsula a estudiar,, sólo dos meses después,
Aureliano Segundo logró su cometido. Antes de que se recibiera la primera carta
de Amaranta Úrsula, José Arcadio Segundo muere en el cuarto de Melquíades,
mientras conversaba con Aureliano. En ese mismo instante, en la cama de
Fernanda, su hermano gemelo llegó al final del prolongado martirio que
significaba para él, el dolor de garganta.
Cumplió su promesa de morir junto a su esposa, quien no permitió que
Petra Cotes asistiera a los funerales.
En cumplimiento de su promesa Santa Sofía de la Piedad degolló con un
cuchillo de cocina el cadáver de José Arcadio Segundo para asegurarse de que no
lo enterraran vivo. A cualquier hora que
Santa Sofía de la Piedad entraba en el cuarto de Melquiades, encontraba a
Aureliano absorto en los pergaminos, los cuales según había determinado éste
estaban escritos en sánscrito.
Melquíades se le aparecía constantemente y charlaba con él. Santa Sofía de la Piedad, aquella mujer que
consagró toda una vida a la crianza de unos niños que apenas si recordaba que
eran sus hijos y sus nietos, se ocupó de Aureliano como si hubiera salido de
sus entrañas, sin saber ella misma que era su bisabuela. Después de la muerte de su amante, Petra
Cotes envió un canasto con alimentos a casa de los Buendía. Nadie supo jamás que aquellas vituallas que
se recibieron hasta el día en que murió Fernanda las mandaba Petra Cotes. La muerte de Úrsula cogió a Santa Sofía de la
Piedad, vieja y agotada. Luchó contra
los lagartos, las hormigas y la vegetación que se iba apoderando de la casa y,
cuando ya no pudo más, se marchó de Macondo y jamás se volvió a saber de
ella. Cuando se enteró de la fuga,
Fernando despotricó un día entero, pues, siempre la había visto como una sirvienta
y no tuvo ningún reparo en revisar toda la casa para ver si su suegra no se
había robado algo. Tras la marcha de la
abnegada mujer sólo queda ya en la casa Aureliano y Fernanda. Esta sigue actuando con sus modales de reina
a pesar del total deterioro y abandono que reina a su alrededor. Un día Aureliano encontró a Fernanda muerta
en la cama, más bella que nunca. Cuatro
meses después, cuando llegó José Arcadio, encontró a su madre intacta. Aureliano había vaporizado mercurio durante
cuatro meses para conservar el cuerpo según la fórmula de Melquíades. José Arcadio entierra a su madre y decide
quedarse a vivir en Macondo, pasando a ocupar el dormitorio de meme. Vanidoso y arrogante no entable relación
alguna con el hijo bastardo de su hermana.
Este no le dio importancia, pues, se hallaba inmerso en los pergaminos.
Por primera vez en toda su vida, Aureliano había salido de casa después de la
muerte de Fernanda con la finalidad de ir a la librería de un sabio catalán a
comprar unos libros, que según Melquíades, le harían falta para llegar al fondo
de los pergaminos. Fernanda le había
dejado a su hijo una voluminosa carta donde le confesaba las incontables
verdades que le había ocultado. José
Arcadio o se sintió mal porque él también le había ocultado muchas, entre ellas, el hecho de que abandonó
el seminario tan pronto como llegó a Roma para compartir una miserable y
sórdida buhardilla con dos amigos. La
afición erótica de José Arcadio por los niños lo lleva a recoger niños del
pueblo para que jueguen en su casa. Cuatro de ellos se ocupan de su apariencia
personal. Una noche vieron un resplandor
amarillo que salía del rincón donde siempre estuvo la cama de Úrsula, y
hallaron bajo el suelo una cripta donde encontraron la fortuna tan anhelada por
Aureliano Segundo. A partir de ese día
José Arcadio se entregó al mismo despilfarro que años antes se había entregado
su hermano. José Arcadio violó la
promesa que había hecho a su madre, y dejó en libertad a Aureliano para que
saliese cuando quisiera. Aquel
acercamiento entre dos solitarios de la misma sangre llegó a su fin cuando
cuatro niños ahogaron en la alberca a José Arcadio, como venganza por los
latigazos que éste les había dado un día, en que estaba enfurecido y asqueado
de sí mismo. Después se llevaron el oro que sólo ellos y su víctima sabía dónde
estaba escondido. Días antes, Aureliano
Amador, había caído abatido por las balas de dos policías que tío habían
seguido hasta la casa de los Buendía, donde Aureliano y José Arcadio,
creyéndolo un vagabundo, lo habían arrojado a empellones. Poco tiempo después llega a Macondo Amaranta
Úrsula en compañía de su marido, un flamenco muy rico llamado Gastón. Lo primero que hizo la muchacha fue ponerse
al frente de una cuadrilla de carpinteros, cerrajeros y albañiles para salvar
la casa del estado caótico en que se encontraba. Un año después de su retorno Amaranta Ursula
seguía creyendo que era posible rescatar aquella comunidad elegida por el
infortunio. Su deseo de quedarse en
Macondo, la lleva a estar siempre activa.
Lo único que le faltaba para ser
completamente feliz era el nacimiento de los hijos pero respetaba el deseo de
su marido de no tenerlos antes de cumplir cinco años de casados. Gastón por su parte para no aburrirse, se
dedica a cazar y disecar insectos y a hacer los crucigramas de las revistas que
recibía. No sabiendo ya que hacer,
decide por fin establecer un servicio de correo aéreo. Aunque ella no lo había notado, el regreso de
Amaranta Úrsula determino un cambio radical en la vida de Aureliano, quien por
las mañanas se dedicaba a descifrar los pergaminos y por las tardes, para
apaciguar la pasión que le despertaba Amaranta Úrsula, se acostaba con
Nigromanta, una negra que se dedicaba a la prostitución desde la muerte de su
abuelo. En la tienda del sabio catalán
Aureliano se hace amigo de cuatro jóvenes eruditos con los cuales frecuenta un
burdel donde unas muchachitas se acostaban con los clientes previo pago de un
peso con cincuenta centavos. Aureliano
llegó a familiarizarse a tanto con aquel ambiente que una noche recorrió la
casa de cita desnudo y llevando en equilibrio una botella de cerveza sobre su
masculinidad inconcebible. Un día,
movido por un deseo incontrolable, Aureliano despojó de su vestimenta a
Amaranta Úrsula y la hizo suya.
Amaranta Úrsula se defendió pero sus agresiones terminaron
convirtiéndose en caricias. El incesto,
tan temido y evitado por las generaciones anteriores ante el pánico de que
naciera un hijo con cola de cerdo, se lleva a cabo. Ni Aureliano ni Amaranta Úrsula, tienen
conocimiento del vínculo sanguíneo que los une.
Pilar Ternera murió sentada en su mecedor vigilante la entrada de su
burdel zoológico y de acuerdo con su última voluntad, la enterraron sin ataúd,
sentada en su mecedor, en un hueco en enorme excavado en el centro de la pista
de baile. En la tumba de la ya
centenaria Pilar Ternera, entre salmos y abalorios de putas, se pudrían los
escombros del pasado, los pocos que quedaban después de que el sabio catalán
remató la librería y regresó a Barcelona, su ciudad natal. Una vez fuera, escribe a Aureliano y a sus
cuatro amigos aconsejándoles que se vayan de Macondo. Álvaro fue el primero que
atendió el consejo y compró un pasaje eterno en un tren que nunca acaba de
viajar. Luego se fueron Alfonso y
Germán, un sábado, con la idea de regresar el lunes, y nunca se volvió a saber
de ellos. Un año después Gabriel marcha
a París gracias a haber obtenido el primer premio en un concurso. Cansado de esperar un aeroplano que debía
llegarle, Gastón vuelve a Bruselas.
Desde la tarde del primer amor, Aureliano y Amaranta Úrsula seguían
amándose con una pasión insensata que hacía temblar de pavor en su tumba a los
huesos de Fernanda, y los mantenía en un estado de exaltación perpetua. Cuando murió Pilar Ternera ya estaban
esperando un hijo. En el sopor del
embarazo de Amaranta Úrsula, a Aureliano le invadió la certidumbre de que era
hermano de su mujer pero después de algunas averiguaciones ambos amantes aceptaron
la versión de la canastilla que Fernanda le hacía contado a su hija, no porque
la creyeran, sino porque los ponía a salvo de sus terrores. Mientras tanto las hormigas coloradas fueron
invadiendo toda la casa. Atendida por
una comadrona, Amaranta Úrsula dio a luz un niño que nación con cola de
cerdo. Después de nacer el niño, la madre murió
desangrada. El niño permaneció en una
canastilla que su madre había preparado para cuando naciera, mientras Aureliano
busca consuelo en una cantina.
Nigromanta lo rescató de un charco de vómito y de lágrimas. Cuando regresó a su casa no encontró al niño
dónde lo había dejado. Lo busco
desesperadamente hasta que lo encontró arrastrado por las hormigas que
trabajosamente lo llevaban hacia sus madrigueras. En aquel instante se le revelaron las claves definitivas
de Melquíades, y vio el epígrafe de los pergaminos perfectamente ordenados en
el tiempo y en el espacio de los hombres: “El primero de la estirpe está
amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas”. En ese
momento llegó a la conclusión que en los pergaminos de Melquiades estaba
escrito su destino. Logró descifrarlos
con gran facilidad y sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su
hermana, sino su tía. Macondo era ya un
pavoroso remolino de polvo cuando antes de llegar el verso final, comprendió
que no saldría jamás de ese cuarto, pues, Macondo sería “desterrada de la
memoria de los hombres en el instante que Aureliano Babilonia acabara de
descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde
siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad
no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra” (Edic. Cit; Ibídem, pág.
403). Es así como en un ambiente de caos
y destrucción llega al final la historia de la familia Buendía. En cuanto al estilo literario vemos algunas
cualidades que son muy frecuentes en toda la obra. Una de ellas es la exageración hiperbólica.
Veamos a
continuación algunos ejemplos: “Catarino, que no creía en artificios de fuerza,
apostó doce pesos a que no movía el mostrador.
José Arcadio lo arrancó de su sitio.
Lo levantó en vilo y lo puso en la calle. Se necesitaron once hombre para meterlo.”
(pág. 93)… “Amaranta entró en la cocina y puso las manos en las brasas del
fogón, hasta que le dolió tanto que no sintió el dolor, sino la pestilencia de
su propia carne chamuscada” (Págs. 111 – 112).
Otro ejemplo es aquel en que José Arcadio Segundo ve un tren “Con casi
doscientos vagones de carga” La
exageración hiperbólica en “Cien años de soledad” puede producir hasta efectos
cómicos… Aureliano “recorrió la casa llevando en equilibrio una botella de
cerveza sobre su masculinidad inconcebible”… “La atmósfera era tan húmeda que
los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas navegando
en el aire de los aposentos”. Otra
constante en la obra es la fantasía para describir algunos hechos. Citaremos algunos ejemplos:… “Cuando matan a
José Arcadio, el hijo del patriarca, un hilo de sangre parte de su oreja,
recorre parte del pueblo hasta llegar a Úrsula y luego vuelve a hacer todo el
recorrido a la inversa, hasta llegar de nuevo al muerto” (pág. 132)… “Remedios
la Bella desaparece por los aires”;… “Las mariposas amarillas que rodean
siempre a Mauricio Babilonia”:… “Niños que nacen con cola de cerdo, como es el
caso del hijo nacido entre Amaranta Úrsula y su sobrino Aureliano
Babilonia”. Otra constante en toda la
novela es la visión rápida que nos da el narrador de lo que ocurrirá en el
futuro. Veamos los siguientes ejemplos:…
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, del coronel Aureliano
Buendía había de recordar aquella tarde…”;…”Años después, en su lecho de
agonía, Aureliano Segundo…”; …”Muchos
años más tarde, un segundo antes de que el oficial de los ejércitos regulares
diera la orden de fuego, el coronel Aureliano Buendía volvió a vivir…” Por último observamos que en toda la obra
están presentes las relaciones incestuosas, realizadas mentalmente en algunas
ocasiones, en otras casi tiene lugar en el plano de la realidad. Veamos estos ejemplos: “Cuando José Arcadio
se acuesta con Pilar Ternera no recuerda la cara de ésta sino la de su madre
Úrsula”… “Las relaciones entre Amaranta y su sobrino Aureliano José que no sólo
durmieron juntos, desnudos, intercambiando caricias agotadoras, sino que se
perseguían por los rincones de la casa”… “Arcadio desconoce totalmente que
Pilar Ternera sea su madre, y la busca con verdadera obsesión, intentando tener
relaciones sexuales con ella aunque sin conseguirlo”. En cuanto a en qué estructura se encarna esta
ficción, partiremos del siguientes hecho:
Hay cuatro grandes principios estratégicos de organización de la materia
narrativa que abrazan la infinita variedad de técnicas y procedimientos
novelísticos: los vasos comunicantes,
la caja china, la muda o salto cualitativo y el dato escondido. Ninguna novela utiliza estos sistemas con
carácter excluyente, siempre son complementarios, aunque uno domine sobre los
otros como método de revelación de los datos de ficción. El método que más ha utilizado García Márquez
en “Cien años de soledad” es el del dato escondido. Este método consiste en narrar por omisión o
mediante omisiones significativas, en silenciar temporal o definitivamente
ciertos datos de la historia para dar más relieve o fuerza narrativa a esos
mismos datos que han sido momentánea o totalmente suprimidos. Hay dos grandes formas de utilización del
método; el dato escondido en hipérbaton y el dato escondido elíptico. En el primer caso, el dato provisionalmente
suprimido, está sólo descolocado, ha sido arrancado del lugar que le
correspondía, pero luego es revelado, a fin de que la revelación modifique
retrospectivamente la historia. Veamos
algunos ejemplos:… “Al iniciar la historia el coronel Aureliano Buendía se
encuentra frente a un pelotón de fusilamiento, posteriormente nos enteramos que
son los conservadores quienes lo envían al patíbulo, pero que su hermano José
Arcadio lo salva de morir”; “El dinero
que Úrsula esconde con la esperanza de que el dueño de éste regrese a
recogerlo, aparece casi al final de la novela. Encontrado por José
Arcadio”. En el segundo caso el dato es
totalmente omitido de la historia.
Veamos los siguientes ejemplos:… “¿Quién mató a José Arcadio Buendía en
su casa?”, ¿Dónde estuvo José Arcadio Buendía durante los años de su
ausencia?” “¿Quién envió la carta a
Pietro Crespi engañándolo con el hecho de que su madre se estaba muriendo?” ;
“¿Quién disparó contra el capitán Aquiles Ricardo?”; ”¿Por qué cada vez que
aparece Mauricio Babilonia parecen mariposa amarillas?”; “¿A quién pertenecía
la estatua de San José llena de dinero que Úrsula guardó?”. Sería insensato hacer un análisis profundo de
una obra tan compleja como “Cien años de soledad” en tan poco espacio, pero
creo que en algo se ha podido resaltar algunas características que han hecho de
esta obra, una de las más grandes creaciones literarias del género humano. Para terminar quisiera indicar que en 1969 un
periodista venezolano denunció en un artículo que “Cien años de soledad” era un
plagio de “A la búsqueda de lo absoluto” de Balzac: Baltazhar sería José
Arcadio Buendía; Úrsula sería la esposa de Baltazhar, y Melquíades sería
Lemurquinier. El asunto provocó una
divertida polémica. Dos años después,
Miguel Ángel Asturias resucito esta peregrina teoría y acusó nuevamente a
García Márquez de haber plagiado a Balzac.
Mario Vargas Llosa ha publicado en 1971 un voluminoso ensayo sobre el
escritor colombiano: “García Márquez:
Historia de un deicidio”, donde menciona algo interesante sobre este
asunto:… “He releído “A la búsqueda de
lo absoluto” y no salgo de mi asombro.
El único fundamento para la acusación es que en ambas novelas hay, en
efecto, un alquimista. Con esta
implacable noción de la “originalidad” la literatura quedará muy maltratada. Qué calificativo merecería a Asturias un
Shakespeare, por ejemplo, que tantas veces prefirió, en vez de inventar temas y
personajes, tomarlos literalmente de la historia y la literatura de su amigo” “Edic. Cit; pág. 200)
HUASIPUNGO

Jorge Icaza
representa en la corriente indigenista ecuatoriana lo que Alcides Arguedas es
para Bolivia o lo que significa para el Perú el nombre de José María
Arguedas. Nacido en Quito en 1906, Icaza
surge con luz propia en la literatura americana y mundial con la publicación
en1934 de su novela “Huasipungo”, tremendo alegato a favor del sobreviviente
indígena, abyecto y degenerado, convertido en muchas partes en un ser inferíos,
que vegeta con vida puramente ideal en las breñas andinas, un documento social,
pavoroso y macabro, concebido y escrito con una objetividad desoladora. Es una novela multitudinaria, la epopeya del
hombre masa, la lucha de una clase social simbolizada en el personaje de Andrés
Chiliquinga, que apenas sobresale del conjunto de indígenas macilentos y
explotados. El autor de “Huasipungo”
pertenece al llamado “Grupo de Guayaquil” junto a José de la Cuadra (1903 –
1941), Demetrio Aguilera Malta (1909), Enrique Gil Gilbert (1912 – 1973),
Joaquín Gallegos Lara (1911 – 1947) y Alfredo Pareja Diez Canseco (1908), Todos
ellos caracterizados por su inquietud social.
Cuando la obra se inicia, don Alfonso Pereira, dueño de la hacienda
Cuchitambo, salió colérico una mañana de su casa dando un portazo y mascullando
una veintena de maldiciones. Su hija,
una niña inocente de diecisiete años, había sido deshonrada por un cholo de
apellido Cumba: “Tonta. Mi deber de padre.
Jamás consentiría que se case con un cholo. Cholo por los cuatro costados del alma y del
cuerpo. Además… El desgraciado ha desaparecido. Carajo…”, terminó diciendo Alfonso Pereira
mientras coadyuvaba su mal humor los recuerdos de sus deudas, sobre todo los
diez mil sucres que le debía a su tío Julio Pereira. No tardó éste en avecinarse al sobrino para
hacer efectivo su cobro. Sabiendo que el
sobrino no tenía el dinero adeudado, don Julio Pereira se apresuró a proponerle
un “negocio”. Le dijo que Mr. Chapy, el
gerente de la explotación de la maderera en el Ecuador, ofrecía traer maquinarias
para explotar las excelentes madreras habidas en sus propiedades, lo cual
exigiría limpiar de huasipungos (huasi: casa; pungo: puerta; parcela de tierra
que otorga el dueño de la hacienda a la familia india por parte de su trabajo
diario) las orillas del río. Fueron
muchas las objeciones que Alfonso Pereira puso a las proposiciones del tío,
pero aun sabiendo que se metía en la boca del lobo, cedía al fin, ante el
recuerdo de su honor manchado. “El tío
Julio tiene razón, mucha razón, debo meterme en la gran empresa de… Los
gringos. Buena gente. ¡Oh! Siempre nos
salvan los mimos. Me darán dinero. El dinero es lo principal. Y… Claro… Cómo no vi antes? Soy un pendejo. Sepultaré en la hacienda la vergüenza de la
pobre muchacha. Donde le agarre al indio
bandido… Mi mujer todavía puede… Puede
hacer creer… ¿Por qué no? Y Santa Ana? Y las familias que conocemos?”, se dijo mientras apuraba el paso. En pocas semanas don Alfonso Pereira arregló
cuentas y firmó papeles con el tío y Mr.
Chapy. Y una mañana salió de Quito con su familia llegando a los pocos
días al pueblo de Tomachi. La mitad del
camino fueron cuatro indios quienes tuvieron que llevar sobre sus espaldas a
don Alfonso, a su mujer doña Blanca Chaique de Pereira, madre de la distinguida
familia, un jamón que pesaba lo menos ciento setenta libras. Todo el camino el
pensamiento de Lolita se centró en el recuerdo del indio al que ella se había
entregado por amor, y que hasta ese momento no se explicaba por qué la había
abandonado a su suerte. Rápidamente
Alfonso Pereira visitó a muchos conocidos que el servirían para llevar a cabo
su proyecto comprar, a base de engaños las tierras de los indios. Para esto contaba con el párroco del pueblo
in gran aliado, hombre ambicioso que protegido por su sotana, era capaz de las
más bajas acciones a cambio de una comisión.
Al poco tiempo, nació el hijo de Lolita, y como a la madre se le secó la
leche, los esbirros al servicio de don Alfonso, se encargaron de buscar entre
las indias la más apropiada para que diera de lactar al recién nacido. El cholo Policarpio, para congraciarse con su
patrón, recurría a las acciones más inicuas.
Con tal de satisfacer a su amo, Policarpio desechaba en el acto a todas
aquellas indias que tenían hijos desnutridos, que eran la mayoría como
consecuencia de los constantes cólicos y diarreas que les provocaba la
mazamorra guardada, las papas y ollucos descompuestos que tenían que ingerir
sumidos en una miseria execrable. En
pocos meses Alfonso Pereira terminó con el dinero que su tío le había dado; al
saber que la leña y el carbón de madera tenían gran demanda ordenó iniciar la
explotación en los bosques de la montaña.
El cholo Gabriel Rodríguez, conocido como el Tuerto Rodríguez fue
encargado de dirigir los trabajos así como de mantener la disciplina de los
indios, que en su mayoría fueron arrancados de sus hogares para cumplir con tan
inhumano trabajo. Toda la peonada caía
producto de la modorra del cansancio, sobre ponchos donde los piojos, las
pulgas y hasta las garrapatas lograban hartarse de sangre. Cada cierto tiempo una treintena de indios
eran arreados como bestias a limpiar la quebrada grande donde el agua se
atoraba en los terrenos altos y había que limpiar el cauce del río. De lo contrario, los fuertes desagües de los
deshielos y de las tempestades de las cumbres romperían el dique se formaba
constantemente con el lodo, precipitando hacia el valle una creciente turbia
capaz de desbaratar el sistema de riego de la hacienda y arrancar con los
huasipungos a las orillas del río. Los
indios cuando sufrían algún accidente eran tratados con desgano y negligencia,
uno de ellos, Andrés Chilinquinga, se hirió en el pie con el hacha cuando
cortaba leña. Fue tratado por un
curandero quien tomó el pie hinchado del enfermo y en la llaga purulenta repleta de gusanillos y de
pus verdosa estampó un beso absorbente, voraz, de ventosa. Las quejas y espasmos del enfermo
desembocaron pronto en un grito ensordecedor que le dejó inmóvil precipitándolo
en el desmayo. El curandero estaba
seguro que al extraer esa masa viscosa de fetidez nauseabunda, había alejado
del enfermo los demonios que estrangulaban la conciencia de la víctima. Andrés quedó cojo y fue destinado a labor de
espantapájaros. Las indias no estaban
exentas de los vejámenes de don Alfonso, quien algunas veces, en combinación con
el cura, abusaban de éstas. Dentro del compromiso que don Alfonso Pereira
tenía con su tío y con Mr. Chapy, estaba el de construir un camino por el cual
se transportaría las cosechas a la capital.
Para ello contaba con la ayuda incondicional de los hermanos Rusta, de
Jacinto Quintana y otros cholos influentes entre la indiada que estaban
dispuestos a secundar cualquier bajeza del patrón, con tal de obtener alguna
ganancia. Centenares de indios fueron
sometidos con engaños a cumplir aquella ardua empresa que arrastraría a muchos
de ellos a la tumba. Al comienzo
accedieron de buena gana a tan difícil tarea, ; pero el mal trato, la mala
alimentación y el castigo físico, creó un rápido descontento Jugo de caña fermentado en galpones con orines,
carne podrida y zapatos viejos, fue repartido por orden de don Alfonso entre la
indiada pro provocar el embrutecimiento
alcohólico necesario para el máximo rendimiento. A los pocos que se resistían a las inhumanas
condiciones de trabajo, el Tuerto Rodríguez se encargaba de flagelarlos a punta
de látigo, para luego obligarlos a beber aguardiente mezclado con zumo de
hiera mora, orín a de mujer preñada,
gotas de limón y excremento molido de
cuy. Era un brebaje preparado por e l
mismo Tuerto y que él llamaba “medicina”.
Los cholos tenían algunas preferencias, en cambio los indios debían
soportar los peores trabajos, como aquél, en que perdieron la vida muchos al
intentar drenar un pantano por donde debía pasar el camino. El cura cumplía su
trabajo a la perfección prometiendo grandes cuentos en las penas del purgatorio
y del infierno para que indios y cholos no desistieran en el trabajo. Irónicamente a lo que acontecía en Tomachi,
los medios publicitarios cubrieron la heroica hazaña del terrateniente y sus
secuaces, llamándolos hombres emprendedores e inmaculados. Don Alfonso devoró una y otra vez los
artículos que su tío Julio le enviaba constantemente. Un lecho trágico vino a enlutar aún más a los
indios de Tomachi, cuando un aluvión se precipitó arrasando todo lo que
encontró a su paso. Para el único que
esto no significó una sorpresa fue para don Alfonso, pues, cuando el cholo
Po9licarpio y veinte indios más quisieron ir a limpiar el cauce del río para
evitar el atoro del agua, don Alfonso se negó diciéndoles que todavía no era
necesario. En el fondo el ambicioso
terrateniente sabía que la única forma de hacer desaparecer los huasipungos
eran arrasándolos con un aluvión; ningún patrón había podido sacarlos, pues,
los indos se había revelado siempre, pero ahora, era terrible masa fangosa
llevaba consigo puertas de potreros, animales, arboles arrancado de raíces y
cadáveres de niños que no habían podido escapar a tiempo de las fauces
hambrientas del aluvión. Los indios
culparon de la tragedia a Tancredo Gualacota, quien se había atrevido a pedirle
al cura que hiciera una rebaja en el monto que tenía que donar a la iglesia
para la Virgen de la Cuchara. La furia y
la desesperación llevaron a los indios a
dar muerte al huasipnguero, el cura aprovechó este hecho para manifestar que la
desgracia era “Castigo de Dios”. Cholos
e indios acoquinados por aquel temor se arrodillaban a los pies del fraile,
soltaban la plata y le besaban humildemente las manos o la sotana. Obtuvo el cura utilidades suficientes para
comprarse un camión de transporte de carga y en autobús de pasajeros, dejando
el buen número de arrieros que había a lo largo y a lo ancho de toda la comarca
sin trabajo. El aluvión dejó como saldo
una hambruna infernal entre la indiada: vanos fueron los requerimientos que se
hicieran a don Alfonso, quien se negó rotundamente a darles alimento. Cuando Policarpio, que hacía de
intermediario entre el patrón y los siervos se apersonó donde don Alfonso a
manifestarle que uno de sus bueyes levaba muerto varios días y que los indios
solicitaban les regalara la carne podrida; éste se negó, alegando que los
indios no deberían probar una miga de carne, pues “Son como las fieras, se
acostumbran”. Ordenó que la sepultasen
en el acto. Policarpio hubo de azotar a
los indios e indias encargados de sepultar al maloliente animal ya que estaban
disputándose la carne con los gallinazos.
“Indios ladrones”, los llamó.
Pero el hambre pudo más que el temor a las órdenes del patrón y,
protegidos por la oscuridad de la noche, varios indios, entre ellos Andrés
Chiliquinga, se deslizaron con sigilo de
alimaña nocturna hasta la fosa donde yacía sepultado el animal, y luego de
desenterrarlo, se disputaron el “preciado festín”. A los pocos días la Cunschi, la mujer de Andrés,
moría como consecuencia de ingerir la carne putrefacta. Como era de esperar, don Alfonso se negó a
soltar dinero para sepultar a la infeliz ´cuyo cuerpo, ya en estado
descomposición, era velado en su choza por el desconsolado marido y algunos
amigos-. El cura ofreció al pobre Andrés
darle sepultura a la Cunschi, pero tendría que pagar treintaicinco sucres. El indio, desesperado, solicitó un crédito;
pero el ambicioso fraile le dijo que “En el otro mundo todo al contado”. Andrés
deambuló por los senderos que trepan los cerros pensando qué hacer para
conseguir el dinero para sepultar a su mujer.
En una vaca extraviada por esos lares creyó encontrar la solución a su
problema. La vendió por cien sucres en
un pueblo cercano donde no lo conocían, pero su hurto fue descubierto por los
adulones de don Alfonso, quienes por orden de éste, lo flagelaron públicamente
para que todos vieran el castigo que se infringía a los ladrones que faltaran
el respeto al amo. De boca en boca
corrió por el pueblo la noticia de la llegada de los señores gringos. Todas las banderas del pueblo adornaron las
puertas y las ventanas para el gran recibimiento, pues, los indios estaban
convencidos que aquellos señores saciarían su hambre; ni siquiera se detuvieron
ante los indios, y en tres automóviles de lujo, fueron directamente a la casa
de Alfonso Pereira. Los gringos
exigieron a don Alfonso que desalojara a los indios de la loma del cerro, donde
ya habían sido enviados después de ser desalojados por el aluvión, de las
orillas del río. “a cordillera oriental
de estos andes está llena de petróleo”, dijeron los gringos. De acuerdo por lo ordenado por los señores
gringos, don Alfonso contrató unos cuantos forajidos para desalojar a los
indios de los huasipungos de la loma.
Grupo que capitaneado por el temible Tuerto Rodríguez y por los policías
de Jacinto Quintana, la “Autoridad” de Tomachi, cumplió las ordenes con
severidad, pero Andrés Chilinquinga, impulsado por su desesperación, se armó de
coraje e incitó a todos los indios a defender con la vida su huasipungo. La multitud campesina, cada vez más nutrida y
violenta con indios que llegaban de toda la comarca gritaban “Ñucanchic
huasipungo” (nuestro huasipungo), mientras blandían amenazadoramente picas,
hachas, machetes y palos, armas con que habían de defender hasta la muerte lo
que les pertenecía. El primer encuentro
duró hasta la noche; el Tuerto Rodríguez y Jacinto Quintana, sucumbieron ante
la indiada enfurecida, que ni siquiera las balas, pudieron detener. A la mañana siguiente fue atacado el caserío
de la hacienda. Desde la capital, con la
presteza con que las autoridades del gobierno atienden estos casos, fueron
enviados doscientos hombres de infantería a sofocar la rebelión. En los círculos sociales y gubernamentales la
noticia circuló entre alardes de comentarios de indignación y órdenes heroicas:
“Que se les mate sin piedad a semejantes bandidos”. “Que se acabe con ellos como hicieron otros
pueblos más civilizados”. “Hay que
defender a las desinteresadas y civilizadoras empresas extranjeras”, fueron
algunas de las consignas que alentaron al comandante que dirigió la masacre de
Tomachi. Las balas de los fusiles y las
de las ametralladoras silenciaron en parte los gritos de la indiada
rebelde. El último en sucumbir con su
hijo en brazos fue Andrés Chiquilinga, quien pagaba con su vida, el haberse
atrevido a rebelarse a sus patrones.
MARÍA

Tenía treinta
años, Jorge Isaacs, cuando publicó su famosa novela “María”, la cual contada en
primera persona pro Efraín, dio a su autor una celeridad pocas veces vista en
los ámbitos literarios latinoamericanos.
Nacido en Cali, Cauca (Colombia), el 10 de Abril de 1837, Isaacs, fue
periodista, congresista, explorador, político y novelista. Los desengaños lo hicieron retirarse de la
vida política, exclamando: “Como nuestro gran Bolívar, puedo decir que he arado
en el mar” Hijo de un judío inglés, procedente de Jamaica, y de una bella
colombiana, pasó su infancia y su juventud en su tierra natal, el poético Valle
del Cauca, que luego evocaría en la página de su “María”. Esta novela le da dentro de la novelística
romántica latinoamericana, una importancia sólo comparable a la de José Mármol
en la novela social con su “Amalia”. Al
iniciar la novela nos encontramos con que Efraín era un niño todavía cuando fue
enviado por su padre a estudiar a Bogotá.
Seis años tuvieron que pasar para que sus ojos vieran nuevamente su
nativo valle. Quedóse mudo ante tanta belleza. El cielo, los horizontes, las pampas y las
cumbres del Cauca lo hacían enmudecer.
La imagen de sus hermanas, hechas ya unas mujeres, le confirmaron el
paso del tiempo. Aquella noche, la
primera desde su llegada, sus hermanas se empeñaron en hacerlo probar sus
colaciones y cremas y se sonrojaba aquella a quien Efraín dirigía alguna
palabra lisonjera o una mirada examinadora.
En la casa vivía también, como parte de la familia, una bella muchacha
de cabellera castaña y mejillas color rosa llamad María. Era hija de Salomón, primo del padre de
Efraín, quien había enviudado cuando la pequeña María tenía tres años. Siendo la niña un impedimento para que
Salomón viajara a la India para mejorar su espíritu y su situación económica,
encargó a la pequeña María al cuidado del padre de Efraín para que éste la educara hasta su regreso. Le pidió también que bautizara a la niña y
que le cambiara el nombre de Ester, que así se llamaba, por el de María. Es así como la pequeña huérfana fue criada
en un hogar donde nunca le faltó el amor paternal. No pasó mucho tiempo para que el corazón de
Efraín ya hecho un joven de veinte años, latiera con mayor intensidad ante la
presencia de María. Enma, una de las
hermanas de Efraín, fue la primera en notar la turbación del hermano. “Enma había sorprendido el secreto y se
complacía en nuestra inocente felicidad.
¿Cómo ocultarle yo en aquellas frecuentes conferencias lo que en mi
corazón pasaba? Ella debió observar mi
mirada inmóvil sobre el rostro hechicero de su compañera, mientras daba ésta
una explicación pedida. Había visto ella
temblarle la mano a María si la mía la colocaba en algún punto buscado
inútilmente en el mapa. Y cuantas veces,
sentado cerca de la mesa, ellas en pie a uno y otro lado de mi asiento, se
inclinaba María para ver mejor algo que estaba en mi libro o en las cartas, y su
aliento, rozando mis cabellos, o sus trenzas al rodar de sus hombros, turbaron
mis explicaciones, Emma pudo verla enderezarse pudorosa”. (“María, Editorial Aguilar; Secta edición –
1964; pág. 60). El joven enamorado
dedicose a visitar las haciendas del padre y pudo constatar como las
propiedades de éste habían mejorado notablemente; una costosa y bella fábrica
de azúcar, muchas fanegadas de caña para abastecerla, extensas dehesas con
ganado vacuno y caballar y otras pertenecías más que lo convertían en uno de
los hombre más prósperos del lugar.
Cuando Efraín mostró a su padre deseo por participar en las labores del
campo, éste le manifestó que quería, como le había prometido tiempo atrás,
enviarlo a Europa a concluir sus estudios de medicina, y que debía emprender él
viaja a más tardar en cuatro meses.
Desde aquel día la noticia de ese viaje se interpuso entre las esperanzas de Efraín y María. Una tarde cuando el
joven enamorado regresaba de la montaña donde había estado cazando, le pareció
notar alguna alarma en los semblantes de los criados con quienes tropezó en los
corredores interiores de la casa. Su
hermana le refirió que María había sufrido con ataque nerviosos y que aún
estaba sin sentido. Como la muchacha no
mejoraba, Efraín tuvo que ir a buscar al doctor Mayn, la lluvia torrencial, que
hacía peligroso el camino, el muchacho cumplió a cabalidad lo encomendado por
su padre. Después que el médico auscultó
a la enferma y se hubo ido, el padre de Efraín le comunico la fatídica noticia:
María sufría de epilepsia, la misma enfermedad que llevó a Sara, su madre, a la
tumba. Cuando Efraín confiesa a su padre
que ama a María, éste le hace prometer que esperará cinco años antes de casarse
con la muchacha, siempre y cuando María presente síntomas de mejoría. Le hace saber también que Carlos, un amigo de
la familia, pretende la mano de la bella muchacha. Pasa el tiempo y Efraín no puede ocultar su
pena por la enfermedad de su amada así como su malestar por la pretensión de
Carlos al amor de María. Efraín declara
su amor a María quien conmovida le muestra su complacencia. Varios días después don Jerónimo y su hijo
Carlos llegan a casa de los padres de Efraín, a pedir la mano de María. Esta, muy cautelosamente, se niega aduciendo
que aún es muy joven para comprometerse.
Efraín tiene una reunión con Carlos donde le confiesa el amor que él le
profesa a María y del terrible mal que aqueja
a la muchacha. El hijo de de don
Jerónimo comprende a su amigo, y lo abraza, demostrándole así que la amistad
que los une desde hace muchos años es más férrea que una rivalidad
sentimental. Los días transcurrieron y
Efraín ayudaba a su padre no sólo en los trabajos de la hacienda sino también
redactándole y leyéndole la correspondencia diaria. Una noche llegó Camilo, uno de los criados de
la hacienda, llevando la correspondencia.
En una de las cartas que Efraín leyó a su padre, se le comunicaba a éste
que un negocio, con cuyo éxito necesitaba contar, había fracasado tremendamente. La noticia alteró al anciano de tal manera
que al cabo de pocos días enfermó. Días
tuvieron que pasar para que la alegría volviera a la casa. Ante este imprevisto, Efraín manifestó a su
padre que se veía obligado a quedarse a su lado para ayudarle en sus negocios,
pues, consideraba que el gasto que acarrearía su educación en Europa era
inoportuna ante la desgracia económica que se había presentado. El anciano agradeció a su hijo sus nobles
sentimientos, pero le indicó que los gastos que ocasionaría su educación en
nada empeoraría la situación económica en que se encontraban. Así transcurrieron los meses, hasta que llegó
el día en que Efraín tuvo que partir a Londres, donde seguiría sus estudios de
medicina. Se despidió de sus padres y
hermanos y, cuando le tocó despedirse de María, ésta no pudo contener las
lágrimas por la partida de Efraín.
Durante el primer año de ausencia, maría escribía frecuentemente a su
amado manifestándole que no veía las horas en que regresara para que pudieran
casarse. En los últimos días de junio
del segundo año, Efraín recibió la visita de un amigo de la familia. Esta visita, inesperada e insólita, alarmó al
muchacho, quien al enterarse que María se encontraba muy enferma y que por esa
razón su padre le solicitaba que regresara en el acto. Estalló en sollozos. Cuando el amigo de la familia le entregó una
carta de María, Efraín se turbó mucha más porque en ésta, la muchacha le
confesaba que hacía más de un año que la epilepsia la estaba matando, y que su
deseo era verlo antes de morir. Todo
resultó vano, pues, cuando el joven enamorado llegó a Cali, ciudad a donde la
familia se había trasladado buscando a los mejores especialistas para que
traten a la enferma, encontróse con la trágica noticia que su amada María había
muerto. María agonizó cuatro horas, sin sufrimiento,
y quedose como dormida, pero sumergida en un sueño eterno. Efraín tuvo que esperar a recuperarse de la
fuerte impresión que le causó la nefasta noticia, para poder visitar la tumba
de María donde como último adiós, colocó una corona de rosas y azucenas, flores preferidas por la
desgraciada muchacha. “María” fue
escrita en plena selva tropical, mientras Isaacs trabajaba como inspector de
caminos en unas obras públicas, en Buenaventura, en donde, según cuenta el
mismo auto r, vivía como un salvaje a mercede de las lluvias y de todos los
reptiles imaginables. Isaacs murió en
Ibaqué, a los cincuentaiocho años. El
presidente Miguel Antonio Caro, enemigo político del autor, prohibió los
homenajes en su honor.
VEINTE POEMAS DE AMOR Y UNA CANCION DESESPERADA

Cuando en 1924
aparece este poemario, Neruda tenía veinte años y ya había publicado
“Crepúsculario” (1923; éste había sido un libro de exuberancia lírica, producto
de una desbocada inspiración cuya originalidad aún era balbuceante; descubrirlo,
produjo una honda reflexión autocrítica en el poeta: “Estaba equivocado. Debìa desconfiar de la inspiración. La razón debía guiarme paso a paso por los
pequeños senderos” (“Confieso que he vivido”, Pablo Neruda; Editorial La Oveja
Negra, 1982. Pág. 60). Así, “Veinte
poemas de amor y una canción desesperada” definen su oficio en el cual la
inspiración siempre estará acompañada por un esfuerzo racional y exigente. De su obra nos dice el autor: “Los Veinte
poemas de amor y una canción desesperada” son un libro doloroso y pastoril que
contienen mis más atormentadoras pasiones adolescentes, mezcladas con la
naturaleza arrolladora del sur de mi patria.
Es un libro que amo porque a pesar de su aguda melancolía está presente
en él el goce de la existencia” (Obra Cit; pág. 60). El poeta que se anunciaba en “Crepúsculario”
nace definitivamente en este libro; Amor y Naturaleza son sus temas
fundamentales, y entre ellos discurre la ardiente poesía de Neruda. En la naturaleza halla rasgos de la amada, y
en la amada, caracteres de la naturaleza; su amor alcanza el erotismo
trajinando lo telúrico; la naturaleza en Neruda no es espacio muerto, ella es
un corazón palpitante que siente lo que siente el poeta:… “Innumerable corazón
del viento / latiendo sobre nuestro silencio enamorado /… zumbando entre los
árboles, orquestal y divino / como una lengua llena de guerras y de cantos /…
Viendo que lleva en rápido robo la hojarasca / y desvía las flechas latientes
de los pájaros” (Poema 4). La revelación
de su yo lírico es simultáneo a la conquista poética del espacio geográfico, no
más espacios inventados, ahora se trata de espacios rescatados por la memoria
recobrados para la poesía; “pero el panorama son siempre las aguas y los
árboles del sur. Los muelles del
Carahue, y de Bajo Imperial”. Esta
conquista ya no será abandonada por el poeta en su obra posterior. Chile y Latinoamericanos siempre estarán
presentes en su obra. En este escenario
nativo se inserta el apasionado corazón del vate; allí, amor y entorno, se corresponden
en armoniosa reciprocidad. Acerca de la
musa que inspiró los ardientes versos de este poemario. Neruda nos dice: “Siempre me han preguntado
cuál es la mujer de “Los veinte poemas”, pregunta difícil de contestar. Las dos
o tres que se entrelazan en esta melancólica y ardiente poesía corresponden,
digamos, a Marisol y a Marisombra.
Marisol es el idilio de la provincia encantada, con inmensas estrellas
nocturnas y ojos oscuros como el cielo mojado de Temuco (…) Marisombra es la
estudiante de la capital. Boina gris, ojos suavísimos, el constante olor a
madreselva del errante amor estudiantil…”
Buscando en la obra, se encuentran poemas claramente dedicados a
Marisol, la alegría y juventud provinciana y Marisombra, el amor de la
ciudad. A Marisol:… “Niña morena y ágil,
nada hacia ti me acerca todo de ti me aleja, como del mediodía. / Eres la delirante juventud de la abeja / la
embriaguez de la ola / la fuerza de la espiga. /… Mi corazón sombrío te busca,
sin embargo, / y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada. / Mariposa morena dulce y definitiva / como
el trigal y el sol, la amapola y el agua”.
(Poema 19). a Marisombra … “Te
recuerdo como eras en el último otoño /
eras la boina gris y el corazò9na en calma. / En tus ojos peleaban las llamas del
crepúsculo, / y las hojas caían en el agua de tu alma. / … Apegada a mis brazos como una enredadera,
/ las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
/ Hoguera de estupor en que mi sed ardía. / Dulce Jacinto azul torcido sobre mi alma”. (Poema
6) El poeta, la amada y la poesía
adquieren ribetes pluridimensionales.
Así emerge la figura de la amada – guía: …”En ti los ríos cantan y mi
alma en ellos huye como tú lo desees y hacia donde tú quieras, / márcame mi
camino en tu arco de esperanza / y soltaré en delirio mi bandada de
flechas”. (Poema 3); la amada –
compañera, omnímoda ocupante del mundo:… “Ámame compañera. No me abandones. Sígueme, compañera, en esa
ola de angustia/ … Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. / Todo lo
ocupas tú, todo lo ocupas”. (Poema 5);
la amada – tierra, generosa y dispuesta a ser fecundada:… “Cuerpo de mujer,
blancas colinas muslos blancos / te pareces al mundo en tu actitud de entrega. / Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y
hace saltar el hijo de la tierra”.
(Poema 1); la mujer – creadora:… “oh grandiosa y fecunda y magnética
esclava / del círculo que en negro y dorado sucede: / erguida, trata y logra
una creación tan viva / que sucumben sus flores, y llena es de tristeza”. (Poema 2).
Sin embargo esta amada creadora es a su vez creada por el amor del
poeta, su singularidad es obra del amor:… “para sobrevivirme te forjé como un
arma / como una flecha en mi arco, como
una piedra en mi honda”. (Poema!)… “a nadie te pareces desde que yo te amo (…)
/…quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos”. (Poema
14). La exaltación amorosa del poeta es
tal que hace de la amada salvación y naufragio; plasmando así quizá la única
dualidad posible en la eterna e incierta dialéctica del amor:… “Ultima amarra,
cruje en ti mi ansiedad última. / En mi tierra desierta eres la última
rosa”. (Poema 8)… “Todo te lo tragaste,
como la lejanía. / Como el mar, como el tiempo.
Todo en ti fue naufragio” (La canción desesperada). Y en un monólogo interior, la amada es
palabra y recuerdo:… “ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. / Es tan corto el amor, y es tan largo el
olvido. /… Porque en noches como ésta la
tuve entre mi brazos. / Mi alma no se contenta con haberla perdido. / … Aunque
éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que
yo le escribo” (Poema 20). En “Veinte
poemas de amor y una canción desesperada” hay un reiterado intento del poema
por describirse así mismo, buceando en las profundidades de su ser `´intimo.
Empieza describiéndose como un ser en soledad y sombras:… “Fui solo como un
túnel. De mi huían los pájaros / y en mi la noche entraba su invasión
poderosa”. (Poema 1); como un ser en angustia irreductible:… “soy el
desesperado, la palabra sin ecos / el que lo perdió todo, y el que todo lo
tuvo”. (Poema 8). La soledad del poeta
tiene que ver con la naturaleza áspera y salvaje de su alma:… “Cuánto te habrá
dolido acostúmbrate a mí, / a mi alma sola y salvaje, / a mi nombre que todos
ahuyentan”. (Poema 14)… “Tu presencia es
ajena, extraña a mí como una cosa. / Pienso, camino largamente, mi vida antes
de ti. / Mi vida antes de nadie, mi áspera vida. / El grito frente al mar,
entre las piedras, / corriendo libre, loco, en el vaho del mar. / Desbocado,
violento, estirado hacia el cielo”. (Poema 17).
Y este ser angustiado, áspero y solo, risueño a ratos, descubre su
exteriorización plena en el amor y la palabra.
La palabra hecha poesía, que pre – existió al amor:… “Y las miro lejanas
mis palabras. / Más que mías son tuyas. / Van trepando en mi viejo dolor cojo
las yedras. /… Ellas trepan así por las paredes húmedas. / Eres tú la culpable
de este juego sangriento. /… Ellas están huyendo de mi guarida oscura. / Todo
lo llenas tú, todo lo llenas. /… Antes que tú poblaron la soledad que ocupas /
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza¨”. (Poema 5); acompaña al amor:… “ahora quiero
que digan lo que quiero decirte y para que tú las oigas como quiero que me oigas”.
(Poema 5); y sobrevive al amor:… “Puedo escribir dos versos más tristes esta
noche. /… Escribir por ejemplo: “La noche está estrellada, / y tiritan, azules,
los astros, a lo lejos”. /… el viento de la noche gira en el cielo y canta. /
.. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Yo la quise, y a veces
ella también me quiso. / … en las noches como ésta la tuve entre mis brazos. /…
La besé tantas veces bajo el cielo infinito. /…ella me quiso, a veces yo
también la quería. / Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. /… Puedo escribir
los versos más tristes esta noche. / Pensar que no la tengo. Sentir que la he
perdido. /… Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. / Y el verso cae al
alma como el pasto el rocía. /… Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. /
La noche está estrellada y ella no está conmigo. /.. Eso es todo. Al o lejos alguien canta. A lo lejos. / Mi alma no se contenta con
haberla perdido”. (Poema no se contenta
con haberla perdido” (Poema 20). Por
otro lado, veamos algunas figuras literarias que dan belleza al poemario:
METAFORA; “Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar el hijo del
fondo de la tierra”… “He ido marcando con cruces de fuego / al atlas blanco de
tu cuerpo”… “cuando he llegado al vértice más atrevido y frío / mi corazón se
cierra como una flor nocturna”… “Cementerio de besos, aún hay fuego en tus
tumbas, / aún los racimos arden picoteados de pájaros”. ELIPSIS; “Para sobrevivirme te forjé como un
arma, / como una flecha en mi arco / como una piedra en mi honda”… “Cielo desde
un navío. Campo desde los cerros. / Tu
recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!”… “¡Ah! Seguir el camino que
se aleja de toda, / donde no esté atajando la angustia, la muerte, el invierno,
/ con sus ojos abiertos entre el rocía” ANAFORA:…”ah los vasos del pecho! ¿Ah
los ojos de ausencia! / Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!”
…”Para mi corazón basta tu pecho / para tu libertad bastan mis alas”… “Tú estás
aquí. Ah tú no huyes. / Tú me
responderás hasta el último grito”… “Me gustas cuando callas y estás como
distante. / Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. / Y me oyes desde
lejos, y mi voz no te alcanza: / déjame que me calle con el silencio tuyo”… “Y
la ternura, leve como el agua y la harina. / Y la palabra apenas comenzada en los
labios”. HIPERBATON: “Del sol cae un
racimo en tu vestido oscuro. / De la noche las grandes raíces / crecen de
súbito desde tu alma., / y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas, … “
… “Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
/ El río anuda al mar su lamento obstinado” polisíndeton: “Oh grandiosa
y fecunda y magnética esclava / del círculo que en negro y dorado sucede: /
erguida, trata y logra una creación tan viva / que sucumben sus flores, y llena
es de tristeza”. ENUMERACIÓN: “Ah vastedad
de pinos, rumor de olas quebrándose, / lento juego de luces campana solitaria,
/ crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca, / caracola terrestre, en ti la tierra
canta! / Cruza encima de mi corazón, sin detenerte”… “Ansiedad de piloto, furia
de brazo ciego, / turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio”. SIMIL: “Como pañuelos blancos de adiós viajan
las nubes, / el viento las sacude con sus viajeras manos”… “Hago rojas señales
sobre tus aojos ausentes / que olean como el mar a la orilla de un faro”… “Oír
la noche inmensa, más inmensa sin ella. / Y el verso cae al alma como el pasto
el rocío”… “Para que tú me oigas / mis palabras / se adelgazan a veces / como
las huellas de las gaviotas en las playas”.
REDUPLICACION: “Ellas están huyendo de mi guarida oscura. / Todo lo
llenas tú, todo lo llenas”… “Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. /
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas”… “Siempre, siempre te alejas en las tardes /
hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”… “Pasan huyendo los pájaros. / El viento.
El viento” … “Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas, / y
tienes hasta los senos perfumados”… “Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
/ Y estoy alegre, alegre de que no será cierto”… “Eres mía, eres mía, mujer de
labios dulces, / y viven en tu vida mis infinitos sueños”… “Arde, arde, llamea,
chispea en árboles de luz. / Se
derrumba, crepita. Incendio. Incendio”… “y mi alma baila herida de virutas
de fuego. / Quién llama? Qué silencio
poblado de ecos? / Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la
soledad, / hora mía entre todas!”… “Se desciñe la niebla en danzantes
figuras. / Una gaviota de plata se
descuelga del ocaso. / A veces una vela. Altas, altas estrellas”. POLIPOTE: “Ahora
quiero que digan lo que quiero decirte / para que tú las oigas como quiero que
me oigas”… “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Yo la quise, y
a veces ella también me quiso”.
CONCATENACION: Escuchas otras voces en mi voz dolorida. / Llanto de
viejas bocas. / Ámame, compañera. No me
abandones. Sígueme, / Sígueme,
compañera, en esa ola de angustia”… “Mi alma nace a la orilla de tus ojos de
luto. / en tus ojos de luto comienza el país del sueño” IMPOSIBLE. “Los pájaros nocturnos picotean las primeras
estrellas / que centellean como mi alma cuando te amo”. IMAGEN: “Galopa la noche en su yegua sombría
/ desparramando espigas azules sobre el campo”… “Aquí te amo. / En los oscuros
pinos se desenreda el viento. /… Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
/ Pero la noche llega y comienza a cantarme.
/ La luna hace girara su rodaja de sueño”. ANTITESIS:
”Soy el desesperado, la palabra sin
ecos, / el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo””. EPANADIPLOSIS: “última amarra, cruje en ti mi
ansiedad última. / En mi tierra desierta eras la última rosa”. PROSOPOPEYA: “el agua anda descalza por las
calles mojadas. / De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas”. SINESTESIA:
“Pálido y amarrado a mi agua devorante / cruzo en el agrio olor del
clima descubierto / aún vestido de gris y sonidos amargos, / y una cimera
triste de abandonada espuma”. ASINDETON.
“Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única, / lunar, solar,
ardiente y frío, repentino, dormido en la garganta de las afortunadas / islas
blancas y dulces como caderas frescas”… “Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco”…
“Sacudida de todas las raíces, / asalto de todas las olas! / Rodaba, alegre,
triste interminable, mi alma”.
HIPERBOLE: “Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos, / es hora de
seguir otro camino, donde ella no sonría”.
SIMILICADENCIA: “Pensando, enredando sombras en la profunda soledad. /
Tú también estás lejos, ah más lejos que nadie. / Pensando, soltando pájaros,
desvanecido imágenes, / enterrando lámparas”… “Pensando, enterrando lámparas en
la profunda soledad. / Quién eres tú, quién eres?”. CONVERSION: “El grito frente al mar, entre
las piedras, / corriendo libre, loco, en el vaho del mar”. PARONOMASIA: “A veces amanezco, y hasta mi
alma está húmeda. /Suena, resuena el amor lejano. / Este es un puerto. / Aquí
te amo”. PARADOJA: “Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. / Es
tan corto el amor, y es tan largo el olvido”. En cuanto a la versificación, hay
una predominancia en el uso del cuarteto (Poemas 1, 2, 3, 6, 9, 12, 13, 14, 15,
16 y 19) y del dístico con verso libre, salvo algunas esporádicas rimas
asonantes (Poemas 4, 5, 7, 8, 10, 20 y “La canción desesperada”). Predomina así mismo la métrica irregular como
si el autor hubiera estado más atento a su inspiración que a la rigidez
ARIEL

La filosofía positivista del siglo XIX llega a
Latinoamérica a través de pensadores franceses influenciados por esta escuela
filosófica, me refiero a Renán y Taine.
Lo espiritual en ellos se halla en la razón; la razón se encarna en un
ideal que es lo único que realmente configuran al hombre superior. Pocas obras en América han causado el impacto
y trascendencia de “Ariel”, convirtiendo a su autor en el guía espiritual de la
generación que inaugura el siglo: La
generación Novecentista. José Enrique
Rodó había nacido en Montevideo el 15 de julio de 1870 rodeado de mimos y
holgura económica; su afición a las letras se muestra precozmente, llevándolo a
publicar en una revista infantil, “Los primeros albores”, cuando apenas
alcanzaba los once años. El ensayo
latinoamericano no tenía precedentes, podemos afirmar que habían surgido
ensayistas chilenos, argentinos, etc.; pero no ensayistas latinoamericanos
–quizá Sarmiento estuvo más cerca de serlo-... Rodó es el auténtico forjador
del ensayo latinoamericano, en este género encontró la posibilidad de reunir
reflexión y belleza, meditación y modernismo.
Los míticos personajes de “La Tempestad” (Shakespeare) son
admirablemente recreados en la pluma de rodó, quien los convierte en personajes
y posibilidades del destino latinoamericano.
El hombre superior que se anuncia en Ariel” necesitaba de un profeta tal
como la juventud latinoamericana necesitaba de un maestro, éste es Próspero, el
“Maestro profeta”, el venerable anciano, que tras haber entregado lo mejor de
sus eros pedagógico a un grupo de jóvenes, resume las enseñanzas impartidas en
su última lección, que es precisamente al cuerpo de la obra. “Aquella tarde, el viejo y venerado maestro,
a quien solían llamar Próspero, por alusión al sabio mago de “La Tempestad”
shakesperiana, se despedía de sus jóvenes discípulos, pasado un año de tareas,
congregándolos una vez más a su alrededor.
Ya habían llegado ellos a la amplia sala de estudios, en la que un gusto
delicado y severo esmerábase por todas partes en honrar la noble presencia de
los libros, fieles compañeros de Próspero. Dominaba en la sala –como numen en
un ambiente sereno- un bronce primoroso,
que figuraba el ARIEL de “La
Tempestad”. Junto a este bronce se
sentaba habitualmente el maestro, y por ello le llamaban con el nombre del mago
a quien sirve y favorece en el drama el fantástico personaje que había
interpretado el escultor. Quizá en su
enseñanza y su carácter había, para el hombre, una razón y un sentido más profundos”
(“Ariel”, José Enrique Rodó; Editorial La Oveja Negra – 1986, pág. 7). Ariel y
Calibán son personajes – símbolos, son las dos posibilidades que se ofrecen al
devenir latinoamericano. “Ariel, genio
del aire, representa, en el simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte
alada y noble del espíritu. Ariel es el
imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la
irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la
acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la
inteligencia; el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando
al hombre superior los tenaces vestigios de Calibán símbolo de sensualidad y de
torpeza, con el cincel perseverante de la vida”. (obra cit, pág. 7). La juventud es luz, amor, energía; es el
espacio donde se producen las renovaciones espirituales de los pueblos; es en
ella donde se refugia la esperanza, cuando el exterior es sólo de indecisión,
estupor y desaliento. “América necesitad
e su juventud” dice Rodó y hacia ella dirige lo más hondo de su verbo
idealista. El influjo de la cultura
norteamericana ya se había dejado sentir en Latinoamérica, ya nuestras
universidades iniciaban o estaban por iniciar la formación de profesionales que
por ahondar en su especialización empezaban a descuidar su formación
humanística integral. “Pero por encima
de los afectos que hayan de vincularos individualmente a distintas aplicaciones
y distintos modos de la vida, debe velar, en lo íntimo de vuestra alma la conciencia
de la unidad fundamental de nuestra naturaleza, que exige que cada individuo
humano sea, ante todo y sobre todo otra cosa, un ejemplar no mutilado de la
humanidad, en el que ninguna noble facultad del espíritu quede obliterada y
ningún alto interés de todos pierda su virtud comunicativa”, (obra Cit, pág.
19) Estas mutilaciones espirituales a
las que alude Rodó privan al alma de “Vida interior”, imposibilitan al hombre
de estremecerse frente a la belleza natural o artística; y es la belleza un camino
paralelo y cercano a la senda del bien, prepara al hombre y a las culturas para
aceptar los dictados de la virtud. El
hombre que así lo comprende, ha elevado a la más lata cumbre su razón, es el
hombre superior… un aristócrata del espíritu.
“A la concepción de la vida racional que se funda en el libre y
armonioso desenvolvimiento de nuestra naturaleza, e incluye, por lo tanto,
entre sus fines esenciales, el que satisface con la contemplación sentida de lo
hermoso, se opone –como norma de la conducta humana- la concepción UTILITARIA,
por lo cual nuestra actividad, toda entera, se orienta en relación con la
inmediata finalidad del interés”. (obra
cit, pág. 38) La concepción de la vida
racional es el ideal encarnado en Ariel, aún es posible para Latinoamérica que
no ha ingresado del todo a la concepción utilitarista, al llamado
“americanismo” …Sin embargo, Rodó, piensa que el bienestar material logrado por
el utilitarismo americano puede servir al ideal, pues, el ideal necesita
instalar su reino en una sociedad que haya conquistado su bienestar material,
fijémonos por ejemplo en la Atenas de Pericles, donde las notas más altas de la
belleza se dieron cita en la tragedia, la escultura y pintura. El bienestar material es un medio, jamás un
fin en sí mismo. Toda sociedad alberga
hombres superiores, pero la superioridad de éstos está en su superioridad
espiritual y moral, nunca en el poder económico, político, social o racial a
ciegas. Esta aristocracia del espíritu
tiene la elevada misión e llevar a su pueblo a la civilización, a lo más
decantado de la civilización. “La
multitud, la masa anónima, no es nada por sí misma. La multitud será un instrumento de barbarie o
de civilización según arezca o no del coeficiente de una alta dirección
moral”. En Latinoamérica está por nacer
–dice Rodó- tal aristocracia intelectual, serán los herederos de “Ariel”
quienes lúcidamente acepten que la auténtica igualdad de los hombres está en su
capacidad de ser perfectibles, en la capacidad de potenciar las nobles aptitudes,
que traen al nacer pero que al mismo tiempo, de facto, sólo unos cuantos han
logrado perfeccionar colocándose en un… nivel superior no para subyugar sino
para servir de modelo, para guiar a los demás hombres en su ascenso espiritual. La democracia entonces sólo es posible, si se
admite esta desigualdad de facto, así se hablará” … de una democracia dirigida
por la nación y el sentimiento de las verdades superioridades humanas; de una
democracia en la cual la supremacía de la inteligencia y la virtud –únicos
límites para la equivalencia meritoria de los hombres –reciba su autoridad y s
prestigio de la libertad, y descienda sobre las multitudes en la efusión
bienhechora del amor”. (Obra cit, pág.
53) Alertada de los peligros del
canibalismo, utilitarismo norteamericano, y, esclarecido su horizonte, la
juventud latinoamericana tiene una ardua tarea por cumplir, ha de sumergirse en
ella aun sabiendo que sus logros quizá no alcancen a su generación, porque las
grandes transformaciones espirituales es labor abnegada de varias generaciones
con un propósito y un destino común.
Tras la sentida exposición de su última lección de amor que les brindara
Próspero, los jóvenes discípulos se retiraron con el espíritu recogido y melancólico;
era ya de noche, y tras un prolongado silencio, el más joven del grupo
dijo: “Mientras la muchedumbre pasa, hoy
observo que, aunque ella no mira el cielo, el cielo la mira. Sobre su masa indiferente y oscura, como
tierra de surco, algo desciende de lo alto.
La vibración de las estrellas se parece al movimiento de unas mareas de
sembrador”. (obra cit, pág. 89); era sin
duda el primer huésped del reino de Ariel … era Ariel, hecho carne. La formación autodidacta no le impidió a Rodó
abordar con eficacia y objetividad sus preocupaciones culturales y filosóficas
más recurrentes y prueba de ello son sus ensayos, entre los que destacan: “El que vendrá” (1897), “Ariel” (1900),
“Liberalismo y jacobinismo” (1906), “Motivos de Proteo” (1909), “El mirador de
Prospero”” (1913), “El camino de Paros” (1918), “Hombres de América” (1920),
“Nuevos motivos de Proteo” (1932). Para
Henríquez Ureña, que desde muy joven dedicó una particular atención a la obra
del ensayista uruguayo, el método de Rodó “se funda en el análisis,
principalmente psicológico, auxiliado por una erudición extensa y ordenada, una
brillante imaginación y una exquisita sensibilidad estética” (“La obra de
Rodó”, Pedro Henríquez Ureña).
LITERATURA
ESPAÑOLA
EL LAZARILLO DE TORMES

Tres
ediciones de “La vida del Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y
adversidades” se hallan fechadas en 1554, y los lugares de impresión son
Burgos, Alcalá de Henares y Amberes. Son
varios los personajes a quienes se ha designado como supuestos autores, entre
ellos Diego Hurtado de Mendoza, fray Juan de Ortega, el dramaturgo Sebastián de
Horosco, el humanista Juan de Valdés y, aunque con menos fijeza, a Cristóbal de
Villalón. Como consecuencia de las
grandes guerras europeas y de la emigración a América de soldados y colonos, se
desatienden las faenas del campo y, como consecuencia de las épocas bélicas
inquietas, hay una tendencia al parasitismo y la holgazanería, de lo que es un
buen ejemplo, con su melancólica inacción, el tipo de escudero en “El Lazarillo
de Tormes”. El pícaro viene a brotar de estos
ambientes propicios, como flor parásita, entre los muchos pecados que
ordinariamente suelen nacer de la ociosidad.
Tal como se halla la picaresca en
“El Lazarillo de Tormes”,
pertenece, pues, a la literatura realista caracterizada por el personaje
central, un anti-héroe por diversos elementos: uno, anarquizante, de desprecio
hacia las leyes, contrario a la sociedad y sus formulismos; otro, en la técnica
de mozo de muchos amos, que ofrece a través de su historia una galería de tipos
de clases diversas que tienen que vivir aguzando su ingenio, luchan do con las
dificultades que le presenta la fortuna, resuelve humorísticamente su conflicto
con la moral y la sociedad. El estilo
del lazarillo, popular, se amolda al personaje, que en primera persona cuenta
sus andanzas, forma que seguirán las siguientes novelas. En “El Lazarillo de Tormes”, y en general en
todo el género de la “novela picaresca”, el factor social, tiene un papel
importante. Lázaro entra en la vida con
bondad y sencillez; es un tipo lleno de humanidad que se lleva nuestra
simpatía. La perfidia, el engaño, la
mísera avaricia, la crueldad brutal, según los diversos medios en que se halla,
crean un ambiente propicio a desarrollar su ingenio hacia la astucia, el
enredo, el hurto un tanto inocente. Ya
esta obra, en 1559, se hallaba en el “Índex” del inquisidor Valdés, quien
permitió más adelante la publicación del texto expurgado. Veamos a continuación el argumento de la
novela.
TRATADO PRIMERO:
Lázaro, protagonista y narrador en primera persona, empieza a contar una serie
de hechos que han configurado su vida.
Primeramente nos enteramos que es hijo de Tomé González y de Antonia
Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca, que su nacimiento fue dentro
del río Tormes, por lo cual tomó el sobrenombre; que su familia era de escasos
recursos económicos y que su padre, antes de morir, había sufrido prisión por
robo. No pasó mucho tiempo para que la
madre de Lázaro se amancebara con un negro, con quien tuvo un “negrito” que
cuando veía a su padre, se espantaba, y abrazándose a Lázaro, lloraba y
gritaba, “cuco”… “mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese,
determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y vínose a vivir a la
ciudad y alquiló una casilla, y se metió a guisar de comer a ciertos
estudiantes, y lavaba la ropa aciertos mocos de caballos del Comendador de la
Magdalena, de manera que fu frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno, de aquellos que las
bestias curaban, vinieron en conocimiento.
Este algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día llegaba a la puerta en
achaque de comprar huevos y entrabase en casa.
Yo, al principio de su entrada, pesábame con él habíale miedo, viendo el
color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con su venida mejoraba el
comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el
invierno leños. (…) mi madre vino a darme un negrito muy bonito (…) como el
niño veía a mi madre y a mí blancos y a él no, (…) decía: -¡Madre, coco! (…)
dixe entre mí: ¡Cuántos deben haber en el mundo que huyen de otros, porque no
se ven a sí mismos!” (“El Lazarillo de Tormes”, Editorial Santiago; págs. 12,
13 y 14). Un día llegó un ciego que manifestó
a doña Antonia que Lázaro tenia cualidades para servirle de guía. Como ésta
tenía dificultades para la manutención del muchacho, su madre lo encomienda en
manos del ciego y lo despide diciéndole: “…Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno y dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto: “Válete
de ti”. El invidente tenía infinidad de
formas de obtener dinero. Decía saber
oraciones para aquellas mujeres que no parían, para las que estaban de parto,
para aquellas cuyos maridos no las querían, etc. De éstas obtenía grandes provechos y ganaba
más en un mes que cien ciegos en un año; pero el ciego era avariento y mezquino
y Lázaro pasaba hambre al lado de él.
Cansado de las mofas y abusos que el ciego hacía en él, Lázaro decidió
abandonarlo, no sin antes vengarse del invidente. Le hizo dar un cabezazo contra un pilar de
roca maciza, que el pobre ciego quedó tirado por mucho rato, aprovechando que
el malherido era atendido por mucha gente, Lázaro huyó con destino a Torrijos.
TRATADO
SEGUNDO: En un lugar que llamaban
Maqueda, topó Lázaro con un clérigo quien, cuando fue a pedirle limosna, le
preguntó si sabía ayudar en la misa, a lo que el muchacho respondió que sí. El clérigo resultó más avaro y roñoso que el
ciego, al punto, que devoraba ante la mirada hambrienta del muchacho un trozo
de carnero y a él sólo le daba los huesos.
Al cabo de tres semanas enflaqueció tanto que no podía tenerse en
pie. El clérigo guardaba en un arca
mendrugos de pan y otros alimentos, que Lázaro veía con mucho deseo y
hambre. Buscó entonces el rapazuelo un
calderero (de esos que hacen llaves) y, haciéndose creer que había perdido la
llave del cofre y que su amo lo azotaría, logró que el calderero probara todas
las llaves que tenía en un llavero, en la cerradura del arca. Logró abrirla para regocijo de Lázaro, quien
le manifestó que no tenía con qué pagarle; el hombre se engulló el mejor bodigo
de pan que había, y así la deuda quedó saldada. Sospechando el clérigo que día
a día desaparecían los panes, Lázaro tuvo que recurrir a otro embuste; como el
arca era vieja y tenía pequeños agujeros, fu desmigajando el pan y así se lo
comía día a día; el clérigo culpó a los ratones. Lázaro cuando dormía, escondía la llave del
arca en su boca; por uno de los agujeros de la llave salía cierta noche el aire
espirado por Lázaro. El clérigo creyendo
que era una serpiente, dio tal garrotazo sobre el lugar de donde provenía el
silbido, que el pobre Lázaro casi pierde la cabeza. Al poco tiempo, el clérigo tomó de la mano a
Lázaro, y, dejándolo en la calle, le dijo:
“Lázaro, de hoy más eres tuyo y no mía.
Busca amo y vete con Dios, que hoy no quiero en mi compañía tan
diligente servidor. No es psi8ble sino
que hayas sido mozo de ciego” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 61). Y santiguándose de él como si estuviera
endemoniado, cerró la puerta de su casa.
TRATADO
TERCERO: Después de haber sido puesto en la calle por el clérigo, Lázaro, flaco
y hambriento, va a dar otra vez a Toledo.
Allí vive de limosnas durante algún tiempo hasta que, forzado por la
gente a buscarse un amo y después de mucho buscar, se topó con un escudero que
iba por la calle con razonable vestido y bien peinado, el cual le cogió como
servidor. Sin embargo, cuando Lázaro
piensa que finalmente ha encontrado el amo que “había menester”, se da cuenta
que aquél vive miserablemente, sin nada de comer y tan sólo con una pobre y
“negra cama” donde dormir. Lázaro
quedase pensando en todos aquellos infelices que andan por las calles vestidos
más o menos con el único traje que tienen y con el estómago vacío, y la gente
alrededor de ellos ignorantes de todo.. “” ¿Quién encontrara aquel mi señor que
no piense, según el contento de sí lleva, haber anoche bien cenado y dormido en
buena cama, y, aunque ágora es de mañana. No le cuenten por bien
almorzado? ¡Grandes secretos son, señor,
los que vos hacéis y las gentes ignoran!
¿a quién no engañará aquella buena disposición y razonable capa y sayo?
¿Y quién pensará que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día con aquel mendrugo
de pan que su criado Lázaro truxo un día y noche en el arca de su seno, do no
se le podía pegar mucha limpieza; y hoy, lavándose las manos y cara, a la falta
de paño de manos, se hacía servir de la halda del sayo? Nadie por cierto lo sospechara. ¡Oh señor, y cuántos de aquéstos debéis vos
tener por el mundo derramados, que padecen, por la negra que llaman honra, lo
que por vos no sufrirían!” (Edic. Cit, Ibídem; pág. 75). Rabiando de hambre y dando vuelta a su “ruin
fortuna”, Lázaro se ve forzado a pedir limosna, medio a través del cual busca
alimento no sólo para sí mismo sino también para su amo. El pequeño se da cuenta de que éste forma
parte de ese grupo de hidalgos arruinados que, aunque muertos de hambre, sin
embargo, llenos de presunción, la padecen “por la negra que llaman honra”. Pero
una vez más, Lázaro se encuentra sin amo cuando el escudero huye al verse
perseguido por no pagar el alquiler de su casa.
TRATADO CUARTO:
Después Lázaro se asentó con un fraile de La Merced. A este nuevo amo no hace más que
caracterizarlo como hombre que prefiere la vida mundana a la del convento. Lázaro no cuenta ninguna historia que le haya
ocurrido con el fraile, sino que informa al destinatario de su carta (al lector
en general) que solamente salió de su compañía “por otras cositas que no digo”
TRATADO QUINTO:
El quinto amo de Lázaro fue un buldero (antiguamente persona comisionada para
distribuir las bulas de la Santa Cruzada y recaudar el producto de la limosna
que daban los fieles), todo un rufián y desvergonzado al decir de Lázaro. El buldero se las arreglaban con mañosos
artificios para lograr que la gente comprara las bulas. El buldero en combinación con otro rufián,
simula un litigio, donde éste último lo injuria llamándolo mentirosos y
estafador. El buldero, invocando a Dios,
pues, se hallaba dentro de la iglesia, pone a éste como testigo de su honradez:
… “-Señor Dios, a quien ninguna cosa es escondida, ante lodos manifiestas, y a
quien nada es imposible: tú sabes la verdad y cuán injustamente yo soy
afrentado. (…) Señor, no lo disimules;
más luego muestra aquí milagro, y sea de esta manera: que, si es verdad lo que
aquél dice y que yo traigo maldad y falsedad, este púlpito se hunda conmigo (…)
y, si es verdad lo que yo digo y aquél, persuadido del demonio, por quitar y
privar a los que están presentes de tan gran bien, dice maldad, también sea
castigado y de todos conocida su malicia” (Edic. Cit, Ibídem; pág. 106). Terminado su discurso el compinche cayó
estrepitosamente al suelo ante el asombro de todos los presentes. La noticia de este hecho se divulgó por todas
las comarcas, el buldero y su secuaz no tuvieron que hacer mucho esfuerzo para
embaucar a todos los feligreses que encontraban en su camino. Engañaba así, el buldero, magistralmente a
los curas y clérigos donde iba a predicar.
Aunque el buldero le cayó en gracia, Lázaro sólo permaneció con éste
cerca de cuatro meses, en los cuales pasó grandes fatigas, pero comía bien, a
costa de los clérigos engañados por su amo.
TRATADO SEXTO:
Luego Lázaro tuvo como amo a un maestro de pintar panderos, a quien le molía
los colores. De éste sólo sabemos que
con él, sufrió mil males. Luego, siendo
ya un mozuelo, tuvo como amo a un capellán, quien le puso un asno y cuatro
cántaros, con los cuales Lázaro comenzó a echar agua por la ciudad. Cada día daba a su amo treinta maravedíes, y
el obtenía treinta para sí, a la semana, ahorró durante cuatro año y pudo
vestir honradamente, llegando incluso a comprarse una espada. Cuando se vio hecho un hombre de bien, dejó
al capellán que tomase su asno y le dijo que ya no quería seguir más en el
oficio.
TRATADO SÉTIMO:
Después de abandonar al capellán, Lázaro va a trabajar con un alguacil, con el
cual vivió muy poco, por parecerle un oficio muy peligroso. Cuenta que una noche los corrieron a él y al
alguacil con piedras y palos; a él no pudieron cogerlo, pero a su amo sí. De allí para adelante la vida de Lázaro
cambiaría totalmente, poniendo fin a todas sus penurias y fatiga al alcanzar un
oficio real, en este caso de pregonero, el mismo que aún conserva en el momento
que hace su relato. Por otro lado, a
instancias del Arcipreste de San Salvador, su señor, viendo que Lázaro le
pregonaba sus vinos con mucho éxito, procuró casarlo con una criada suya. Lázaro aceptó de buena manera y termina
diciendo: “Pues en este tiempo estaba mi
prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna; de lo que de aquí adelante me
sucediere avisará a vuestra mercede”.
(Edic. Cit; Ibídem, pág. 127).
Tratando de conceptuar lo que es el “realismo”, podemos decir que es la
manera de tratar los asuntos en que se describe la realidad sin atenuación o
idealización. En el mismo sentido, el
término “real” se opone a “imaginario” o “fantástico”. Si comparamos “El
Lazarillo de Tormes” con la narrativa de su tiempo” los “Libros de caballería”
y la “Novela Pastoril” veremos que en éstos imperaba por un lado lo fantástico,
maravilloso e inverosímil de la acción y, por otro lado, la idealización de
personajes y de ambientes, así como su atemporalidad. Frente a estas obras. “El Lazarillo de
Tormes” presenta a un personaje cuyas acciones jamás se asemejan a gestas
heroicas o bien están motivadas por nobles sentimientos (patrióticos, amorosos
y religiosos) y que además sólo persiguen un fin muy poco idealista: matar el
hambre. Además, las aventuras de Lázaro
no suceden en lugares idílicos ni fantásticos, sino en lugares bien concretos y
conocidos (Salamanca y Toledo) y en tiempos y ambientes sociales y económicos
bien determinados, y el mundo en que se mueve es un mundo de mezquindad,
hipocresía o simplemente miserable.
Finalmente, frente a una narrativa –como la caballeresca y pastoril- que
presentaba al personaje con una sicología estática e inmutable a través de los
tiempos, el “Lazarillo de Tormes” presenta la evolución psicológica de su
personaje a medida que el tiempo avanza y tiene que ir enfrentándose a nuevas
situaciones. Podríamos agregar que la novela picaresca se caracterizó por ser
netamente española, de fuerte y vigoroso realismo. Son un documento vivo desde la España de los
siglos XVI y XVII; festivas y satíricas a la vez, son en apariencia
autobiográfica y escrita casi todas en primera persona; carecen en realidad de
argumento y no aparece en ellas el amor.
Entre las novelas picarescas más importantes tenemos “Rinconete y
Cortadillo”, de Cervantes; “El gran tacaño o vida del buscón”, de Quevedo: “La
Dorotea”, de Lope de Vega; “la pícara Justina”, de Francisco López de Ubeda;
“El diablo cojuelo”, de Luis Vélez de Guevara; “Vida del escudero marcos de
Obregón”, de Vicente Espinel; “Guzmán de Alfarache” de Mateo Alemán y
“Estebanillo González”, de autor anónimo.
Entre las fuentes probables o antecedentes de la novela picaresca suelen
citarse: en las letras latinas, el
“Satiricón”, de Petronio (Siglo I) y “El asno de oro”, de Apuleyo (Siglo II), y
en las letras castellanas, el “libro de buen amor”, del Arcipreste de Hita, el
“Corbacho”, del Arcipreste de Talavera; y la “Celestina”
LA VIDA ES SUEÑO

Esta comedia,
obra maestra del teatro calderoniano, fue compuesta aproximadamente en 1635,
cuando el autor frisaba ya los treintaicinco años. La obra se inicia cuando Rosaura, una mujer
disfrazada de varón, ha entrado en Polonia en compañía de su criado
Clarín. La mujer se lamenta de haber sido
derribada por el caballo que la conducía así como de su mala suerte. Mientras descienden de una montaña, atisban
entre las peñas una extraña torre que tiene puerta abierta. Después de oír un
ruido de cadenas, escuchan las lamentaciones de un hombre, que no es otro que
Segismundo, quien dirige sus lamentos al cielo, preguntando la razón de su
estado y comparándose desfavorablemente con las aves, los peces y el arroyo que
gozan de mayor libertad que él:… “¡Ah, mísero de mí! ¡Ay infeliz! / Apurar,
cielos, pretendo, / ya que me tratáis así / qué delito cometí / contra vosotros
naciendo; / aunque si nací, ya entiendo / qué delito he cometido: / bastante
causa ha tenido / vuestra justicia y rigor, / pues el delito mayor / del hombre
es haber nacido” (“La vida es sueño”, Pedro Calderón de la Barca; Salvat
Editores S.A. y Alianza Editorial. Pág. 20, vv. 107 – 117). Al percatarse que ha sido escuchado se
enfurece y sujeta a Rosaura con intenciones de darle muerte. La presencia de la mujer disfrazada, que él
cree varón, lo perturba y sosiega y, por último, le conforta. Rosaura le confiesa que se siente consolada
al saber que existe otro ser más desdichado que ella, Segismundo deja atrás la
crueldad, y siente admiración por aquel extraño personaje que ha venido a
perturbar su soledad. En el preciso
instante que Rosaura le va a manifestar su verdadera identidad, las voces de
Clotaldo, después de ordenar a seis hombres que le cubran el rostro para no ser
reconocidos, ordena desarmarse a los intrusos. Segismundo amenaza con poner fin
a su vida antes que consentir que Clotaldo les haga daño. Segismundo es vuelto a encerrar en la
prisión, mientras que Rosaura entrega la espada a su captor diciéndole que con
ella viene a Polonia a vengarse de una afrenta.
Clotaldo reconoce en ella, la espada que entregó a la bella Violante,
para que la poseyera el hijo de ambos.
Es así como Clotaldo, sin imagínaselo, tiene ante sí a su hijo varón (No
se olvide que Rosaura está disfrazada de varón). Clotaldo se ve en un dilema: la obediencia al
rey de Polonia, quien ha ordenado la muerte de quienes descubran la prisión y
existencia de Segismundo, y su amor de padre, junto a la obligación que tiene
de ayudar a recobrar el honor de su hijo.
Adopta la resolución de presentarse al rey y manifestarle el caso, y que
sea él quien decida:… “Mi hijo es, mi sangre tiene / pues tiene valor tan
grande; / y así, entre una y otra duda / el medio más importante / es irme al
rey / y decirle / que es mi hijo / y que le mate. / Quizá la misma piedad / de
mi honor podrá obligarle; / y si le merezco vivo, / yo le ayudaré a vengarse de
su agravio; mas si el rey, / en sus rigores constante, / le da muerte, morirá /
sin saber que soy su padre” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 29; vv 471 - 484). Por otro lado, en el salón del Palacio Real,
Astolfo, duque de Moscovia, después de colmar de halagos a su prima Estrella,
le manifiesta su intención de suceder en el trono a su tío Basilio. Cuando murió Eustorgio III, rey de Polonia, dejó
tres hijos: Basilio, Clorilene (madre de Estrella) y Recisunda (madre de
Astolfo). Basilio fue quien sucedió en
el trono a Eustorgio, y ahora, al ver Astolfo que su tío Basilio ha enviudado
sin dejar herederos, pretende conseguir el amor de su prima Estrella, para que
al apoderarse del trono no haya desavenencias políticas. Estrella al oír la proposición amorosa de
Astolfo, reprocha a éste, que lleve pendiente del pecho el retrato de otra
mujer. El diálogo entre los primos se
trunca por la entrada solemne del rey Basilio al que Astolfo y Estrella
tributan al unísono elogios y afectuoso sometimiento. En un largo discurso, que el rey dirige a sus
sobrinos y a toda la corte, éste da cuenta de sus amplios conocimientos
astrológicos y revela que con su esposa tuvo un hijo, cuyo nacimiento se vio
rodeado de hechos extraños. La madre
presagió las malas que aquel hijo traería: entre ideas y delirios del sueño,
vio que un monstruo en forma de hombre rompía sus entrañas. Al nacer Segismundo sucedieron extraños
acontecimientos: un eclipse de sol, los cielos se oscurecieron, temblaron los
edificios, llovieron piedras y los ríos se tiñeron de sangre. La madre murió en el parto, y Basilio en sus
estudios astrológicos previó que su hijo sería el príncipe más cruel, el hombre
más atrevido y el monarca más impío; y lo peor de todo, es que sometería a su
propio padre. Revela el rey que el niño
no murió como se había publicado, sino que, fiado en tales indicios, lo encerró
en una torre, ignorado de todos, salvo de Clotaldo, quien lo ha instruido en
las ciencias y en la religión católica.
Existen, pues, tres razones contrapuestas: librar a Polonia de la
opresión de un rey tirano, concederá su hijo los derechos que le corresponden y
la sospecha de haber dado demasiado crédito a los vaticinios. Ante las dudas,
el rey toma la decisión de poner al día siguiente a Segismundo en su propio
trono para que gobierne sin que él sepa que es su hijo. Dependerá del comportamiento de Segismundo el
que no continúe en su papel de príncipe o sea devuelto a la torre, reinando en
su lugar sus sobrinos Astolfo y Estrella.
Astolfo y toda la corte aclaman al rey.
Llega Clotaldo e informa al rey que dos intrusos han entrado en la torre
donde Segismundo se halla cautivo.
Basilio perdona a los presos puesto que y no hay que mantener la
prohibición. Clotaldo ve que ya no es
necesario decir que uno de los detenidos es hijo suyo. Rosaura agradece el perdón real y le reitera
a Clotaldo su propósito de lavar su honor con la venganza. Ante estas palabras, Clotaldo devuelve a
Rosaura su espada. Declara que su
ofensor es Astolfo, duque de Moscovia, quien quiere casarse con Estrella
dejándola a ella de lado. Ante el
asombro de Clotaldo, Rosaura le hace ver que no es varón, como hasta entonces
la suponía su propio padre. Clotaldo
cuenta al rey cómo ha administrado a Segismundo la bebida adormecedora en el
transcurso de una conversación sobre el águila y el poder. Una vez narcotizado el príncipe, en un coche
es trasladado hasta el mismo cuarto del rey, donde lo acuestan en la cama de éste. Clotaldo, que no había estado presente cuando
el rey explicó su decisión, solicita a éste que le comunique sus
propósitos. Repite Basilio
abreviadamente su parlamento anterior, haciendo mención a la idea del mundo
como sueño:…”… Y así he querido dejar U/abierta al daño esta puerta / del decir
que fue soñado / cuando vio. Con esto
llegan / a examinarse dos cosas: / su condición, la primera; / pues el
despierto procede / en cuanto imagina y piensa; / y el consuelo, / la segunda,
/ pues aunque ahora se vea / obedecido y después / a sus prisiones se vuelva, /
podrá entender que soñó / y hará bien cuando lo entienda / porque en el mundo,
Clotaldo / todos los que viven sueñan” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 47, vv. 1169 -
1184). Clotaldo no puede ocultar sus dudas
sobre el éxito de la trama del rey.
Aparece Clarín y cuenta a Clotaldo que Rosaura, haciéndose pasar por su
sobrina, se ha hecho dama de Estrella.
Debido a que está pasando muchas penurias, sobre todo hambre, Clarín
insinúa a Clotaldo que él podría contar cuanto sucede al rey, a Astolfo y a
Estrella, y que eso no sería conveniente para nadie. ¨Clotaldo admite que su queja está fin
fundada y lo admite a su servicio.
Despierta Segismundo, confuso y admirado de lo que le rodea. Rechaza la posibilidad de que sean un sueño
los servidores y el magnífico lecho y decide dejarse llevar por la
corriente. Clotaldo le explica la
razonad e su encierro. Segismundo se
encoleriza y le acusa de traidor por haberle mantenido en prisión. En un arrebato de ira se dispone a matarlo
con sus propias manos, pero un criado se lo impide. Clarín a pesar de la ira que domina al
príncipe, acierta a caer en gracia.
Segismundo tiene una disputa con Astolfo, que se queja de que le ha
acogido fríamente. Estrella acude a dar
la bienvenida al príncipe, quien queda admirado por su belleza. Trata con atrevimiento a su prima y el mismo
criado que antes habían estorbado la agresión a Clotaldo, se le interpone
ahora. Cansado de la insolencia del
lacayo, Segismundo, colérico, lo arroja por un balcón al mar y amenaza a
Astolfo, quien está por retirarse. Acude
Basilio y le reprocha el homicidio y expresa su temor a los brazos del
hijo. Este replica acusando al padre de
haberle quitado su derecho a la corona.
Basilio le advierte que sea humilde y lénido porque quizá esté soñado. Segismundo dialoga con Clarín y le manifiesta
que lo que más le ha maravillado es la hermosura de la mujer, pues, ella es un
breve cielo. Es el momento en que
aparece Rosaura, cuya belleza piensa Segismundo que ha visto ya en otra
parte. El príncipe galantea con Rosaura a
quien compara favorablemente con Estrella.
Rosaura quiere retirarse pero Segismundo le niega su anuencia. Mientras esto acontece, Clotaldo escucha tras
unas cortinas. Rosaura amenaza retirarse
sin autorización provocando la ira del príncipe. Clotaldo sale de su escondite para impedir
una tragedia y Segismundo trata de atacarlo con su daga. Astolfo aparece y ambos se baten con
espadas. La aparición del rey Basilio
logra que cese la lucha. El príncipe
amenaza a su padre diciéndole que aún no ha vengado el modo injusto con que él
lo ha criado y Basilio anuncia al final de la experiencia:… “Pues antes que lo veas / volverás a dormir a
donde creas / que cuanto te ha pasado / como fue bien del mundo, fue
soñado”. Estrella pide a Astolfo que le
entregue el retrato de la otra dama (Estrella desconoce que es el retrato de
Rosaura), que traía antes colgado del cuello.
Encarga a Astrea (nombre que ha adoptado Rosaura para ser su dama de
honor), que aguarde la entrega del retrato pedido. Llega Astolfo y encuentra inesperadamente a
Rosaura, quien le dice que la ha confundido con otra persona. Astolfo no se deja engañar, pero en un
forcejeo, pierde el retrato. Estrella
los encuentra en plena disputa y Rosaura, para salir del paso, inventa la treta
de que Astolfo le había cogido un retrato suyo y que no quería devolvérselo,
pero que al fin logró arrebatárselo.
Rosaura se retira habiendo recuperado su retrato y diciéndole a Estrella
que trate de recuperar el suyo. Astolfo
se ve así en un aprieto, pues, el único retrato que tenía era el de Rosaura y
no encuentra forma de salir del lío. Estrella
lo acusa de ser un grosero y un villano.
La acción transcurre de nuevo en la torre, donde Segismundo, como al
principio, se encuentra echado en el suelo con pieles y cadenas. Clarín ha sido también encarcelado por
Clotaldo porque sabe demasiados secretos.
El rey y Clotaldo presencian cómo Segismundo recobra el
conocimiento. Todavía en su delirio
expresa el deseo de que muera Clotaldo y que su padre se humille ante él. Segismundo despierta creyendo haber tenido un
sueño. Clotaldo lo engaña diciéndole que
no ha hecho más que dormir desde su última conversación. Cuenta el príncipe su “sueño” del
palacio. De ese sueño retiene como
verdad el amor de una mujer… “De todos era señor, / y de todos me vengaba; /
sólo a una mujer amaba… / que fue verdad, creo yo, en que todo se acabó, / y
esto sólo no me acaba” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 75-76, vv. 2322 - 2327). Basilio, que ha presenciado la escena, se
retira enternecido. Segismundo
reflexiona en soliloquio acerca de que el vivir es soñar y de que todos cumplen
su papel en el mundo, soñando:… “Es
verdad, pues reprimamos / esta fiera condición, / esta furia, esta ambición, /
por si alguna vez soñamos; y sí haremos, pues estamos / en mundo tan singular,
/ que el vivir sólo es soñar, / y la experiencia me enseña / que el hombre que
vive, sueña / lo que es, hasta despertar. / Sueña el rey que es rey, y vive /
con este engaño mandando, / disponiendo y gobernando; / y este aplauso que
recibe / prestado, en el viento escribe; / y en cenizas le convierte / la muerte
(¡desdicha fuerte!)/ Qué hay quien
intente reinar, / viendo que ha de despertar / en el sueño de la muerte? /
Sueña el que afana y pretende, / sueña el que agravia y ofende, / y en el mundo
en conclusión, / todos sueñan lo que son, / aunque ninguno lo entiende. / Yo
sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado, / y soñé que en otro estado /
más lisonjero me vi / ¿Qué es la vida? Un frenesí; / ¿Qué es la vida?, una
ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es peque3ño; / que toda
la vida es sueño, / y los sueños, sueños son” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 76-77,
vv. 2238 - 2377). Los soldados se
sublevan y van a libertar al príncipe Segismundo. Los soldados liberan a Clarín confundiéndolo
con Segismundo. Desecho el equívoco, el
príncipe rehúsa al principio las grandezas que se le ofrecen por suponer que
son “sueños”; pero acepta luego encabezar la rebelión contra la tiranía. Clotaldo se mantiene fiel al rey y Segismundo
decide dejarlo ir para que se una al rey.
Segismundo con sus tropas se dirige contra Basilio, quien cree
incontenible la sublevación popular y piensa que se ha destruido así mismo y a
su patria, aunque aún le queda energía para decir: “Dadme un caballo, porque yo en persona /
vencer valiente un hijo ingrato quiero; / y en la defensa ya de mi corona, 7 lo
que la ciencia erró, venza el acero” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 86, vv. 2689 -
2692). Astolfo ha sido nombrado heredero
del trono, pero ya ha comprendido que todo poder es prestado. Por otro lado, Rosaura insta a Clotaldo a que
repare su honor dando muerte a Astolfo.
Este no acepta porque Astolfo lo libró de Segismundo en palacio cuando
éste lo atacó. Las razones de Rosaura no
persuaden a Clotaldo, quien le aconseja vivir en un convento. Rosaura está decidida a dar muerte al duque,
y cuando se separa de Clotaldo, éste parece aceptar de forma ambigua la
decisión de su hija. Rosaura alcanza al
ejército de Segismundo y le pide amparo.
Comenta las veces que se encontró con él y le cuenta la historia de las
desdichas de su madre y de ella. Ofrece
a Segismundo la ayuda de su brazo, al mismo tiempo que le pide protección para
reparar su honor. Ambos están unidos en
una misma empresa. Las largas
reflexiones de Rosaura sacan a Segismundo definitivamente de dudas acerca de su
experiencia en palacio. Vence el
príncipe la tentación de gozar de Rosaura y decide mirar por su honra. Se entabla la batalla entre los ejércitos de
Basilio y Segismundo. Clarín, que se ha
protegido convenientemente para ver el combate como si se tratase de un
espectáculo, es alcanzado por una bala perdida.
Sus últimas palabras sirven para recapacitar al rey sobre el proceder
erróneo que ha tenido con su hijo. Los
rebeldes, victoriosos, dan alcance a Basilio, que se arroja a los pies de
Segismundo. El príncipe dirige un
discurso a toda la corte en el cual manifiesta que los designios de los cielos
son inescrutables, el que se aprovecha de ellos creyéndolos interpretar, miente
y engaña; manifiesta además que su padre hizo de él un bruto, una fiera humana:…
“Y a quien mueve / las ondas de la borrasca, / y cuando fuera (escuchadme) /
dormida fiera mi saña, / templada espada mi furia, / mi rigor quieta bonanza, /
la fortuna no se vence / con injustica y venganza, / porque antes se incita
más; / y así, quien vencer aguarda / a su fortuna, ha de ser / con cordura y
con templanza” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 106, vv. 3436 - 3447). Pide el príncipe a su padre que se levante y
le dé la mano, al tiempo que él se postra ante éste. Todos aclaman al reconciliación de Basilio y
Segismundo. Este último pide a Astolfo
que repare su deuda con Rosaura, cuando éste manifiesta que el único problema
existente es el hecho que Rosaura no posee nobleza. Clotaldo declara que ella
es noble porque es hija suya. Segismundo se casará con su prima Estrella y
recompensará a Clotaldo por su lealtad al rey Basilio. El soldado que le sacó de la cárcel, pide a
Segismundo su recompensa; Segismundo le contesta muy sabiamente, provocando la
admiración de todos: …”La torre, y porque no salgas / de ella nunca, hasta
morir / has de estar allí con guardas, / que el traidor no es menester, /
siendo la traición pasada…” (Edic. Cit; Ibídem,
pág. 108, vv. 3528 - 3532). Segismundo
reafirma que llegó a saber que toda dicha humana pasa como un sueño, y,
rompiendo la ilusión de la historia fingida, como actor de la comedia, pide
perdón por las faltas que hubiera cometido en la representación. En cuanto a la obra en sí, diremos que los
doce monólogos que se dan en la obra sirven para expresar los conflictos
interiores que se dan en algunos personajes.
La intensidad dramática de estos soliloquios caracteriza el arte de
Calderón, en general, y a “La vida es sueño”, en particular. Dos de estos monólogos están puestos en boca
de Rosaura, seis en la de Segismundo, correspondiendo a Clarín y a Clotaldo dos
a cada uno. Otro recurso que gustaba a
Calderón y que lo vemos utilizado en “La vida es sueño”, es la suspensión y
aplazamiento de una secuencia. Un corte
muy brusco en la obra, es aquel en que Rosaura va a revelar su identidad a
Segismundo y las voces de Clotaldo la interrumpen. Esto acontece en el primer acto, y Segismundo
sólo se enterará del enigma hasta mediado el tercero. Innegablemente que este tipo de suspensiones
acrecientan el interés del espectador y aumenta mucho las posibilidades
dramáticas. En cuanto al tiempo, la obra
está fuera de todo tiempo histórico, y en lo que se refiere al lugar la
historia se sitúa en Polonia. Astolfo es
duque de Moscovia, región de Moscú, y de allí viene también Rosaura. En cuanto a la versificación, Calderón
utiliza predominantemente el verso octosílabo y la rima consonante. La obra tiene 3550 versos. Así mismo, los versos son muy ricos en
figuras literarias. Veamos: HIPERBATON:…
“Llegó de su parto el día, / y los presagios cumplidos”… “Y no merece / mi
humildad tan grande dicha / que esa turbación le cueste”. ANAFORA:… “la pasión de mis ojos / la
suspensión a mis ojos, / la admiración al oído”… “Esto como rey os mando, /
esto como padre os pido, / esto como sabio os ruego, / esto como anciano os
digo”… “Con qué respeto te miro, / con qué afecto te venero, / con qué
estimación te asisto”. CONCATENACION:
… “¡La Libertad y el Rey vivan! / Vivan
muy enhorabuena; / que a mi nada me da pena U/ como en cuenta me reciban”. ASINDETON:… “la de menos beldad habiendo sido
/ por más bella y hermosa, / sol, lucero, diamante, estrella y rosa”… “Más que
ha de hacer un hombre / que de humano no tiene más que el nombre, / atrevido,
inhumano, / cruel, soberbio, bárbaro y tirano, / nacido entre las fieras”…
“Suelta, digo, / caduco, loco, bárbaro, enemigo, / o será de esta suerte / el
darte ahora entre mis brazos muerte”.
ALEGORIA:… “Por qué ha de estar / guardando en prisión tan grave / Clarín
que secretos sabe, / donde no pueda sonar”.
EPITETO:… “que hoy he de dar la batalla, / antes que la oscura sombra /
sepulte los rayos de oro”. PARONOMASIA:
… “Pues para todas las fiestas / despojado y despejado / se asoma a su
desvergüenza”. EPIFONEMA:… “tu favor
reverencio; / respóndate retórico el silencio, / cuando tan torpe la razón se
halla, / mejor habla, Señor, quien mejor calla”. HIPERBOLE:… “¿así se marcha
acero tan brioso / en una sangre helada?
SINECDOQUE:… “Quita la osada mano del acero”. SINESTESIA: …
“Harás que de cortés pase a grosero, / porque la resistencia / es veneno
cruel de mi paciencia”… “¡Gracias a Dios que llegaron / ya mis desdichas
crueles”. METONIMIA:… “Acciones vanas /
querer que tenga yo respeto a canas;” SILEPSIS:… “Vos alegáis que habéis sido /
hija de hermana mayor; ¡” RETRUECANO:… “soy un hombre de las fieras, / y una
fiera de los hombres”… “…ha de darme / ella el honor, que aunque yo / no sé qué
secreto alcance, / se que alcanza algún secreto”. PARADOJA:… “si sabes que tus desdichas; /
Segismundo, son tan grandes, / que antes de nacer moriste”… “Siendo un
esqueleto vivo, / siendo un animado muerto”… “¡Que un hombre con tanta hambre /
viniese a morir viviendo!” REDUPLICACIÓN:…”Pues no ha de ser, no ha de ser /
mírame otra vez sujeto / a mi fortuna”… “ya os conozco, ya os conozco, / y sé
que es para lo mismo / con cualquiera que se duerma”… “¡Seguidle! / no quede en
sus cumbres planta a / que no examine el cuidado, / tronco a tronco y rama a
rama”. IMPOSIBLE: … “llovieron piedras
las nubes, / corrieron sangre los niños.
PELONASMO:… “Dadme un caballo, porque yo en persona / vencer valiente un
hijo ingrato quiero,”… “yo ofendida, yo burlada, / quedé triste, quedé loca, /
quedé muerta, quedé yo, / que es decir que quedó toda / la confusión del
infierno / cifrada en mi Babilonia”.
SINONIMIA:… “¡Válgame el cielo, qué veo! / ¡Válgame el cielo, qué
miro!2… “Sueña el pobre que padece / su miseria y su pobreza”. EPANADIPLOSIS:…
“de una vez; pero hasta entonces / valedme, cielos, valedme”… “de tu sangre,
que ya con triste modo / todo es desdichas y tragedias todo”… “¡Viva
Segismundo, viva!”. ANTITESIS:… “Pues en
duda semejante / de vivir o de morir, / no sé cuáles son más grandes”… “escribe
con líneas de oro / en caracteres distintos, / del cielo nuestros sucesos, / ya
adversos o ya benignos”… “¡yo despertar de dormir / en lecho tan excelente”… “
y estos / unos suben, otros bajan, / unos se desmayan viendo / la sangre que
llevan otros” … “Tan poco hay de unas a otras, que hay cuestión sobre saber /
si lo que se ve y se goza / es mentira o es verdad!”. METAFORA:… “En viéndola teñida / en esa
infame sangre”… “¿Quién Astolfo, podrá parar prudente / la furia de un caballo
desbocado?”. INTERROGACION: … “¿Yo, por
dicha, solicito / dar muerte a mi padre? ¿No.
/ Arrojé del balcón yo / al Icaro de poquito?” … ¿Soy por ventura? ¿Soy?
/ ¿El que preso y aherrojado / llego a verme en tal estado?”… “¿Mas que soy
príncipe huero?”. POLIPOTE:… “porque no
sepas que sé que sabes flaquezas mías”… “y cuando te miro más, / aún más mirarte
deseo”… “Dejarme quiero servir, / y venga lo que viniere”… “donde imposible
parece / que halle razón que me alivie, / ni alivio que me consuele”… “yo he
cobrado mi retrato, / venga ahora lo que viniere… “hoy a Polonia has venido / a
perderme y a perderte”. ELIPSIS:… “No en
vano prevenía / a este reino infeliz su tiranía / escándalos tan fuertes / de
delitos, traiciones, tiras, muertes”… “En èl previno rigores, / soberbias,
desdichas, muertes, / y en todo digo verdad…”…” y el cielo un amago breve / la triste
cabeza tengo / llena de mil chirimias, / de trompetas y embelecos, / de procesiones, de cruces, / de disciplinantes…
“Concluyendo, se puede afirmar que “La vida es sueño” trata los grandes temas
del hombre: la libertad, las pasiones,
el destino, las relaciones paterno – filiales, la condición humana, etc. Calderón murió el 23 de Mayo de 1681. Pide en su testamento un entierro humilde y
puntualiza: “Llevándome descubierto por
si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida
con públicos desengaños de mi muerte”.
Sus restos fueron sepultados en la iglesia de Atocha y trasladados a
principios de este siglo a la iglesia de Los Dolores, de donde se perdieron a
raíz de un incendio en la guerra Civil Española de 1936. Su verdadero nombre era Pedro Calderón de la
Barca Henao de la Barrera Reaño, y había nacido el 17 de Enero de 1600
EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Yo he
encontrado en las novelas de Cervantes un verdadero tesoro, en ellas he hallado
al mismo tiempo diversión y enseñanza. Como nos regocijamos al poder considerar
excelente lo que ya es tenido como tal…, y cuánto se avanza en el camino al
hallar la coincidencia de nuestras propias apreciaciones con las más
autorizadas de otro tiempo” (Carta de Goethe a Schiller, en 1795). Estas palabras de Johann Wolfgang Von Goethe
donde se alude a la célebre obra de Miguel de Cervantes, son por demás
concluyentes. “El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha”, uno de los libros más editados y traducidos a infinidad
de idiomas tiene la particularidad de haber superado en fama a su autor, el
complutense Miguel de Cervantes Saavedra Cortinas, nació en 1547, probablemente
el 29 de Setiembre y que muriera pobre y enfermo de hidropesía el 23 de Abril
de 1616. Cervantes encontró editor, para
el “Quijote”, en Valladolid, adonde se había trasladado para informa sobre las
incidencias surgidas siendo recaudador de la Armada Invencible. Tenía entonces 58 años y hacía 20 años que había
aparecido “La Galatea”, obra que tuvo poco éxito. El privilegio para la publicación del
“Quijote” está firmado el 26 de Setiembre de 1604. La obra apareció en Enero de 1605, en Madrid,
editada por Francisco de Robles, “Librero del Rey”. El libro está dedicado a don Alfonso Diego
López de Zúñiga Sotomayor, sétimo duque de Béjar. El tipógrafo que la compuso se llamaba Juan
de la Cuesta. Esta primera parte del
“Quijote” consta de cincuentaidós capítulos, y en ella se narran las dos
salidas del héroe y las aventuras en que intervino. La segunda parte apareció en 1615 y consta de
sesentaicuatro capítulos y en ella se narra la tercera y última salida del
héroe y las aventuras que tuvo. La obra
se inicia en un lugar de la Mancha donde vivía un hidalgo que frisaba los
cincuenta años de edad. De complexión
recia, seco de carnes, gran madrugador y amigo de la caza, vivía don Alfonso
Quijano, que así se llamaba el hidalgo, en compañía de un ama y una
sobrina. Leía tantos libros de
caballería que un día decidió hacerse caballero andante e irse por el mundo
deshaciendo todo género de agravios.
Bautizó a su caballo con el n hombre de “Rocinante” que era, según él,
mejor que el “Bucéfalo” de Alejandro o el “Babieca” del Cid. Ocho días demoró en conseguir un nombre más
apropiado para él. Acordándose que el
valeroso Amadís no se conformó con su nombre a secas, sino que el añadió el
nombre de su reino y patria para hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula,
así quiso hacer con la suya y se puso Don Quijote de la Mancha. Lo único que le faltaba era una dama de quien
enamorarse, porque caballero andante sin amores es como árbol sin hojas. Se acordó entonces de una labradora de quien
él estuvo enamorado, pero que ella jamás lo supo, llamada Aldonza Lorenzo, a quien
él llamaría en adelante Dulcinea del Toboso, porque era natural de aquel
lugar. Sin avisar a nadie, y armado de
todas sus armas, don Quijote se echó a andar sobre su Rocinante llegando a los
campos de Montiel. Allí divisó una venta (que a él le parecía castillo) donde
solicitó al ventero, hombre gordo y socarrón, que le otorgara el don de armarlo
caballero pues, de lo contrario como hombre común no podría cumplir con sus
objetivos. Viendo el ventero que su
huésped, quien ya había golpeado con su lanza a dos arrieros del lugar, le
estaba ocasionando problemas y que por otro lado le fallaba el juicio, se
apresuró a concederle la petición:… “Estando en esto, llegó acaso a la venta un
castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco
veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso
castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan
candeal y las rameras damas, y el ventero castellano del castillo, y con esto
daba por bien empleada su determinación y salida. Más lo que más le fatigaba era el no verse
armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en
aventura alguna sin recibir la orden de caballería” (“Obras completas de Miguel
de Cervantes “. Editorial Juventud –
Barcelona; tomo I, pág. 445). Fingiendo
que musitaba algunas oraciones el ventero bendijo a don Quijote quien se
hallaba de rodillas, así como también a sus armas. Don Quijote se despidió de él con gran regocijo
y agradecimiento. El hidalgo caballero
decide regresar a su aldea para proveerse de un escudero, pues, como ya era
caballero, era menester conseguirse uno.
No había andado mucho cuando encontró a un labrador que azotaba a un
muchacho llamado André. El muchacho era
el criado del labrador, y como casi todos los días le extraviaba una oveja del
hato que cuidaba, lo estaba reprimiendo para que escarmentara. Don Quijote le ordena que desate al muchacho
lo que el labrador cumple temeroso. Más
cuando vio que aquel extraño se retiraba, el labrador volvió a amarrar y a
azotar al muchacho hasta dejarlo casi muerto.
Topose luego don Quijote con seis mercaderes toledanos que iban a
comprar seda a Murcia y creyendo ser cosa de aventura, los hizo detenerse para
que confesaran que no había en el mundo doncella más hermosa que la incomparable
Dulcinea del Toboso. Ante la negativa de
éstos que alegaban que no podían afirmar tal cosa sin haber visto antes a la
dama, arremetió don Quijote contra ellos, pero con tal mala suerte que tropezó
Rocinante cayendo su jinete estrepitosamente.
Uno de los criados de los mercaderes aprovechó la ocasión para darle de
palos al magro caballero que quedò9 muy mal herido. Allí lo dejaron los mercaderes, pero por
suerte para don Quijote, pasó por allí uno de los vecinos que al reconocerlo se
lo llevo de regreso a la aldea. Don
Quijote creyendo que quien lo socorría era el marqués de Mantúa se dejó llevar
dócilmente. Mientras don Quijote
dormía. Pedro Pérez, que así se llamaba
el cura, pidió las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros
que había perturbado a su tío. Con la
ayuda del barbero, maese Nicolás, hizo un escrutinio de los libros existentes
procediendo a quemar en el corral de la casa muchos de ellos:… “Pidió (el cura)
las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros autores del
daño, y ella se las dio de muy buena gana.
Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien
cuerpos (volúmenes) de libros grandes muy bien encuadernados, y otros pequeños;
y así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y
tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo. -Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe
este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tiene n estos
libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echándolos del
mundo… Causó risa al licenciado la
simplicidad del alma, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros
uno a uno, para ver de qué se trataban, pues, podía ser hallar algunos que no
mereciesen castigo de fuego” (Edic. Cit; Ibídem, págs. 464 – 465). Cuando don Quijote despertó y no encontró sus
libros, atribuyó el suceso al sabio encantador Frestón, gran enemigo suyo. Quince días permaneció don quijote en su
casa, después de los cuales solicitó a un labrador vecino suyo, hombre de bien,
pero de muy poca sal en la mollera para que lo acompañara en su segunda salida
como su escudero. El hombre se llamaba
Sancho Panza, quien dejo mujer e hijos por ir a servir a aquel hombre que entre
otras cosas le prometió la gobernación de una ínsula. Partieron una noche sin que nadie los viese
tomando don Quijote nuevamente el camino que iba por los campos de
Montiel. Iban departiendo tranquilamente
cuando descubrieron más de treinta molinos de viento a quien el hidalgo caballero
llamó “desaforados gigantes”. Por más
que Sancho quiso hacerle ver que no eran gigantes sino molinos, don Quijote
arremetió lanza en ristre contra ellos.
Incrustóse la lanza en una de las aspas que al girar por causa del
viento, se llevó tras de sí al caballo y al caballero, que fue rodando por el
campo muy maltrecho. Cuando Sancho le
quiso reiterar que eran molinos y no gigantes, don Quijote lo hizo callar
diciéndole que el sabio Frestón había convertido los gigantes en molinos para
quitarle la gloria de la victoria…” …que
las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto
más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el
aposento y los libraos ha vuelto estos gigantes en molino por quitarme la
gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al
cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada” (Edic. Cit;
Ibídem, págs.. 480 – 481) Sancho subido en su jumento llamado Rucio y don
Quijote en Rocinante, siguieron el camino del puerto Lápice, en busca de nuevas
aventuras. Al llegar la noche don
Quijote se la pasó en vela pensando en su señora Dulcinea, mientras Sancho que
tenía el estómago lleno durmió de corrido.
Al otro día siguieron su camino y encontráronse con dos frailes de la
Orden de San Benito. Detrás de éstos
venía un coche acompañado por cinco hombres a caballo. Como en el coche había una especie de bulto
negro, don Quijote concluyó que allí escondían esos hombres a alguna princesa
y, creyendo que los frailes comandaban la comitiva y sin saber que tan sólo
iban por el mismo camino, arremetió contra los religiosos lanza en ristre. Uno de los religiosos fue a dar al piso
mientras que el otro corrió más veloz que el viento. Sancho se apresuró a despojar de sus hábitos
al fraile caído; pero cuando lo hacía legaron los criados de los frailes que se
habían retrasado y al interrogar a Sancho porqué desnudaba al fraile, éste les
contestó que aquello le tocaba como
despojos de batalla ganada por su señor don quijote, pero como los mozos no
entendían de batallas ni de nada, atacaron a Sancho y lo molieron a coces
dejándolo tendido en el suelo sin aliento ni sentido. Quien venía en el coche no era ninguna cautiva
sino una señora vizcaína que iba a Sevilla, donde estaba su marido. Un escudero vizcaíno que acompañaba a la
mujer al ver que don Quijote no dejaba pasara el coche se enfrentó con él. El vizcaíno llevó la peor parte y hubo de
prometer que iría a Toboso a ponerse a disposición de Dulcinea. Caballero y escudero prosiguieron su camino
hasta que llegaron a las chozas de unos cabreros donde comieron con deleite,
sobre todo Sancho que no estaba acostumbrado a abstinencias prolongadas. Allí pasaron la noche conversando hasta que
fueron interrumpidos por un mozo que refirió una triste y larga historia sobre
un pastor estudiante llamado Crisóstomo, muerto de amores por la endiablada
moza Marcela. Siguiendo su camino buscando
más aventuras llegaron escudero y caballero a un prado lleno de fresca hierba
donde se dispusieron allí a pasar las horas de la siesta. Allí cerca pacía una manada de yeguas
galicianas de unos arrieros yangüenses.
Rocinante las olió y sin pedir permiso a su amo fue a refocilarse con
ella; más las que tenían más ganas de pacer que de otra cosa lo recibieron a
mordiscones. Alarmados los arrieros
acudieron al lugar y dieron con sus estacas tal golpiza que lo dejaron tirado
en el suelo. Don Quijote que también
había acudido ante los relinchos de su bienquerido jaco vio como los yangüenses,
que eran como veinte, atacaban al indefenso Rocinante. Se produjo un terrible combate donde como era
de esperar, caballero y escudero quedaron muy mal heridos. Asustados del estado en que los habían
dejado, los yangüenses tomaron sus yeguas y se fueron. Sancho acomodó a don Quijote sobre su
jumento, y puso de reata a Rocinante; luego se encaminó donde le pareció que
podía estar el camino real. Llegaron a
una venta donde caballero y escudero fueron atendidos por el ventero. Don Quijote estaba convencido de que aquel
lugar era un castillo y no una venta.
Allí fue atendido y curado de sus golpes por una moza asturiana que era
tuerta y se llamaba Maritornes. Esta que
era medio puta concertó una cita con Sancho, prometiéndole que lo visitaría por
la noche. Como la cama del escudero
estaba junto a la de su señor, y éste aquella noche estaba imaginando que sería
visitado en su lecho por una hermosa señora, no es de extrañar que cuando
apareció la tuerta, cuyo olor hubiera hecho vomitar a un arriero, fue tomada en
brazos por don Quijote, pero no para poseerla sino para decirle que por respeto
a su amada Dulcinea no la tocaría.
Sancho, algo contrariado por los acontecimientos, se abalanzó contra su
señor golpeándolo fuertemente. Tal fue
el escándalo que se armó que tuvo que acudir el ventero para poner orden. Cuando al otro día se dispusieron a partir,
el ventero pidió a don Quijote que le pagara los gastos de su estadía, pero
como éste estaba convencido de que la venta no era tal sino un castillo se negó
a hacerlo. Salió don Quijote sin
percatarse si Sancho lo seguía y éste quedó a merced del ventero y unos amigos
de éste que allí estaban, quienes lo sacaron al corral, y allí, puesto el
escudero en mitad de una manta, comenzaron a levantarlo en alto. Acudiendo don Quijote a socorrer a su amigo
encontró la venta cerrada por lo cual hubo de rodearla buscando un lugar por
donde entrar. Legado a las paredes del
corral, que no eran muy altas, vio que su escudero bajaban y subían por el aire
con tanta gracia que si no hubiera sido por la cólera que tenía se hubiera
reído. No pudiendo hacer nada don
Quijote se limitó a insultarlos hasta que éstos ya cansado, pues, el gordo
Sancho pesaba mucho, lo dejaron. La
compasiva Maritornes lo socorrió y pagó ella de su dinero lo que escudero y
caballero debían. Así partieron
nuevamente Sancho y don Quijote a buscar nuevas aventuras. Iban don Quijote y su escudero conversando
amenamente cuando vieron que por el camino que iban venían hacia ellos una
grande y espesa polvareda. Don Quijote
alertó a Sancho que se preparara para el combate, pues, aquello que veían eran
dos grandes ejércitos que se disponían a luchar entre sí. Don Quijote como en la primera salida, sigue
desfigurando la realidad para acomodarla a sus fantasías caballerescas, pero
ahora tiene a su lado a Sancho, que inútilmente intenta sacarlo de su erro… “y
diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante y, puesta la lanza en ristre, bajó
de la costezuela como un rayo. Dióle
voces Sancho, diciéndole: -¡Vuélvanse vuestra merced, señor don Quijote, que
voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir! ¡Vuélvanse,
desdichado del padre que me engendró!
¿Qué locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni
gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros ni veros azules ni
endiablados. ¿Qué es lo que hace?
¡Pecador soy yo a Dios!” (Edic. cit; Ibidem, pág. 563). Con desbordante inventiva don Quijote
describe a los combatientes de uno y de otro bando, sus armas y sus escudos, en
una brillantísima enumeración llena de nombres pintorescos. Así aparecen Laurcalco, Mococolembo,
Brandabarbarán de Boliche, Timonel de Carcajona y Pierres Paín. Don Quijote, en
presencia de los rebaños, decide favorecer a uno de los dos ejércitos, y a
pesar de los ruegos y advertencias de Sancho, que intenta convencerle que se
trata de ovejas y carneros, los acomete y, como era de esperar, es derribado
por los pastores a pedradas. Al llegar
el desengaño y ver las cosas tal como son, atribuye la realidad al poder mágico
de ciertos encantadores enemigos suyos, que le transforman lo ideal; y así don
Quijote quedará convencido de que luchó contra un verdadero ejército, pero
convencido también de que los encantadores, a fin de humillar su gloria, lo han
transformado en un rebaño. Los pastores,
creyendo muerto a don quijote, cargaron las reses muertas, que pasaban de
siete, y sin averiguar otra cosa, se marcharon.
Aquella misma noche cabalgando don Quijote y Sancho por un oscuro camino
vieron llegar unos veinte encamisados que llevaban antorchas encendidas detrás
de los cuales venía una litera cubierta de luto. Don Quijote imaginó que la litera eran andas
donde debía ir algún malherido cuya venganza sólo a él le estaba reservada y,
enristrando su lanzón, arremetió contra uno de los enlutados, y malherido, dio
con él en tierra, y con presteza, hizo huir a los demás. El infeliz explicó que eran sacerdotes que
acompañaban desde Baeza a un muerto que iban a enterrar en Segovia. Aclarado el malentendido don Quijote dejo marchar
al sacerdote diciéndole que pidiese perdón de su parte a sus amigos por el
agravio. Mientras aconteció el
altercado, Sancho, que había estado desvalijando una acémila de los sacerdotes,
tuvo ocasión de contemplar a don Quijote a la luz de la antorcha de uno de los
descamisados, y pareciéndole que presentaba la más mala figura que jamás había
visto, le dio el nombre de “El Caballero de la Triste Figura”, denominación que
agradó a don Quijote y que decidió adoptar como apelativo, al estilo de los caballeros
andantes que, por diversas razones, tomaban nombres semejantes. Al día siguiente don Quijote y sancho topan
con un barbero que, para resguardarse de la lluvia, se había puesto la bacía en
la cabeza que por ser de metal brillante y estar muy limpia relumbraba
extraordinariamente. Don Quijote imaginó
que se trataba de un caballero que llevaba un rico yelmo de oro, y creyó que
éste era el famoso yelmo que, según los poemas caballerescos italianos,
Reinaldo de Montalbán había ganado matando al rey moro Mambrino. Poco trabajo le costó a don Quijote
apoderarse de lo que él llamaba yelmo de Mambrino, pues, así que el barbero lo
vio llegar lanza en ristre, se dejó caer del asno que montaba y huyo
ligerísimo, dejando en el suelo la bacía.
Don Quijote se apoderó de ella, por creer que la había ganado en buena
lid, y se la puso en la cabeza, lo que produjo la risa de Sancho, que bien veía
que se trataba del tan vulgar y corriente adminículo de los barberos, y, por su
cuenta, se apoderó de la albarda del asno del fugitivo. Y convencido que poseía el auténtico yelmo de
un célebre paladín, como premio concedido a su valentía, se puso en camino por
donde la buena voluntad de Rocinante dispuso.
Habían departido largamente escudero y amo, cuando se toparon con una
comitiva formada por doce hombres que venían a pie y encadenados. Estaban custodiados por guardines que los
conducían, como delincuentes que eran, a cumplir una condena remando en las
galeras del Rey, Don Quijote los detiene y se informa detalladamente de sus
fechorías, que con desparpajo y sorna le cuentan los propios maleantes, entre
los que se destaca Ginés de Pasamonte, el más cargado de delitos y de
cadenas. Don Quijote interpretando
elementalmente uno de los fines de la caballería medieval (dar libertad al
forzado o esclavizado) aunque ello suponga el olvido de la justicia y de
castigo de los malhechores, que constituían una de las misiones esenciales del
caballero, pidió a los guardias que liberaran a los presos y, ante la negativa
de éstos, arremete contra los vigilantes ayudado por los galeotes que habían
roto las cadenas que los sujetaban. Una
vez liberados, “El Caballero de la Triste Figura” se empeñó en hacerlos ir
hasta Toboso, a rendir pleitesía a Dulcinea. Viendo Pasamonte que tal empresa era
muy riesgosa, pues, ponía en riesgo su libertad y la de los otros presos,
apedrearon a su libertador y le robaron el gabán a Sancho. Para evitar caer en manos de la Santa
Hermandad que saldría en busca de los fugitivos galeotes, caballero y escudero
se internaron en Sierra Morena que les brindaba buen refugio. Dormían señor y
escudero cuando en la oscuridad de la noche apareció Ginés de Pasamonte que
también había buscado refugio por esos lares.
Con mucho sigilo se alejó del lugar no sin antes llevarse el jumento de
Sancho. Al despertar éste, dióse con la
triste sorpresa de haber perdido su rucio, y lloró tanto, que despertó a su
señor quien para consolarlo le prometió en obsequio tres pollinos de los cinco
que había dejado en su casa. Entrados en
lo más áspero de la sierra encuentran una maleta con papeles amorosos, poesías,
ropas y dinero de un joven llamado Cardenio que, con la razón extraviada y en
estado semisalvaje, vive en la Sierra.
Cardenio ha enloquecido porque su amada Luscinda lo ha dejado por don
Fernando, al paso que éste ha dejado a su amada Dorotea. Los antecedentes de esta historia amorosa
serán explicados por Cardenio y por Dorotea, que también se encuentra en la
Sierra, vestida de hombre, y su desenlace acaecerá paralelamente a la acción principal del
Quijote. Los personajes de la historia
de Cardenio, sobre todo Dorotea, intervienen activamente en la trama de las
aventuras de don Quijote. Don Quijote decide suspender transitoriamente su
vagabundeo en busca de aventura y permanece un tiempo solo en Sierra Morena
entregado a la penitencia y al desatino, imitando las desaforadas locuras del
bueno y valiente caballero Amadís de Gaula, cuando anduvo loco de amor por
fragosas soledades, desdeñado por Uriana.
Decide don Quijote enviar a Sancho con una carta a Dulcinea del Toboso,
y a fin de orientar al escudero, con un estudiado circunloquio le da a entender
que la dama de sus pensamientos es hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza
Nogales. Sancho se queda estupefacto,
pues, conoce perfectamente a Aldonza Lorenzo, moza muy vulgar, y jamás hubiera
podido imaginar que se trataba de aquella Dulcinea del Toboso que tanto pondera
su amo…” –Bien la conozco –dijo Sancho-, y se decir que tira tan bien una barra
como el más forzudo zagal de todo el pueblo.
¡Vive el Dador que la moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en
pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o por
andar, que la tuviere por señora! Oh hideputa, qué rejo tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del
campanario de la aldea a llamar a uno zagales suyos que andan en un barbecho de
su padre, y aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si
estuvieran al pie de la torre… “(Edic. Cit; Ibídem, pág. 642). La conversación que sobre este punto
mantienen don Quijote y Sancho es de vital importancia, ya que aquél, con
palabras razonables y totalmente cuerdas, le explica que del mismo modo que las
Dianas, Galateas, Filis, Silvias, etc.; de los poetas y de las novelas
pastoriles son la sublimación de damas de carne y hueco, así Aldonza Lorenzo ha
sido sublimada e idealizada por su imaginación poética. Esta es la única vez en toda la novela que
don Quijote abre su secreto y que confiesa que la sin par Dulcinea es la moza
labradora Aldonza Lorenzo. Es un
paréntesis de cordura, que nos revela hasta qué punto es literaria la locura de
don Quijote, ya que confiesa que su Dulcinea es equivalente a las
idealizaciones de los poetas. En la
carta don Quijote le reitera su amor así como el hecho de que será suyo hasta
la muerte. También escribió a su sobrina
para que le entregase a Sancho tres de los cinco pollinos que dejo en casa. Con
tales encargos, Sancho, montado en Rocinante, por haberlo despojado de su Rucio
Ginés de Pasamonte, emprendió el viaje, luego de haber contemplado actos de
verdadera locura que su señor cometió para que pudiera jurar ante Dulcinea que
su enamorado había perdido el juicio por ella.
Sancho Panza, dejando a don Quijote en Sierra Morena, emprende el camino
hacia el Toboso para entregar la carta a Dulcinea. Al llegar a la venta donde fue maneado, se
encuentra con el cura y el barbero de su lugar, los cuales habían salido en
busca de Don Quijote. Al verse amenazado
por éstos, Sancho les explica las aventuras de éste y como se da cuenta que ha
olvidado la carta, se esfuerza en repetirla de memoria, lo que da lugar a
constantes disparates. El cura, el
barbero y Sancho, se internan en Sierra Morena con la finalidad de atraer a Don Quijote. Encuentran a Cardenio (el enamorado de
Luscinda) y a Dorotea, la inteligente muchacha que, burlada por don Fernando,
se ha ocultado en las fragosidades de los montes. Ambos explican muy prolijamente la historia
de sus amores, y Dorotea se ofrece a desempeñar el papel de princesa menesterosa
que pedirá ayuda a don Quijote a fin de sacarle de su penitencia y conducirlo a
su aldea. Dorotea, conocedora de los
lances y del estilo de los libros de caballerías, y bajo el grotesco nombre de
Princesa de Micomicona, se postra ante don Quijote y le suplica que empeñe su
palabra en no entrometerse en aventura alguna hasta haber matado a un temible
gigante que le había usurpado su reino.
Pusiéronse todos en camino, al
poco tiempo, vieron venir un gitano montado en un burro: Sancho reconoció en el
acto a su jumento y a Ginés de Pasamente, y dio voces tales, que el malhechor
desmontó y se alejó corriendo. El
escudero abrazó y besó a su rucio con tales muestras de emoción y alegría, que
conmovió a sus compañeros de aventura.
Reunidos el cura, el barbero, Dorotea, Cardenio y Sancho en la venta
donde trabajaba Maritornes y mientras don Quijote descansa, el primero lee a
los circunstantes una novela que un viajero había dejado manuscrita en el
mesón. Los tres días de ayuno y
penitencia habían dejado a don quijote tan débil que necesitaba reposo. La novela se titulaba “Novela del curioso
impertinente” y el contenido de la misma nada tiene que ver con la trama y la
acción. Las características de esta
narración corresponden a las de algunas de las “Novelas ejemplares” de
Cervantes. La acción de la novela se
sitúa en Florencia, a principios del siglo XVI, y su asunto procede de luna
historia de amor que se relata en el canto XLIII de “Orlando Furioso” de
Ludovico Ariosto. La lectura de la
novela es interrumpida, poco antes de finalizarse, por un gran alboroto que
armó don Quijote quien, actuando como un sonámbulo, estaba destrozando con la
espada unos grandes cueros de vino que había en la habitación donde dormía,
convencido de que luchaba contra el gigante enemigo de la princesa
Micomicona. Todo el aposento estaba
lleno de vino lo cual desesperó al ventero que arremetió a golpes contra don
Quijote, quien salvó el pellejo gracias a la oportuna intervención de Cardenio
y el cura. Apaciguado el alboroto y
acabada la lectura de la novela llegan a la venta don Fernando y Luscinda (él,
el burlador de Dorotea, ella la amada de Cardenio) y el conflicto sentimental
se arregla a gusto de todos; pero a pesar de ello Dorotea, Cardenio y Sancho en
la venta donde trabajaba Maritornes y
mientas don quijote descansa, el primero lee a los circunstantes una
novela que un viajero había dejado manuscrita en el mesón. Los tres días de ayuno y penitencia habían
dejado a don Quijote tan débil que necesitaba reposo. La novela se titulaba “Novelas ejemplares” de
Cervantes. La acción de la novela se
sitúa en Florencia, a principios del siglo XVI, y su asunto procede de una
historia de amor que se relata en el canto XLIII de “Orlando Furioso” de
Ludovico Ariosto. La lectura de la
novela es interrumpida, poco antes de finalizarse, por un gran alboroto que
armó don Quijote quien, actuando como un sonámbulo, estaba destrozando con la
espada unos grandes cueros de vino que había en la habitación donde dormía,
convencido de que luchaba contra el gigante enemigo de la princesa
Micomicona. Todo el aposento estaba
lleno de vino lo cual desesperó al ventero que arremetió a golpes contra don
Quijote, quien salvó el pellejo gracias a la oportuna intervención de Cardenio
y el cura. Apaciguado el alboroto y
acabada la lectura de la novela llegan a la venta don Fernando y Luscinda (él,
el burlador de Dorotea, ella la amada de Cardenio) y el conflicto sentimental
se arregla a gusto de todos>; pero a pesar de ello Dorotea se aviene a seguir
representado el papel de princesa Micomicona hasta que don Quijote regrese a su
aldea. Al poco rato llegan a la venta un
cautivo de Argel recién libertado, en compañía de una mujer, Zoraida. El cautivo se llama Ruy Pérez de Viedma quien
participó en la batalla de Lepanto y que estuvo cautivo en Argel. Esa misma noche llega a la venta un
magistrado que resulta ser el hermano del cautivo a quien no ve después de
muchos años. A la mañana siguiente llega
a la venta el barbero a quien don Quijote había quitado la bacía Sancho la albarda, el cual ante todos los
presentes reclamó ambos objetos y trató de ladrones a caballero y
escudero. El cura, el barbero, Cardenio
y don Fernando intervienen apoyando a don Quijote quien sostiene que aquello no
es una bacía sino el yelmo de Mambrino.
El barbero robado queda estupefacto cuando ve que tanta gente honrada
sostiene tal disparate. Luego se llega a la conclusión que la albarda del asno
no es tal sino un rico jaez de caballo.
Sancho interviene y para no desmentir a su amo, dice que es un
“baciyelmo”. En plena discusión
interviene un cuadrillero de la Santa Hermandad de algunos que habían llegado a
la venta, y afirma que sólo un borracho puede afirmar que la albarda no es tal. Don Quijote se enfrenta al cuadrillero y se
arma un gran alboroto. Cuando los ánimos
logran calmarse, uno de los cuadrilleros se da cuenta que don Quijote es la
persona contra la cual lleva orden de prisión por haber dado libertad a los
galeotes. Ello produce un nuevo
alboroto, pero la cuestión queda resuelta gracias al cura, que convence a los
cuadrilleros de que don Quijote está loco.
Por otra parte pagó al barbero ocho reales por la bacía y le hizo
devolver la albarda. La ficción de la
princesa la Micomicona, a la que don Quijote ha prometido reconquistar el reino
de la que ésta fue desposeída por el gigante Pandafinado de la Fosca Vista, no
se podía prolongar porque Dorotea debía partir con don Fernando. En vista de ello se resolvió contratar un carro
de bueyes que pasaba por el lugar, en el cual se construyó una jaula de palos
enrejados conde pudiese caber holgadamente don Quijote y en la cual sería
trasladado a su tierra. Entonces don
Fernando y todos los allí presentes se cubrieron los rostros y disfrazáronse
para que el hidalgo caballero crea que era gente diferente a la que había visto
antes. Llegados a donde él dormía le
ataron pies y manos, de modo que cuando despertó, creyó que eran
fantasmas. Uno de los presentes, con voz
temerosa, pronunció una profecía al estilo de las de Merlín asegurando a don
Quijote que para acabar pronto la aventura que había comenzado le conveía estar
preso de aquel modo; la misma voz resalta las cualidades del noble y obediente
Sancho y le asegura, de parte de la sabia Mentironiana, que de todas maneras
cobrará el salario que su amo le debe.
Don Quijote,
creyéndose encantado, acepta resignadamente la nueva situación respondiendo a
la voz profética con un grave y solemne parlamento. Con don quijote enjaulado, Sancho montado en
su asno y llevando a la rienda a Rocinante, y en compañía del cura, el barbero
y los cuadrilleros, parten de la venta, después de haberse despedido de todos
los que allí se habían hospedado. Por el
camino encontraron a un canónigo, con quien el cura departió sobre literatura y
principalmente sobre libros de caballería, discusión en la que también
intervino don Quijote defendiendo sus peculiares puntos de vista en una
acertada mescolanza de buen criterio y desequilibrio mental. Encuentran luego
al cabrero Eugenio, que cuenta sus amores con Leandra en un estilo artificioso y
culto propio de la novela pastoril. El
Quijote ofrece sus oficios al cabrero, quién recién reparó en él y preguntó al
barbero quien era ese hombre de extraña apariencia y que de seguro tenía vacíos
los aposentos de la cabeza. Esto enfadó
a don Quijote que se trabó en una terrible lucha con Eugenio, quien al final
llevó la peor parte. Don Quijote a quien
se le ha permitido salir de la jaula, sostiene una pendencia con unos
disciplinantes, que es apaciguada por el cura; y otra vez en el carro de bueyes
llega a su aldea. Un muchacho acudió a
casa de don Quijote a dar las nuevas a su ama y a su sobrina; dijo que el hidalgo venía flaco y
amarillo y tendido sobre un montón de heno en un carro de bueyes. Ama y sobrina desnudaron a don Quijote y lo
tendieron en su antiguo lecho. El cura
contó a su sobrina todo lo acontecido y
le encargó cuidase de que no se le escapase de nuevo. La esposa de Sancho no pudo ocultar su pena
al ver que su marido no había obtenido nada de provecho de su oficio de
escudero. Pasado un mes, don Quijote
daba muestras de estar en su sano juicio, y al fin de asegurarse de ello, el
cura y el barbero van a visitarle y conversan de lo más bien hasta que se toca
el tema caballeresco, que hace disparatar al hidalgo quien así pone de manifiesto
que aún no está curado. Sancho cuenta a
don Quijote que acaba de regresar al lugar el bachiller Sansón Carrasco, que
viene de estudiar en Salamanca, y que le ha dicho que ha aparecido un libro
titulado “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”, en el que, dice
Sancho, lo mencionan a él, a la señora Dulcinea y a don Quijote. Don Quijote decide salir por tercera vez de
la aldea, acompañado de su escudero. La
salida tiene lugar de noche y sólo está enterado de ello la mujer de Sancho y
el bachiller Sansón Carrasco, que los acompañó media legua. Antes de reemprender sus aventuras quiere don
Quijote solicitar licencia y bendición a Dulcinea, y para ello se encamina al
Toboso. Sancho Panza, temeroso de que don Quijote descubre la mentira de su mensaje
a Dulcinea que nunca llegó a dar, lo engaña nuevamente presentándole tres
labradoras montadas en tres borricos, diciéndole que una de ellas es la sin par
Dulcinea del Toboso acompañada de dos de sus doncellas. Don Quijote le
manifiesta que sólo ve tres labradoras en tres borricos. Las labradoras siguen su camino y, ante la
porfía del escudero de que aquella mujer era la bella Dulcinea, don Quijote
confiesa, desazonado, que no ha conseguido ver sino tres labradoras y que
Dulcinea era fea y olía a ajos. Este
episodio marca un hito en la evolució9nd e la locura de don Quijote, pues, la
situación es ahora contraria a la que hemos visto en su primera y segunda
salida, donde don Quijote, ante la realidad vulgar y corriente, se imaginaba un
mundo ideal y caballeresco. Sancho, que antes se afanaba en hacerle ver que no
había tales gigantes y tales ejércitos, sino molinos de viento y rebaños, ahora
lo trata de engañar con las tres aldeanas, pero él ahora no ve nada de
eso. Los papeles se han invertido. Pero don Qui9jote sigue culpando a los
encantadores, que según él, han transformado a su señora Dulcinea en una vulgar
aldeana. Insisto en el hecho entonces de
que su locura ha evolucionado más no ha desaparecido. Después de abandonar Toboso Don Quijote y
Sancho topan con una compañía de cómicos que van de pueblo en pueblo,
representando el auto sacramental de “Las cortes de la muerte”. Don Quijote platica con ellos, pero Rocinante
espantado casualmente por uno de los cómicos, echa a correr y derriba a su dueño.
Sancho interviene oportunamente evitando un litigo entre su amo y los cómicos,
pues, el primero había tomado lo de Rocinante como una provocación. A la noche siguiente caballero y escudero
encuentran en un despoblado un caballero andante que está enamorado de una dama llamada
Casildea de Vandalia. El Caballero de
los Espejos, que así se llama el insólito caballero, va acompañado de su
escudero quien posee una desmesurada nariz.
Como era de esperar ambos caballeros
discuten sobre cuál de sus damas es la más bella. Como no llegan a ningún acuerdo, se baten en
duelo resultando vencedor don Quijote quien al quitar el yelmo a su rival
descubre que el enigmático caballero no es otro que el bachiller Sansón
Carrasco y que su escudero es Torné ´Cecial, compadre y vecino de Sancho. ¿Qué había sucedido? Sansón Carrasco, de acuerdo con el cura y el
barbero, se había disfrazado con la intención de encontrar a don Quijote,
obligarle a combatir, vencerle y exigirle que volviera a la aldea y no saliera
de ella en dos años, tiempo que habían calculado sería el suficiente para que
se curara. Como el plan falló, don
Quijote quedó convencido que los
caballeros andantes existían en realidad y que los encantadores
nuevamente querían quitarle la gloria de su triunfo convirtiendo al Caballero
de los Espejos en el bachiller y a su escudero entorné Cecial. .. “Todo es
artificio y traza respondió don Quijote- de los malignos magos que me
persiguen; los cuales, anteviniendo que yo había de quedar vencedor en la
contienda, se previnieron de que el caballero vencido mostrase el rostro de mi
amigo el bachiller, porque la amistad que le tengo se pusiese entre los filos
de mi espada y el rigor de mi brazo, y templase la justa ira de mi corazón, y
de esta manera quedase con vida el que con embelecos y falsías procuraba
quitarme la mía. (…) ya sabes, ¡Oh Sancho! (…) cuán fácil sea a los
encantadores mudar unos rostros en otros, haciendo de lo hermoso feo y de lo
feo hermoso, pues, no ha dos días que viste por tus mismo ojos la hermosura y
gallardía de la sin par Dulcinea en toda su entereza y natural conformidad, y
yo la vi en la fealdad y bajeza de una zafia labradora, con cataratas en los
ojos y con mal olor en la boca; y más,
que el perverso encantador que se atrevió a hacer una transformación tan mala
no es mucho que haya hecho la de Sansón Carrasco y la de tu compadre, por
quitarme la gloria del vencimiento de las manos. Pero, con todo esto, me consuelo; porque, en
fin, cualquiera figura que haya sido, he quedado vencedor de mi enemigo” (Edic.
Cit; Ibídem, págs... 1039 – 1040) Dejando atrás a los impostores, caballero y
escudero prosiguen su camino comentando en todo momento la transformación
sufrida por el Caballero de los Espejos y su escudero. En el camino son alcanzados por un hombre
montado en una yegua, vestido con un gabán de paño verde, con quien deciden
hacer la ruta y con quien departen reposadamente. Se trata de don Diego de Miranda, hombre
instruido a quien llaman el Caballero de Verde Gabán. En el camino se encuentran con un hombre que
conduce un carro donde lleva enjaulados dos bravos leones, que son llevados a
la corte para ser ofrecidos al rey. Don
Quijote, recordando que caballeros como Palmerín de Oliva, Palmerín de Inglaterra,
Primaleón, Policisne y Florambel de Licea habíanse batido con tales fieras,
decide hacer lo mismo. Para suerte del
osado caballero, el león rehuyó la lucha.
Y con fundado motivo, en adelante, trocó su nombre por el de “El
caballero de los leones”. Este hecho
lleno de admiración a don Diego de Miranda quien invitó a don Quijote y a Sancho a su casa, en una aldea próxima,
donde don Quijote platica con el hijo de Miranda sobre poesía. Tras cuatro días de regalado ocio se dirige por un prado vecino donde asisten a
las bodas de Camacho. Este, gracias a su
fortuna, ha logrado la mano de Quiteria, de quien está enamorado Basilio. El día de la boda se presenta Basilio y
después de un apasionado discurso donde recuerda a Quiteria, sus promesas de
amor, se clava una espada y queda bañado en sangre. Como última voluntad, pide a Quiteria le dé
la mano de esposa, y asegura que si no se hace así, no se confesará. El propio
Camacho accede a la petición del moribundo.
Consumado el matrimonio, Basilio se levanta, ante la incertidumbre de
todos. El joven despreciado se había
acomodado en el cuerpo un canuto lleno de sangre para simular su dolor. La rápida intervención de don Quijote evita
las represalias del burlado Camacho. Don
Quijote amenazó con matar a todo aquel que se atreviera a separar lo que Dios
había juntado. La contienda se pacificó,
y Basilio, agradecido, acogió en su casa a don Quijote ya Sancho. Acompañado de un hombre pintoresco al que
llamaban Primo, don Quijote desea visitar la cueva de Montesinos, próxima a una
de las lagunas de Ruidera, donde nace el Guadiano. Primo es una especie de don Quijote de la erudición, ya que este
chiflado personaje está escribiendo unos libros en los que, entre otras cosas,
piensa poner en claro “quién fue el primero en tener catarro en el mundo”. Primo toma en serio todo lo que don Quijote
dice y de su juicio no duda jamás. Son
tal para cual, y s e avienen perfectamente. Proveídos de casi sin brazas de
soga, caballero y escudero llegan a la cueva de Montesinos. Guiados por Primo,
donde el aventurero paladín se introduce en ella mediante la soga. Media hora después Primo y Sancho tiraron de
la cuerda y sacaron a don Quijote completamente dormido. Cuando se despertó contó que se había
encontrado en un maravilloso palacio en el que fue recibido por un caballero
muerto en Roncesvalles, cuyo cuerpo estaba allí sobre un sepulcro de
mármol. Montesinos le contó a don
Quijote que en la cueva se encontraban Belerma, la dama de Durandarte, la reina
de Ginebra. Lanzarote y otros más, todos
ellos encantados por el mago Merlín y en espera de ser desencantados por don
Quijote de la Mancha. Así contó don
Quijote prometiendo a Sancho que más adelante le contaría otras cosas de las
que había visto. De retorno de las lagunas
de Ruidera, llegan a una venta. Sancho
no puede ocultar la satisfacción que le produce el hecho de que don Quijote
juzga por verdadera la venta y no por castillo, como solía. Al poco rato llega a la venta un tal Maese
Pedro, quien es recibido con gran alegría por el ventero, ya que lleva un mono
adivino y un teatrillo portátil de títeres.
El mono hace muchas gracias por lo que más llama la atención es que
determina la identidad del Quijote y Sancho, así como responde preguntas a
través de su amo. Posteriormente se
monta el teatrillo donde Maese Pedro, ayudado por un muchacho, ofrece la
historia de Gaifero y Melisendra según los romances que circulaban sobre estos
personajes del siglo carolingio. Todo va
bien, pero cuando la pareja de Gaifero y Melisendra huye de Sansueña perseguida
por los moros, don Quijote desenvaina la espada y arremete a cuchilladas con
los títeres, estropeando gran parte de ellos derribando todo el teatrillo. Tranquilizado don quijote atribuye la culpa a
los encantadores quienes le hicieron creer que las figurillas eran seres de
verdad. Don Quijote pide disculpas y
paga los daños causados a don Maese Pedro, que no era otro que Ginés de
Pasamonte el que robó el rucio a Sancho, lo que explica que reconociera la
identidad de don Quijote y Sancho.
Temeroso de la justicia Ginés se había cubierto parte del rostro con un
tafetán para no ser reconocido y con el mono adivino y el teatrillo iba
ganándose el sustento. Días después
caballero y escudero llegaron al río Ebro., donde vieron un pequeño barco sin
remos que estaba atado a la orilla de un tronco. Viendo que no había nadie cerca, caballero y
escudero, después de amarrar sus bestías a ujn árbol, se subieron al barco y
siguieron el curso del río, dando rienda suelta don Quijote a su fantasía. Cuando unos molineros, dueño de la barca, ven
que el barco va derecho a estrellarse contra las ruedas de un molino, acuden
presurosos, blancos de harina con varas apropiadas para detener la
embarcación. Don Quijote se sobresalta
alv e aquellos hombres y los increpa como si fueran seres malvados que tienen a
una persona cautiva y los insulta y amenaza con la espada… “-Canalla malvada y
peor aconsejada, dejad en su libertad y libre albedrío a la persona que en esa
vuestra fortaleza o prisión tenéis oprimida, alta o baja, de cualquiera suerte
o calidad que sea; que yo soy don Quijote de la Mancha, llamado el Caballero de
los leones por otro nombre, a quien está reservado por orden de los altos
cielos el dar fin felice a esta aventura”
(Edic. cit; Ibidem, pág. 1150).
Los molineros consiguen detener el barco, no sin que caballero y
escudero se zambulleran en el río. Luego
de salir del río ambos trashumantes siguen su camino hasta que son acogidos por
unos duques que tienen su residencia en tierras aragonesas. Los duques, que han leído la primera parte
del “Quijote”, deciden aprovechar el paso de señor y criado para divertirse a
costa de ellos. El duque ordena a toda
su servidumbre que siga el humor de don Quijote y que se comporten al estilo de
las cortes de los libros de caballería. Sólo dos personas del palacio se excluyen de
la consigna dada por el duque: un cura
que no está de acuerdo con que se mofen así de don Quijote y su escudero, y una
dama llamada doña Rodríguez, que en su integral estulticia, cree que don
Quijote es realmente un caballero andante.
En una cacería que el duque organiza en honor de don Quijote, uno de los
criados se disfraza de diablo y anuncia la llegada triunfal de Dulcinea del
Toboso. En efecto, por la noche se
aparece un hombre disfrazado quien dice ser el mago Merlín, profetizando que
Dulcinea está encantada en forma de rústica aldeana y que sólo recobrará su
estado de gran dama cuando Sancho se haya dado tres mil trescientos azotes en
las posaderas. No olvidemos que todo
esto no es más que una farsa del duque quien ha leído la primera parte del
“Quijote”. Merlín puntualiza que el
desencanto sólo tendrá efecto si el escudero recibe los azotes por su propia
voluntad y no por fuerza. Así veremos
hasta el fin de la novela a don Quijote
suplicando a su escudero para que se azote.
A esta farsa continúa otra y don Quijote y Sancho siguen, sin saberlo,
haciendo el papel de bufones del malvado duque.
A la profecía de Merlín sigue la aventura de la condesa Trifaldi. Esta condesa, que no es más que una criada
del duque disfrazada, pide a don Quijote que vaya a la lejana isla de
Candaya desencantar a la infanta
Antonomasia y a don Clavijo, convertidos por el gigante Malambruno, ella en una
simia de bronce, y él en un cocodrilo. Sólo a don Quijote le está reservada la
hazaña de hacerles recobrar su primitiva forma.
La farsa continua cuando se le indica a don Quijote y a Sancho que para
ir a Candaya es preciso montar en un caballo de madera, llamado Clavileño, que
lleva por los aires a las regiones más apartadas. Cubiertos los ojos por un pañuelo, amo y
criado inician su “mágico viaje” ante la
mofa del duque y sus criados. El afán
burlón del duque no tiene límites cuando realiza la farsa de dar a Sancho la
gobernaduría de una ínsula. Sancho, que
no sabe que “ínsula” es una palabra ya entonces arcaica y que significa
sencillamente “isla”, se convence fácilmente de que la aldea aragonesa tan
tierra adentro, que se le otorga es la ínsula de “Barataria”. Don Quijote da a su criado unos sabios
consejos para gobernar con cautela. El
duque ha ordenado a todos los habitantes de la aldea donde él tiene autoridad
que acepten a Sancho Panza como gobernador.
Cuando Sancho llega es tratado con gran pompa y alegría, y todos se
mofan de él, sin que el pobre Sancho se percate que no es más que un bufón de
los habitantes de la “ínsula”. Le abren
el apetito presentándole deliciosos manjares que un médico, Pedro Recio de
Agüero, le prohíbe ingerir por razones de salud. Se le
comunica que enemigos de su gobierno han de asaltar la ínsula para matar al
gobernador. Se realiza una revolución
ficticia en la que Sancho se convence de que él no sirve para gobernador Sancho
coge entonces su rucio y regresa al palacio del duque en busca de don Quijote. Este mientras tanto ha sido objeto de varias
burlas. Altisidora, una de las doncellas
de la duquesa, ha fingido enamorarse de don Quijote, quien a pesar de todas
insinuaciones se mantiene fiel a Dulcinea.
Cuando Sancho regresa, don Quijote y él reemprenden su viaje llegando a
una venta donde escuchan a dos hombres comentando un libro titulado “La segunda
parte de Don Quijote de la Mancha”. Se
trata del “Quijote” apócrifo, de Avellaneda, cuya falsedad indigna al hidalgo
manchego que, a fin de poner de manifiesto que se trata de un libro falso,
decide ira a Barcelona en vez de encaminarse a Zaragoza, como era su propósito,
ya que en la segunda parte apócrifa el caballero toma parte en unas justas que
se celebran en la capital aragonesa.
Camino a Barcelona topan con unos bandoleros que simpatizan con don
Quijote, otorgándole Roque Guinart, que así se llamaba el jefe de los
bandoleros, un salvoconducto para que sus cuadrillas no les entorpezcan el
camino. Llegados a Barcelona, el hidalgo
manchego y su escudero se sumergen en la movida y multiforme vida de una gran
ciudad. Un caballero barcelonés, don
Antonio Moreno, amigo de Roque Guinart, lo acoge con gran afecto. En esa ciudad interviene don Quijote en una
guerra verdadera entre españoles y turcos.
Ahora es una guerra real y don Quijote, tan valiente siempre, siente
miedo. Nadie le hace caso, porque como
se trata de una aventura “de veras” las locuras de don Quijote no
divierten. El desencanto y la melancolía
del Quijote no está en el contraste entre el idealismo del héroe y la prosaica
y vulgar realidad. Vemos con auténtica
lástima que todo el ardor caballeresco de don Quijote se desmorona y se
aniquila cuando el hidalgo manchego es situado frente a lo que exige valentía y
heroísmo. Y nos confirmamos de que su
locura es puramente intelectual o libresca, y que el”Quijote”, no es una sátira
del heroísmo ni de la caballería, sino de la literatura caballeresca. Dos días después del combate naval llega a
Barcelona un caballero en cuyo escudo está pintada una resplandeciente luna, el
cual encuentra a don Quijote en la playa y lo reta a singular combate sino
quiere confesar que su dama “Sea quien fuere”; es mucho más hermosa que
Dulcinea del Toboso. Allí en la playa,
en presencia del Virrey de Cataluña, don Antonio Moreno y un grupo de curiosos,
se lleva a cabo el combate donde don Quijote y Rocinante ruedan por la arena, y
el caballero de la Blanca Luna pone la lanza sobre la visera del vencido y le
anuncia que va a morir sino confiesa las condiciones del desafío. Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse
la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma
dijo estas desgarradoras palabras…
“Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo, el más
desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta
verdad. Aprieta, caballero, la lanza y
quítame la vida, pues me has quitado la honra”.
El caballero de la Blanca Luna replica que acepta el hecho de que
Dulcinea sea la más bella, pero que exige que don Quijote se reitere a su aldea
un año. Luego revela el caballero de la
Blanca Luna a don Antonio Moreno su identidad:
es el bachiller Sansón Carrasco, que deseoso de curar a don Quijote de
su locura ha recurrido a esta estratagema.
Después de su derrota don Quijote pasó seis días postrado en la
cama. El regreso de don Quijote es
triste: don Quijote desarmado y sobre
Rocinante, Sancho a pie y el rucio de éste cargado con las armas de manchego. Durante el regreso los azotes que debe darse
Sancho para desencantar a Dulcinea constituyen un motivo de discusión entre amo
y criado, el cual recurre al embuste de azotar los árboles para que aquél crea
que se está vapuleando. Llegan por fin
don Quijote y Sancho a su lugar, conde son recibidos con gran alegría por el
cura, el barbero y el bachiller Sansón Carrasco, que, desde luego, don Quijote
no llegó a identificar como el Caballero de la Blanca una, pues, ya cuidó bien
de no descubrir el rostro. Vanamente
esperó don Quijote el desencantamiento de dulcinea. Enfermo como estaba, tuvo fiebre durante seis
días. Un día despertó y dijo:… “Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las
sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y
continúa leyenda de los detestables libros de las caballerías (…). Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo
no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me
dieron renombre de Bueno. Yo soy enemigo
de Amadis de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son
odiosas todas las historias profanas de la andante caballería, ya conozco mi
necedad, y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya por misericordia de
Dios, escarmentado en cabeza propia, las abomino” (Edic. Cit; Ibídem, págs.
1459 - 1460). Ante la sorpresa de todos
don Quijote ha recuperado la razón.
Sabiendo que la muerte lo acecha, don Quijote se confiesa y en presencia
de un escribano hace su testamento en el cual deja a su sobrina, Antonia
Quijano, su hacienda. Deja también algún
dinero al ama y a Sancho. Sancho llora
desconsolado mientras Alonso Quijano, llamado el Bueno, agoniza en su lecho…
“No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos
años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse
morir sin más ni más, sin que nadie lo mate, ni otras manos le acaben que las
de la melancolía. Mire, no sea perezoso,
sino levántese desa cama y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos
concertado; quizá no haya más que ver.
Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa
diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más
que vuestra mercede habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria
derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy, ser vencedor mañana”
(Edic. cit, Ibídem, pág. 1461). Muere
don Quijote y el cura pide al escribano diese testimonio de la muerte de tan
ilustre como valeroso hombre. El
epitafio hecho por Sansón Carrasco
encierra en su esencia la vida aventurera de este valeroso caballero de la
Triste Figura:… “Yace aquí el hidalgo fuerte / que a tan extremo llegó / de
valiente, que se advierte / que la muerte no triunfó / de su vida con su muerte
/ … Tuvo a todo el mundo en poco, / fue
el espantajo y el coco / del mundo en tal coyuntura, / que acreditó su ventura,
/ morir cuerdo y vivir loco” Así se
apagó la vida de aquel anciano que en cada aventura consagró los pocos años de
vida que aún se le aferraban al alma.
Para unos fue un bufón, para otros, como Sancho, fue un hombre tenaz y
consecuente en sus ideas, y para nosotros los lectores, un personaje novelesco
que en cada página cobra un hálito de vida que lo hace cada vez más real hasta
que llegamos a aceparlo como tal, con sus ilusiones y alegrías, con sus
tristezas y sus amarguras para así, fieles a él llegar juntos hasta el
derrotero final, a aquel camino oscuro e irreversible en el cual ya no podeos
continuar con él y donde sólo nos queda el consuelo de postrarnos junto a
Sancho y llorarlo eternamente al pie del lecho en que nos lo arrancó la
muerte. Un año antes de publicarse la
segunda parte del “Quijote” escrita por Miguel de Cervantes apareció un libro
con pie de imprenta de Felipe Roberto, de Tarragona 1614, con el siguiente
título: “Segundo tomo del Ingenioso
Hidalgo don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta
parte de sus aventuras, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de
Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas”, Este libro es la continuación
apócrifa de la primera parte del “Quijote” cervantino. De ahí que Cervantes se apresurara a publicar
la segunda parte en 1615. La obra de
Avellaneda está escrita con indudable gracia y encierra méritos no despreciables,
pero comparada con la segunda parte de Cervantes, resulta inferior. El hecho que un escritor continúe una obra
empezada por otro no es un fenómeno raro en la literatura española, donde
hallamos la “Diana” de Jorge de Montemayor continuada desacertadamente por
Alonso Pérez y con gran acierto por Gil Polo en su “Diana enamorada”. Por otro lado “La Celestina” es objeto de una
segunda y tercera parte y “El Lazarillo de Tormes” de dos continuaciones, una
anónima y otra de Juan de Luna. En la
literatura caballeresca el fenómeno era muy corriente, y el mismo Montalvo, con
“Las sergas de Esplandián”, no hacía más que continuar el “Amadis de Gaula”,
que él mismo había refundido. No
obstante, en el caso de Avellaneda la continuación encierra cierto fraude, ya
que evidentemente el continuador se esconde bajo seudónimo (como hizo el valenciano
Juan Martí cuando, con el seudónimo de Matero Luján de Sayavedra, publicó una
segunda parte apócrifa del “Guzmán de Alfarache”) y hace preceder su obra de un
prólogo lleno de insultos a Cervantes.
Otro aspecto importante es la serie de defectos que ofrece el”Quijote”,
fruto muchos de ellos, de la precipitación y descuido con que parece estar
redactado; pero este hecho se da también en otras obras geniales de la
literatura universal. Da la impresión de
que Cervantes escribía sin releer su labor.
Así se explica el hecho de que los epígrafes de algunos capítulos corten
frases que deberían estar juntas, y que quedan confusas gramaticalmente (dañan
la ilación, por ejemplo, los epígrafes de los capítulos IV y VI de la primera
parte, el LXXIII de la segunda), y que en el transcurso de la novela la mujer
de Sancho reciba los nombres de Teresa Panza, Teresa Cascajo, Juana Gutiérrez,
Mari Gutiérrez y Juana Pana. El
principal descuido de Cervantes es el relativo al robo del rucio de Sancho y su
recuperación. En la primera edición de
la primera parte, no se menciona el robo, y Sancho unas veces aparece
acompañado de su jumento y otras a pie lamentando su pérdida. El hallazgo, que debe acaecer en el capítulo
XXX, tampoco se menciona en la primera edición.
En la segunda edición, en cambio, se intercala el episodio del robo del
rucio, efectuado por Ginés de Pasamonte, en un estilo inconfunodiblemente
cervantino, pero en el capítulo XXIII, o que no es una solución satisfactoria
porque poco después, con gran sorpresa del lector, Sancho aparece montado en su
asno. Ahora bien, lo realmente curioso
es que en el capítulo de la segunda parte comentando el propio “Quijote”, o sea
el primer tomo de la obra, dice el bachiller Sansón Carrasco” algunos han
puesto falta y dolo en la memoria del autor, pues se le olvida de contar quien
fue el ladrón que le hurtó el rucio a Sancho, que allí no se declara y sólo se
infiere de lo escrito que se le hurtaron, y de allí a poco le vemos a caballo
sobre el mesmo jumento, sin haber parecido”.
Téngase en cuenta que estas palabras se imprimieron en 1615, cuando ya
hacía diez años que se publicaban ediciones de la primera parte del “Quijote”,
con los episodios añadidos del robo y del hallazgo. No interesa aquí el problema “crítico” o
editorial de este aspecto, sino el hecho curioso de que un error del “Quijote”
sea debatido en el “Quijote” mismo, hasta el punto que constituye una
característica de la novela. Lo9pe de
Vega, quien no perdía una ocasión para zaherir a Cervantes, dice en boca de su
personaje Inés, de la comedia “Amar sin saber a quién”:… “Don Quijote de la
Mancha / (perdone Dios a Cervantes) / fue de los extravagantes / que la crónica
ensancha”. Y poco después el gracioso
Limón pierde una mula, y comenta:… “Decidnos della, que hay hombre / que hasta
de una mula parda / saber el suceso aguarda / la color, el talle y nombre / o
si no, dirán que fue / olvido del escritor…”
La alusión al rucio de Sancho Panza no puede ser más evidente. Por otro lado, hay en la trama del ”Quijote”
un grueso error cronológico, ya que en el capítulo XXXVI de la segunda parte se
inserta una carta de Sancho a su mujer que va fechada el 20 de Junio de 1614 (
sin duda el mismo día en que Cervantes la estaba escribiendo), siendo así que
la acción de esta segunda parte se da como iniciada un mes después de acabada
la de la primera, que se publica en 1605, tal como se indica en el capítulo I de la segunda
parte. Todo lo antes mencionado no opaca
en nada la grandeza de este monumento de la literatura, no sólo española, sino
universal. Dostoievski decía en su
“Diario de un escritor”: “Es un gran
libro, del número de los eternos, de aquellos con que de tarde en tarde se ve
gratificada la humanidad… Ninguna
ficción más fuerte y sublime que ésta.
Representa hasta ahora la suprema y más alta expresión del pensamiento
humano, la más amarga ironía que puede formular el hombre, y si se acabase el
mundo y alguien interrogase a los mortales sobre lo que habían sacado en limpio
de su propia vida y la conclusión definitiva que habían deducido de ella,
podrían los hombres mostrar el “Quijote” y decir: “Esta es mi conclusión
respecto a la vida… ¿Podríais condenarme por ella?”
BODAS DE SANGRE

Obra dramática
del poeta más difundido de la Generación l27, Federico García Lorca, nacido en
Fuente Vaqueros el 5 de Junio de 1899.
La obra fue estrenada por Josefina Días de Artiga en 1933, y consta de
tres actos y siete cuadros. El título
resume el modo trágico y violento en que concluye la boda de dos jóvenes
novios, sin embargo, la palabra sangre asume en la obra otras connotaciones que
otorgan a ese título implicancias secundarias (buena casta, pasión,
venganza). Es innegable que esta obra de
teatro integra con otras dos una trilogía cuyo tema común es la problemática de
la vida campesina de Andalucía: “Bodas
de sangre” es la tragedia nupcial, “Yerma”, es la de la casada estéril, y “La
casa de Bernarda Alba”, la de la virginidad en las mujeres que ven poco a poco
marchitar su juventud. Los personajes de
esta obra carecen de nombre, a excepción de Leonardo, como si sugiriesen una
aventura eterna de la que sólo cambian los elementos accesorios. Los personajes son los siguientes: La Madre, mujer fuerte y honrada, decidida y
dominante; el Novio, buen labrador, hombre confiado e ingenuo, la Novia, mujer
que va a cumplir 22 años, es muy hermosa y trabajadora; el Padre de la Novia,
hombre ambicioso; Leonardo, excelente jinete, joven impulsivo, obsesionado y
fuerte; la Mujer de Leonardo, joven dócil; la Suegra de Leonardo, muejr escéptica
e intrigante, y otros personajes secundarios.
En casa del Novio, este se prepara para partir a la vida y solicita a su
madre le dé una navaja. La Madre se
niega, aduciendo que las navajas, las escopetas, las pistolas, los cuchillos y
hasta las azadas más pequeñas son armas malditas. Le recrimina el que quiera
portar una navaja, como si no fuera
suficiente el hecho, de que su padre y su hermano hayan sucumbido ante una de
esas malignas armas. El Novio trata de
calmar a la Madre, pero esta insiste en que si viviera cien años no hablaría de
otra cosa. La Madre dice que le hubiera
gustado que él hubiera nacido mujer, para que, en vez de ir al campo, se
quedara con ella bordando cenefas y perritos de lana. Al oír esto, el Novio se enternece y abraza a
su madre. La Madre se lamenta por qué se
quedará sola, pues, el Novio, su hijo, se casará dentro de poco. Tres años hace que el Novio tiene relaciones
con la Novia, que en otro tiempo mantuvo relaciones con Leonardo, pero éste,
rechazado por el padre de ésta, debido a la dudosa moralidad de su familia,
terminó casándose con otra mujer, que era prima de la novia, con la cual tuvo
un hijo. El Novio pide a su madre par
que el domingo entrante, lo acompañe a casa de la novia a pedir la mano. El Novio parte por fin hacia el campo
mientras la Madre, entre bendiciones, le augura muchos hijos. Una vecina llega a la casa de la Madre, y
conociendo ésta que la recién llegada es de ´”aquellas que todo lo saben y nada
se les escapa”, la interroga sobre si conoce a la Novia de su hijo. La vecina le dice que no hay quien la conozca
a fondo, peor que está enterada que vive sola con su padre, que es buena y que
está acostumbrada a la soledad. Agrega
la indiscreta mujer que conoció a la madre de la Novia; que era mujer hermosa a
quien le relucía la cara como un santo, pero que a ella no le gustó nunca,
pues, no quería al marido. La Madre se
entera también por labios de la vecina, que la Novia, cuando tenía quince años,
sostuvo un romance con Leonardo, el de los Félix. Aquel apellido llena de amargura a la Madre,
quien no puede olvidar la enemistad que sostuvieron años antes los Félix y su
familia. Su marido y su hijo mayor
habían sucumbido bajo las navajas de de aquella familia. Mientras tanto, en casa de Leonardo, su
suegra mece a su hijo tratando de que el niño se duerma. Su mujer, mientras tanto, cose medias y
acompaña a su madre en los cánticos que ésta entona con voz melodiosa:… “Nana,
niño, nana / del caballo grande / que no quiso el agua, / El agua era negra /
dentro de las ramas. / Cuando llega al
puente / se detiene y canta. / ¿Quién dirá mi niño, / lo que tiene el agua, /
con su larga cola / por su verde sala?”… “Duérmete, rosal, / que el caballo se
pone a llorar. / Las patas heridas, /
las crines heladas / dentro de los ojos / un puñal de plata. /
Bajaban al río. / ¡Ah, cómo bajaban! /
La sangre corría, / más fuerte que el agua” (Obras complementas de
Federico García Lorca”; Editorial Losada, quinta edición, 1946. Tomo I, Págs. 36 – 37). La llegada de Leonardo interrumpe los
cánticos andaluces. El avezado jinete se
lamenta porque lleva más de dos meses poniendo herraduras nuevas a su caballo y
éste siempre las pierde. Su mujer le
dice que quizá sea porque cabalga demasiado, aprovechando el tema, la mujer
manifiesta su extrañeza de que las vecinas comenten que lo han visto en el límite de los llanos en el
secano. Leonardo niega rotundamente
aquellos comentarios, pues, bien sabe que es en aquel lugar donde habita la
Novia, con quien él tuvo un romance tiempo atrás, y cuyo recuerdo lo tortura
día y noche. La mujer cuenta a Leonardo
que al día siguiente su prima será pedida, y que la boda se realizará al poco
tiempo. Leonardo simula
indiferencia. Una muchacha, vecina del
lugar, llega y cuenta que el Novio y su madre han estado comprando muchos
regalos para la Novia. Leonardo no puede
ocultar su enfado y la larga; su mujer y su suegra quedan pensativas ante su
actitud. Llegado el día de la petición,
la Madre y el Novio llegan a casa de la Novia.
Han tenido que viajar cuatro horas entre los secanos (tierra seca que
recibe agua sólo a través de las lluvias) sin ver ni una casa ni un árbol. Una criada muy amable los recibe. Ambos visten elegantemente. La casa luce puertas redondas con cortinas de
encaje y lazos rosa. Por las paredes de
material blanco y duro, abanicos redondos, jarros azules y pequeños. El padre de la Novia, un anciano de cabello
blanco, les da la bienvenida. A través
de su conversación el Padre deja entrever que es un hombre materialista, que
todo lo define en función a riquezas. Se
acuerda la boda con la reafirmación de los novios, cuando el Novio y su madre
se retiran, la Novia y la criada quedan solas.
Esta última le dice que son varias las veces que ha visto a Leonardo
aparecer cerca a la casa. La muchacha se
resiste a creer, pero el ruido de un caballo que se acerca la logra
convencer. Llegado el día de la boda, la
Novia se prepara con cierto desgano. La
criada la ayuda a arreglarse mientras trata de alentarla canturreándole
canciones esponsalicias… “Despierte la novia / la mañana de la boda. / ¡Que los
ríos del mundo lleven tu corona!” (Edic. cit; Ibídem, pág. 65) Cuando nota que la Novia sonríe, la criada
prosigue muy animada: … “Que despierte, / con el ramo verde / de laurel
florido. / ¡Que despierte / por el tronco y la rama / de los laureles!”
(Ibídem; Supra). Leonardo llega
improvisadamente y la criada lo interroga sobre el por qué no ha llegado en
compañía de su mujer. Leonardo se ha
adelantado porque quiere ver a la Novia antes de que ésta se case. Cuando la Novia sale a su encuentro, Leonardo
le recrimina que por culpa de ella se casó con su prima. Ambos, en el fondo, saben que se3 siguen
amando, y que el matrimonio que se avecina aumentará la infelicidad que los
oprime. Las palabras de Leonardo son de
lo más evidentes:… “Dallar y quemarse es el castigo más grande que no s podemos
echar encima, ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte
noches y noches? ¡De nada! Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las
paredes tapan, y no es verdad, no es verdad.
¡Cuando las coas llegan a los centros, no hay quien las arranque!” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 70). La criada pide a Leonardo que se vaya y deje
en paz a la Novia. Los convidados
comienzan a llegar demostrando gran algarabía.
Se entonan cánticos matrimoniales por doquier, mientras la Novia vive un
drama en su interior:… “Que despierte / con el largo pelo, / camisa de nieve, /
botas de charol y plata / y jazmines en la frente”… “Despierte la novia / que
los campos viene, / rondando la boda, / con bandejas de dalias / y panes de
gloria”… “La novia, se ha puesto su blanca corona, / y el novio / se la prende
con lazos de oro”… “Un árbol quiero
bordarle / lleno de cintas granates / y de cada cinta un amor / con vivas
alrededor” (Edic. cit, Ibídem, pág. 72-73-74).
Parten todos con rumbo a la iglesia; la Novia lleva un traje negro, con
cadenas y larga cola rodeada de gasas plisadas y encajes duros. Leonardo quiere ir por su cuenta, en su
caballo, pero su mujer no se lo permite, y hace que vaya con ella en el coche:…
“No sé lo que pasa. Pero pienso y no
quiero pensar. Una cosa sé. Yo ya estoy despechada. Pero tengo un hijo. Y otro que viene. Vamos andando: El mismo sino tuvo mi madre. Pero de aquí no me muevo” (Edic. cit, Ibídem,
pág. 81) De regreso, los invitados comienzan nuevamente a cantar estrofas alusivas
a las bodas y se inicia la fiesta. La
Novia no puede olvidar la recriminación de Leonardo le hiciera por el paso que
iba a dar, así como el haberle recordado que la pasión que los uniera no había
concluido aún a pesar de haberse él casado.
Por otro lado, surge en la Madre el recuerdo del marido y del otro hijo
muerto violentamente a manos de los Félix, en un antagonismo familiar que
perdura aún de generación en generación.
El Padre comenta con la Madre del Novio, el extraño comportamiento de
Leonardo, de quien dice que sólo busca la desgracia. La Madre replica:… “¿Qué sangre va a
tener? La de toda su familia. Mana de su bisabuelo, que empezó matando, y
sigue en toda la mala ralea, manejadores de cuchillos y gente de falsa sonrisa…
Me duele hasta la punta de las venas. En
la frene de todos ellos o no veo más que la mano con que mataron a lo que era
mío. ¿Tú me ves a mí? ¿No te parezco loca?. Pues es loca de no haber gritado todo lo que
mi pecho necesita. Tengo en mi pecho un
grito siempre puesto de pie a quien tengo que castigas y meter entre los
mantos. Pero se llevan a los muertos y
hay que callar. Luego la gente critica”
(Edic. Cit; Ibídem, pág. 85). La Novia
se muestra esquiva ante los mimos de su marido, quien la deja, a solicitud de
ésta, que se vaya a descansar a su habitación.
Todo parece desarrollarse normalmente hasta que la mujer de Leonardo
anuncia con desesperación que la Novia y Leonardo han huído a caballo. La Madre incita a su hijo que vaya detrás de
los adúlteros. La orden de la Madre no
contempla ninguna forma de piedad; muerte para aquellos que profanan el
matrimonio. En un bosque, ya de noche,
unos leñadores comentan los sucesos, mientras se oyen dos violines. Aparece la Muerte que pide a la Luna ilumine
los senderos para que el Novio encuentre a los amantes y la sangre corra; la
Luna accede:… ”No quiero sombras. Mis
rayos / han de entrar en todas partes, / y haya en los troncos oscuros / un
rumos de clarines, / para que esta noche tengan / mis mejillas dulces sangre, /
y los juncos agrupados / en los anchos pies del aire” (Edic. cit; Ibídem, pág.
109) El Novio no puede ocultar su
indignación ante lo sucedido, y así lo manifiesta a uno de sus acompañantes:…
“Estoy seguro de encontrármelos aquí.
¿Ves este brazo?. Pues no es mi
brazo. Es el brazo de mi hermano y el de
mi padre y el de toda mi familia que está muerta. Y tiene tanto poderío, que puede arrancar
este árbol de raíz si quiere. Y vamos
pronto que siento los dientes de todos los míos clavados aquí de una manera que
se me hace imposible respirar tranquilo” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 112 - 113) La
Novia y Leonardo perdidos en la oscuridad del bosque, no ocultan la pasión que
los envuelve y están dispuestos a sucumbir por esta pasión desenfrenada. El Novio los alcanza y, en un duelo con el
raptor, le quita la vida a la vez que pierde la suya. A partir de esa noche, la Madre sabe que
podrá dormir sin que por primera vez la aterren la escopeta o el cuchillo. Ahora serán otras madres quienes se asomen a
las ventanas, azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos. Ella ya no, porque su último hijo ha muerto a
manos de otro Félix. La aparición de la
Novia provoca la ira de la Madre quien la llama “víbora” y la golpea haciéndola
caer. Una vecina interviene y logra
calmar los ánimos. La Novia trata de
alcanzar el perdón de la Madre por su actitud frene a su hijo, alegando que
aún, a pesar de lo sucedido, sigue siendo pura y limpia: “me pueden enterrar
sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos”. La Madre la rechaza acerbamente:… “¡Floja,
delicada, mujer de mal dormir es quien tira corona de azahar para buscar un
pedazo de cama calentado por otra mujer!”
Pero ¿qué importe a mí tu honradez? ¿Qué me importa tu muerte? ¿Qué me
importa a mí nada de nada? Benditos sean los trigos, porque mis hijos están
debajo de ello, bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para
descansar” (Edic. cit; Ibídem, pág. 133)
Completamente sola la Madre llorará a sus muertos. García Lorca utiliza reiteradamente en esta
obra los metros cortos con predominio del tetrasílabo, el hexasílabo y el
octosílabo. La muerte, disfrazada de
mendiga, tanto en sus monólogos como en sus diálogos con la Luna, se expresa
por medio de endecasílabos:… “Flores
rotas los ojos, y sus dientes / dos puñados de nieve endurecida. / Los dos
cayeron, y la novia vuelve / teñida en sangre falda y cabellera. / Cubiertos
con dos mantas ellos vienen / sobre los hombros de los mozos altos. / Así fue nada más. Era lo justo.
/ Sobre la flor de oro, sucia arena”.
En cuanto a la prosa, Lorca utiliza el habla corriente de los pueblos de
Andalucía, pero sin recurrir a modismos extremadamente localistas que
dificultan su comprensión. En la parte
lírica. Lorca también utiliza un
vocabulario sencillo, aunque combinándolo de tal forma que construye
expresiones propias de un lenguaje simbólico metafórico. Las metáforas surgen a cada paso
entrelazándose en algunos casos para construir una estructura metafórica
mayor. En el siguiente ejemplo veamos el
alcance poético que García Lorca confiere a la Luna, jugando con su color
plateado:… “¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada!
/ Por paredes y cristales! / ¡Abrir tejados y pechos / donde pueda calentarme!
/ Tengo frío ¡Mis cenizas / de soñolientos metales, / buscan la cresta del
fuego / por los montes y las calles. /
Pero me lleva la nieve / sobre su espalda de jaspe, / y me anega, dura y fría,
/ el agua de los estanques. / Pues esta
noche tendrán / mis mejillas roja sangre, / y los juncos agrupados / en los
anchos pies del aire”. En casa de su
amigo, el poeta Luis rosales, Federico García Lorca fue detenido por los
franquistas y enviado a la Colonia, construcción de tipo moderno que después
fue convertida en prisión. Al amanecer
del 19 de Agosto de 1936, García Lorca en compañía de otros detenidos trepa el
sendero polvoriento de una aldea miserable edificada sobre un declive de la
sierra, cuyo nombre habrá de hacerme célebre, porque será allí, donde un puñado
de fanáticos, darían muerte a uno de los más grandes poetas que ha dado España:
el lugar, Viznar, el poeta, Federico García Lorca. Allí quedarían sus restos, en la tumba
anónima, confundidos en un osario donde los cadáveres de los miles de fusilados
terminarían de pudrirse y hundirse bajo tierra para siempre. Al leer los siguientes versos, no se necesita
ser clarividente para darse cuenta que el poeta jamás imaginó su final tan
ignominioso:… “Cuando yo me muera /
enterradme con mi guitarra / bajo la arena /… Cuando yo me muera / entre los
naranjos / y la hierbabuena / … Cuando yo me muera /, enterradme si queréis /
en una veleta / … ¡Cuando yo me muera! / ¡Ah!”.
FUENTE OVEJUNA

Comedia
dramática del “Padre del teatro Español” Lope Félix de Vega Carpio, nacido en
Madrid el 25 de Noviembre de 1562. En
este drama Lope de Vega trata, ya no la venganza individual de “El mejor
alcalde el rey”, sino la colectiva. En
este drama, el protagonista es todo el pueblo de Fuente Ovejuna, con lo cual
adquiere la obra una grandeza épica extraordinaria. El comendador Fernán Gómez de Guzmán
interroga a sus criados, Flores y Ortuño, sobre si su llegada a la villa es ya
de conocimiento de don Rodrigo Téllez Girón, maestre de Calatrava. Cuando le dicen que sí, les manifiesta que lo
menos que puede esperar de él, es que lo trate cortésmente. Cuando ambas autoridades se encuentran el
comendador pide el maestre que tercie en la disputa sucesoria derivada de la
muerte de Enrique VI, para lo cual le aconseja que junte a sus hombres y tome
Ciudad Real. El comendador le ofrece los
pocos hombres con que cuenta y don Rodrigo accede. En otra escena, Laurencia y Pascuala, dos
mozas del pueblo comentan los desmanes y proclividad sexual del comendador que
se ha establecido en Fuente Ovejuna.
Laurencia se queja que desde hacer un mes, Flores y Ortuño, alcahuetes
de Fernán Gómez, la persiguen para que acceda a los requerimientos amorosos del
libidinoso comendador. Fernán Gómez
entra triunfante, tras su victoria en ciudad Real, a su villa de Fuente
Ovejuna. Esteban y Alonso, alcaldes de
la ciudad, presentan al victorioso gansos, capones y gallinas como claros
homenajes de vasallo a señor. El comendador
se retira a descansar e intenta llevarse consigo a Pascuala y a Laurencia. Las muchachas se resisten a Ortuño ya Flores,
quienes por la fuerza las querían llevar y se marchan apresuradamente. Por otro lado ante los Reyes Católicos,
Fernando e Isabel, se presentan dos regidores quejándose de los ataques
sufridos por las huestes de Rodrigo Téllez Girón, quien ha recibido ayuda del
comendador Fernán Gómez. Este último
tiene en los Reyes Católicos a uno de sus más encarnizados enemigos en lo
político, Fernando envía a don Manrique a combatir a los sediciosos, quien
presuroso parte con muchos hombres. Cerca
de un arroyo, Frondoso declara su amor a Laurencia y le pide que sea su
esposa. La aparición del comendador
interrumpe la escena amorosa; Frondoso se esconde tras unas ramas y sólo sale
cuando ve que el comendador trata de abusar de la indefensa muchacha. Con ballesta amenaza a Fernán Gómez quien se
ve obligado a desistir a sus inicuas intenciones. El comendador indignado ante el atrevimiento
de un vasallo promete vengarse de Frondoso:… “¡Peligro extraño y notorio / mas
yo tomaré venganza / del agravio y del estorbo. / ¡Que no cerrará con él!
/ ¡Vive el cielo, que me corro!” (Teatro
de Lope de Vega”, Editorial Bruguera; 1983 – pág., 103, vv. 855 – 859). La falta de escrúpulos de Fernán Gómez vuelve
a quedar de manifestó cuando acude donde Esteban a quejarse por el hecho que su
hija no atiende a sus requerimientos amorosos en contraste con la prontitud con
que otras mujeres se rinden a sus deseos.
El alcalde de la villa le reprocha su proceder y se retira
indignado. Flores y Ortuño siguen
facilitando a su señor los encuentros amorosos que éste desea tener con mujeres
como Olalla e Inés, cuyos maridos se muestran recelosos a sus recados. Llega Cimbranos, un soldado, e informa a Fernán
Gómez que don Rodrigo Téllez está a punto de ser vencido en Ciudad Real por las
huestes del rey Fernando. El comendador ordena a Ortuño que reúna a todos sus
hombres, pues, partirán a brindar ayuda a Téllez Girón. Cerca de ahí, Laurencia cuenta a Mengo y a
Pascuala lo ocurrido entre el comendador y Frondoso, Mengo considera que
Frondoso debe huir de Fuente Ovejuna, pues, Fernán Gómez ha jurado que lo
colgará de un pie. Jacinta irrumpe la
escena pidiendo socorro, pues, es perseguida por Flores y Ortuño quienes
quieren forzarla a acompañar a su señor a Ciudad Real. Laurencia y Pascuala huyen ante el temor de
ser llevadas también. Mengo se enfrenta
a los criados del comendador para evitar el atropello, pero no lo consigue. Aparece el comendador quien ordena a sus
secuaces amarrar al labrador a un roble para ser azotado. Como Jacinta se niega a los requerimientos
del villano, éste la entrega a los soldados para que la disfruten. Mientras tanto Laurencia y Frondoso se
encuentra; éste pide a la muchacha que se case con él, a o que Laurencia accede
de buena gana. Frondoso habla con
esteban, padre de la pretendida, y le pide a su hija en matrimonio. El alcalde acepta y queda así acordada la
boda. Las huestes del rey Fernando
logran vencer a las fuerzas enemigas, a quienes hacen huir despavoridos. La boda de Frondoso y Laurencia es
interrumpida por el comendador quien ha regresado a Fuente Ovejuna después de
la derrota sufrida. Frondoso es detenido
y enviado a la cárcel por orden de Fernán Gómez. Esteban saca cara por su yerno e increpa al
comendador su actitud, pero éste lo apalea y ordena que diez soldados se lleven
a su hija. Mengo ni ninguno de los
presentes se atreve a intervenir temiendo las represalias del villano Laurencia
queda así a merced de Fernán Gómez quien, salvando el último obstáculo, abusa
de la infeliz muchacha. Esteban, Alonso,
Barrildo, Mengo y otros más se reúnen para discutir qué medidas tomar contra
los abusos del comendador. Laurencia
irrumpe en la reunión, y, es tal su estado, que muchos de los presentes dudan
que se trate de la misma muchacha que ha sido raptada por Fernán Gómez. Laurencia reprocha a los presentes, y en
especial a su padre, la pasividad con que han actuado ante los excesos del
comendador:… “Por qué dejas que me roben / tiranos sin que me vengues, / traidores
sin que me cobres. / Aún no era yo de Frondoso, / para que digas que tome, /
como marido, venganza; / que aquí por tu cuenta corre; / que en tanto que de
las bodas / no haya llegado la noche, / del padre, y no del marido, / la
obligación presupone; / que en tanto que no me entregan una joya, aunque la
compren, / no ha de correr por mi cuenta / las guardas y los ladrones. / Llévome de vuestros ojos / a su casa Fernán
Gómez; / la oveja al lobo dejáis / como cobardes pastores. / ¿Qué dagas no vi
en mi pecho, / que desatinos atroces, / qué palabras, qué amenazas, y qué delitos atroces, / por rendir mi
castidad / a sus apetitos torpes? / Mis cabellos, ¿No lo dicen? / ¿No se ven
aquí los golpes, / de la sangre y las señales? / ¿Vosotros padres y deudos? /
¿Vosotros que no se os rompen, / las entrañas de dolor, / al verme en tantos
dolores? / Ovejas sois, bien lo dice / de Fuente Ovejuna el nombre” (Edic. cit;
Ibídem, págs. 137 – 138 vv. 1725 – 1759).
Las palabras de Laurencia terminan por encender la furia de los
humillados habitantes de la villa, quienes armados de lanzones, ballestas y
palos van en busca del tirano y sus seguidores.
Laurencia incita a Pascuala, Jacinta y otras mujeres a unirse a la turba
enardecida que a los gritos de “¡Mueran tiranos traidores! / ¡Traidores tiranos
mueran!”, llegan a la casa de Fernán Gómez.
La oportuna llegada de los rebeldes evita que Frondoso sea
torturado. Flores es el primero en percatarse
de lo que acontece y pone sobre aviso a su señor que por más que trata de huir,
muere bajo los golpes de los embravecidos habitantes de Fuente Ovejuna, Ortuño
y otros adeptos a Fernán Gómez, sucumben a aquella masa cuya sed de venganza
sólo es saciada cuando uno de los labradores muestra la cabeza del tirano sobre
la punta de una lanza. El único que
logra escapar, aunque muy golpeado, es Flores, quien ocultándose en la
oscuridad de la noche huye a comunicar al rey Fernando lo sucedido. Don Manrique, servidor del Rey, comunica a
este el triunfo conseguido sobre el Maestre de Calatrava. En esos instantes aparece Flores e informa
que don Fernán Gómez ha sido asesinado en su villa por los habitantes de Fuente
Ovejuna. La versión de Flores tergiversa
la realidad de los hechos; indica en ella que los habitantes se han revelado contra
el rey. El rey cree en las mentiras del
aleve vasallo y toma cartas en el asunto:… “Estar puedes confiado / que sin
castigo no queden. / El triste suceso ha
sido / tal, que admirado me tiene, / y que vaya luego un juez, / que lo
averigüe conviene, / y castigue a los culpados / para ejemplo de las gentes. /
Vaya un capitán con él, / porque seguridad lleve; / que tan grande atrevimiento
/ castigo ejemplar requiere; / y curad a este soldado / de las heridas que
tiene” (Edic. cit; Ibídem, pág. 147. vv 2014 – 2027). Esteban previendo que3 es de esperar que el
rey mande a averiguar a algunos emisarios sobre lo sucedido, aconseja a todos
que cuando sean interrogados contesten.
“¿Quién mató al comendador? / Fuente Ovejuna lo hizo!. “Para estar más preparados, Esteban propone
ensayar, y es él quien hace el papel de indagador. Quinientos hombres llegan a la villa en
compañía de un juez, que vanamente tortura ancianos, hombres, mujeres y niños,
pues, todos responden que Fuente Ovejuna fue quien mató al comendador. Mientras tanto Rodrigo Téllez Girón se
presenta donde el rey Fernando a suplicarle perdón por su actitud, pues,
confiesa que fue engañado y mal
aconsejado por Fernán Gómez, que siempre que hayáis venido, / seréis muy bien
recibido”. Llega el juez que había ido a
indagar lo sucedido en Fuente Ovejuna y comunica al rey que ha atormentado a
trescientas personas con gran rigor, pero que no ha obtenido nada en claro:… “y
pues tan mal se acomoda / el poderlo averiguar, / o los has de perdonar, / o
matar la villa toda”. Los alcaldes de
Fuente Ovejuna y un gran número de sus habitantes se presentan ante el rey y
exponen los hechos tal como sucedieron.
El rey, hombre justiciero, reconoce que la acción tomada contra el
comendador es por demás justificada, pues, sus excesos merecían un fin así:…
“Pues no puede averiguarse / el suceso por escrito, / aunque fue grave el
delito, / por fuerza ha de perdonarse. /
Y la vida es bien se quede / en mí, pues de mí se vale, / hasta ver si
acaso sale / comendador que la herede” (Edic. Cit; Ibídem, pág. 160. vv. 2440 –
2447). La obra está basada en la
“Chrónica de las tres Órdenes y Caballerías de Santiago, Calatrava y Alcántara:
en la cual se trata de su origen y
suceso, y notables hechos en armas…”, compuesta por Francisco de Rades y
Andrada (Toledo, 1572). Un examen
comparativo de la crónica y la versión dramática de Lope, nos pone
inmediatamente de manifestó que el Fénix la siguió puntualmente, a pesar de que
hoy aparece bastante claro el carácter legendario de muchos de sus puntos. Esto último debido a que Rades deformó los
hechos históricos y transformó la crónica en una apología de la orden. En cuanto a la fecha de redacción no se conoce
con exactitud la fecha en que Lope escribió la obra. “Fuente Ovejuna” está citada
por el mismo Lope en la segunda edición de “El Peregrino en su patria”; debió
escribirse por tanto, entre 1604 y 1618.
La primera edición apareció en la “Dozena parte de las comedias de Lope
de Vega Carpio” (Madrid), 1919). Muy
aficionado a la jardinería, Lope de Vega sufre un enfriamiento al salir a regar
sus plantas. Murió el 27 de Agosto de
1635 en su modesta casa de la calle de Francos (hoy, Cervantes #15). Por su genialidad, Lope de Vega fue llamado
por sus contemporáneos “El Fénix de los ingenios” y por Miguel de Cervantes
Saavedra, “Mounstruo de la naturaleza”.
LITERATURA UNIVERSAL
CRIMEN Y CASTIGO

En setiembre de
1865, encerrado en una habitación exigua y gris, cuando se veía privado de
alimento y luz, cuando mendigaba, a derecha e izquierda, algún socorro para
regresar a Rusia, cuando se hallaba en el último grado de la pobreza y de la
soledad, fue allí donde Dostoievski preparó esta obra que lo ha convertido en
uno de aquello escritores que, a pesar del tiempo transcurrido, aún se
conservan frescos y florecientes en nuestra memoria. “Quizá lo que escribo ahora sea superior a
todo lo que he escrito hasta ahora”, escribe Dostoievski en su “Diario de un
escritor”. Fiodor Mijailovitch
Dostoievski nació en Moscú el 30 de octubre de 1821. Raskólnikov, el universal protagonista de
“Crimen y Castigo”, fue creado por el escritor ruso en los tormentosos días
inmediatos a su viudez, mientras apostaba a la ruleta en Wiesbaden, y
sobrellevaba estoicamente su epilepsia crónica y la hemorroides, enfermedad
prosaica esta última que lo llevaba a permanecer postrado muchas veces hasta
por quince días. La falta de dinero, y
las sombras que en su mente se formaron, dieron vida a uno de los engendros
mayores de la literatura, al imponente Rodion Romanovich Raskólnikov, el primer
asesino de Dostoievski, quien golpea, mata y roba, a la vieja usurera, y, por
un extraño concurso de circunstancias, ningún indicio exterior permite a los
jueces sospechar de él. Pero entonces
empieza el verdadero drama del castigo interior. La obra nos presenta a un joven que no se
podía decir que fuese miedoso o tímido, sino todo lo contrario; pero, desde
hacía cierto tiempo el joven se hallaba en un estado de excitación y angustia
rayano en la hipocondría. Es el
estudiante Rodion Romanovich Raskólnikov.
Apremiado por las penurias económicas Raskólnikov acostumbraba empeñar
algunas pequeñas joyas a una vieja prestamista y usurera llamada Aliona
Ivanovna. Una mañana se dirigió Rodion
al edificio donde vivía la vieja. Esta
le abrió la puerta con recelo. Rodion le
mostró un reloj de oro con cadena de acero.
La vieja le dio una miseria y le recordó que todo lo que había empeñado
anteriormente estaba ya vencido.
Raskólnikov salió profundamente trastornado. Su confusión no hacía más que aumentar. Al bajar la escalera, se detuvo varias veces,
como si de pronto algo le sorprendiera.
Por fin, ya en la calle, exclamó: “¡Dios mío, qué repugnante es todo
esto! ¿Es posible? ¿Es posible que yo…?
¡No! ¡Es estúpido, es absurdo! – Añadió con energía- Pero, ¿cómo se me ha
podido ocurrir una idea tan horrible?
¡De qué bajeza no es capaz mi corazón!
¡Es vil, bajo, repugnante…! Y yo, desde hace un mes…” (“Obras completas de Fedor Dostoievski”;
Editorial Aguilar. Madrid -1961, pág.
22. Tomo II) Colérico y angustiado Rodion se introdujo en una sucia
taberna. Aquí conoce a Marmeladov, un
borrachín que le cuenta sus problemas; que vivía en un cuartucho – propiedad de
Amalia Fiodorovna- con su mujer Katerina Ivanovna y los tres hijos de ésta de
un matrimonio anterior, que tenía una hija llamada Sonia Semionovna, que había
sido prostituida por una vecina llamada Daría Franzovna; y que era Sonia quien
ayudaba a la manutención de los tres hijos de Katerina. Luego de beber largo rato, Rodion acompañó a
Marmeladov a su casa, pues, éste estaba muy borracho. Ya en su casa, Marmeladov recibió una paliza
de su mujer por haberse bebido todo el dinero:… “-‘ah – exclamó con asombro-,
ya volviste! ¡Criminal!... ¡Monstruo!... ¿dónde están los dineros? ¿Qué es lo
que traes en los bolsillos? ¡Enséñalo! ¡Y tu sueldo? ¡Qué has hecho del sueldo? ¿Dónde están los cuartos? … ¡Habla! Y se abalanzó a él para cachearlo. Marmeladov, inmediatamente, con docilidad y
humildad, alzó ambos brazos para facilitar el registro. Dinero, no tenía ni una copeica. ¿Dónde están
los cuartos? –Gritaba- (…) y de pronto hecha una furia, lo cogió por los
cabellos y lo arrastró hacia adentro.
Marmeladov mismo facilitaba su esfuerzo, dejándose llevar mansamente de
rodillas. –Pero ¡Si esto para mí, es un gusto!
¡No me produce dolor, sino pla…cer, se…ñor… mío! Exclamaba, (Raskólnikov
estaba presenciando la escena) en tanto lo arrastraba contra el piso” (Edic.
cit; Ibidem, pág. 34. Tomo II). Al día
siguiente en su habitación, Rodion recibe una larga carta de su madre Pulkeria
Rakolnikova, donde le informa que su hermana Dunia se casará con Piotr Petróvich
Luzhin. Rodion llora porque sabe que su
hermana se está sacrificando por él, para que pueda estudiar en la universidad
sin ningún problema. La criada del
edificio, Nastasia, le indica que la dueña lo denunciará a la policía, sino le
paga el alquiler del cuarto. Esto
molesta mucho al muchacho. Rodion
deambula por la calle. La carta de su
madre lo había angustiado porque piensa que su hermana se va a sacrificar por
él. Pero se jura a sí mismo que mientras él viva esa boda nunca se
realizará. Vuelve a ser asaltado por la
idea de dar muerte a la vieja usurera Aliona Ivanovna, a quien considera un
“piojo inútil y dañino” que subasta el hambre y el frío de los demás. En la calle, Rodion se duerme y tiene un
sueño espantoso. Sueña que es un niño y
que va por la calle con su padre y que se siente muy impresionado por asistir a
la escena de un hombre que apalea a su caballo hasta matarlo. Lo relaciona con el crimen que tiene
proyectado. Al pasar por el mercado
Plaza del Heno percibió a una mujer de unos treintaicinco años: era Lizaveta
Ivanovna, hermana de la vieja usurera a quien había visitado el día anterior
para empeñar un reloj y realizar su “ensayo”.
En una conversación que sostiene Lizaveta con unos comerciantes., Rodion
se entera de que la hermana de la vieja usurera saldrá para una reunión a las
siete del día siguiente, lo cual implicaba que la vieja Aliona, estaría sola a
esa hora. Rodion pensó que nunca tendría
una oportunidad como ésa. Se decide
finalmente a llevar a cabo su plan.
Rodion se acuerda de una conversación en un café en que dos jóvenes
hablaban de la vieja y de su hermanastro y planteaban la hipótesis de matar a
la vieja. En su casa hace preparativos
para llevar a cabo el crimen. Una
tablita pequeña envuelta en un papel blanco será la supuesta joya que le
permitirá presentarse ante la vieja. Con
el pretexto de que le ha traído una pitillera de plata, logra introducirse en
la habitación. Cuando la vieja se acerca
a una ventana para desatar el paquete que le entrega Rodion, éste saca el hacha
que escondía debajo del abrigo y la dejó caer de lomo sobre la cabeza. Aliona Ivanovna lanzó un grito y se desplomó;
como vio que aún se movía, Rodion asestó varios golpes con toda su fuerza,
todos con el lomo del hacha y en el cráneo.
A los pocos segundos, cuando ya sustraía los objetos que la vieja
escondía en un armario, sintió pasos; cogió el hacha y en el centro de la
habitación se encontró con Lizaveta. Sin
pensarlo dos veces se abalanzó contra Lizaveta quien se hallaba petrificada, y
la golpeó directamente sobre el cráneo con el filo del hacha y hendió de una
vez toda la parte anterior de la frente, casi hasta el occipucio:… “El miedo se apode4aba de él cada vez más y
más, sobre todo después del segundo asesinato, totalmente inesperado. Quería huir de allí cuanto antes. Y si en aquel momento hubiese estado en
condiciones de ver y razonar con mayor lucidez; si hubiese podido comprender
hasta qué punto era difícil su situación, cuánto había en ella de repelente y
absurdo; si hubiera podido darse cuenta, al mismo tiempo, de cuántas eran las
dificultades que aún debía superar y cuántas las atrocidades que quizá aún
debería cometer para salir de allí y llegar a su casa, con toda probabilidad
habría abandonado todo y sin dilación algunas se habría presentado a las
autoridades, no por miedo siguiera de sí
mismo, sino movido sólo por el horror y la repugnancia de lo que acababa de hacer” (Edic. Cit; Ibídem, págs..
73 – 74. Tomo II). Cuando trata de huir
de la escena del crimen, Rodio n se quedó atónito y no creía lo que sus ojos
veían: la puerta por la que él había entrado hace unos momentos estaba abierta
de par en par. Se apresuró a
cerrarla. A los pocos minutos unos
visitantes llaman a la puerta y Rodion contiene la respiración y hasta el paso
de la sangre por sus venas: los recién llegados llaman a Aliona Ivanovna; y al
ver que ésta no responde buscan al portero para comunicarle sus sospechas de
que en casa de la usurera ocurre algo anormal; lo cual aprovecha Raskolnikov
para huir, y regresar a su cuartucho.
Aquí permaneció echado durante mucho tiempo:… “Sucedía que a veces se
despabilaba un poco, y en tales momentos advertía que ya era de noche cerrada,
no se le ocurría levantarse. Hasta que,
por útlimo, notó que que ya alboreaba el nuevo día. Estaba acostado en el diván, boca arria, aún
transido de su entumecimiento reciente.
Hasta él, recios, llegaron desde la calle unos tremendos y desolados
alaridos, que por lo demás oía todas las noches al pie de su ventana, a las
tres. También ahora lo despertaron.
“¡ah! Ya están saliendo de las tabernas los borrachos –pensó-, ya son las tres
–y de pronto dio un brinco, cual si alguien lo hubiese hecho saltar del diván…
¡Y entonces lo recordó todo! ¡De pronto,
en un momento, todo lo recordó! En el
primer instante pensó que se había vuelto loco” (Edic. cit; Ibídem, págs. 78
-79. Tomo II) Se ocupa febril y desordenadamente en destruir los
vestigios. Llaman a la puerta para
avisarle de que lo citan en la oficina de policía. Decide confesarlo todo; pero allí se entera
que lo convocan para un asunto distinto: el pago de una letra por ciento quince
rublos que adeuda a una señora llamad Zarnítsina, desde hace nueve meses… Sin
embargo al oír hablar del crimen de manera casual, se desmaya y luego el miedo
lo invade de pies a cabeza. De vuelta a
casa y temiendo un registro de la policía, decide esconder los objetos
robados. Los entierra en la calle, bajo
una piedra en el patio de una casa. A
continuación va a visitar a su amigo Razúmijin.
De nuevo en casa, sueña que la policía viene a golpear a la dueña de la
casa donde vive. El miedo, como espada
de hielo, le envolvió el alma; la torturaba, le agarrotaba el cuerpo. Rodion cae enfermo y durante algunos días
permanece en un estado febril, con desvarío y semiinconsciencia. Lo atienden Nastasia y Razúmijin. Por ellos se entera de que ha delirado. Al encontrarse solo se pregunta: ¡Oh Señor!
Dime sólo una cosa: ¿lo saben todo o no
lo saben aún?. Viene a verle Zózimov el
médico conocido de su amigo Razúmijin; hombre alto y gordo, quien le dijo que
no era nada de cuidado. Delante de
Raskólnikov ambos se enzarzan en una conversación acerca de un sospechoso del
asesinato de Aliona Ivanovna y reconstruyen la forma como suponen ellos fue el
crimen. A los pocos días aparece Piotr
Petrovich Luzhin, el pretendiente de la hermana de Rodion a visitarle. También él comenta el asesinato, lo cual pone
de mal humor y nervioso a Rodio. Al
quedarse solo, Raskólnikov, que de súbito se había quedado completamente
tranquilo, sale de casa. Entra en un
café y pide los periódicos de los últimos cinco días. Continuando su deambular por la ciudad con la
intención de suicidarse, se encuentra con una mujer que intenta también
suicidarse. Decide entonces ir a la oficina
de policía y confesarlo todo, peor retrocede.
Finalmente, vuelve al lugar del crimen.
Un coche elegante atropella a Marmeladov, que muere en seguida. Raskólnikov, se avergüenza de haber pensado
en entregarse a la policía. Al regresar
de casa del muerto, Rodion se encuentra de sorpresa con la madre y la hermana,
que lo esperan. Raskólnikov se
desmaya. Discuten sobre la boda de la
hermana con su pretendiente. Raskólnikov
está en contra. Su amigo Razúmijin
participa en la discusión. Raskólnikov
decide ir a ver al juez de instrucción que lleva la causa del asesinato,
haciéndose acompañar por su amigo, que conoce al juez. En la larga conversación desarrollada en la
estancia del juez, destaca una discusión acerca del crimen en “abstracto” y se
comenta un artículo de Rodion publicado algún tiempo antes, acerca del
“criminal”. El juez termina interrogando
inesperadamente a Rodion sobre el asesinato de la vieja. A los pocos días llega a la ciudad un
visitante inesperado: Svidrigáilov, el antiguo patrón de la hermana de Rodion;
el cual había intentado seducirla.
Dunia, la hermana de Rodion rompe su compromiso con su prometido: Piotr
Petróvich. Rodion se aleja de su madre y
de su hermana y se las confía a su amigo Razúmijin. Rodion va a ver a Sonia, la hija de
Marmeladov a quien había conocido cuando llevó el cadáver de éste a su
casa. A pesar que se dedica a la
prostitución Rodion considera que es una muchacha buena y piadosa. Después de un diálogo desesperado y
angustioso Rodion termina prometiéndole que al día siguiente le revelará quién
mató a la vieja usurera y a su hermana, ésta última amiga de Sonia. En una habitación contigua Svidrigáilov lo ha
escuchado todo. Raskólnikov es llamado
nuevamente por el juez de instrucción.
Los interrogatorios del juez son punzantes y mordaces, y, cuando
Raskólnikov prácticamente ha confesado, se produce una sorpresa: entra en el
despacho un hombre llamado Nikolai, quien confiesa ser el asesino. Para Rodion todo es ahora como un arma de dos
filos y se avergüenza de su pusilanimidad.
Rodion va a la casa de la ciudad e Marmeladov, quien había organizado
una comida para después de los funerales:… “Habría sido difícil determinar con
precisión las causas que habían hecho surgir en la cabeza trastornada de
Katerina Ivanovna la idea de aquella comida absurda. (…) Quizá la razón más
poderosa se debiera al particular orgullo de los pobres, a consecuencia del
cual, en determinadas ceremonias públicas, ineludibles en nuestro modo de
vivir, muchos de ellos sacan fuerzas de flaqueza y gastan el último kopec
ahorrado para no ser “menos que los otros” y para que esos otros no tengan
motivos de criticarlos. Es más que
probable también que Katerina Ivanovna (…) deseara mostrar a aquellos insignificantes
y ruines inquilinos que ella (…) de ningún modo se había preparado para fregar
el suelo y lavar por la noche los trapos de sus hijos” (Edic. cit; Ibídem, pág.
279, Tomo II ) Raskólnikov va a ver a
Sonia, la hija de Marmeladov,. Finalmente, le confiesa que él es el asesino de
las dos mujeres. También intenta
explicar a la joven los móviles de su crimen. Le da una explicación de acuerdo
con lo expuesto en su artículo anterior “lo único que yo quería era atreverme”,
“sencillamente maté. Maté por mí, por mí
mismo”. Sonia lo quiere y le aconseja
confesarlo todo a la policía. Rodion se
entera por alusiones indirectas del propio Svidrigáilov que éste ha escuchado
sus conversaciones con Sonia referentes al crimen. Muere Katerina Ivanovna. El juez de instrucción viene a visitar a Raskólnikov
para decirle que sabe que él es el asesino.
El juez intenta mostrar a Rodion, las ventajas de ir, por voluntad
propia, a confesar el crimen. Temiendo
que Svidrigáilov haga chantaje a su hermana aprovechando para ello el hecho de saber
que él ha asesinado a Aliona Ivanovna, Rodion va a verlo; Svidrigáilov confirma
a Rodion que efectivamente ha oído toda la confesión que hizo a Sonia. Luego va a ver a la hermana de Rodion y se lo
cuenta. Le promete que si ella acepta
sus requerimientos para ser su mujer, ayudará a Rodion, ya que él es una
persona muy influyente. Dunia se niega;
pero al tratar de huir, se percata que Svidrigáilov ha cerrado la puerta con
llave y se niega a dejarla salir. Es
entonces que Dunia saca un revólver y amenaza a Svidrigáilov. En un forcejeo, se escapa un tiro que roza la
frente del frenético hombre. Cuando
Svidrigáilov escucha de labios de Dunia que ella no lo quería, se dio cuenta
que ya todo era inútil. Da la llave a
Dunia que huye desesperada. Svidrigáilov
recogió el revólver que Dunia había arrojado y que había ido a parar cerca de
la puerta. Era un pequeño revólver de
bolsillo, de tres tiros, de construcción antigua. Quedaban en él dos casquillos y un
cartucho. Aún se podía disparar una
vez. Svidrigáilov permaneció un momento
pensativo, se puso el revólver en el bolsillo, tomó el sombrero y Salió. Sividrigáilov se suicida sin haber denunciado
a Rodion a la policía. Rodion va a
despedirse de su madre y de Sonia y a continuación se dirige a la policía,
donde, finalmente, confiesa su crimen.
Año y medio después, encontrándose en la cárcel de Siberia, cuando aún
faltan siete años para cumplir condena, el amor y la dedicación de Sonia ha
redimido a Raskólnikov, que finalmente comienza a sentirse feliz. La historia anterior termina con el comienzo
de una nueva historia, la historia de su gradual resurrección, del paso lento
de un mundo al otro, a una realidad nueva, hasta entonces desconocida por
completo. Raskólnikov, lo mismo que el
personaje de la obra “Memorias del Subsuelo”, se ahoga entre las paredes de la
moral oficial. Se siente distinto de los
demás, llamado para un destino especial y, hombre como él, tienen derecho a
desconocer todas las reglas que aprisionan el rebaño anónimo que lo rodea. Para él un crimen no tiene el valor de un
crimen, y el castigo es solo una palabra sin sentido. Se justifica como se justificó Napoleón ante
sus propios ojos, si alguna vez sintió deseos de hacerlo. “Un verdadero amo, a quien todo está
permitido –piensa Raskólnikov-, cañonea Tolón, organiza una matanza en París,
olvida a un ejército Egipto, gasta medio millón de hombres en la campaña de
Rusia y sale de apuros en Vilna con un juego de palabras. Y es a este hombre a quien, después de
muerto, erigen estatuas. Por lo tanto,
todo está permitido”. Raskólnikov es la
estirpe de los humillados y ofendidos, de aquellos que viven en tugurios en la
babilónica Petersburgo, que pasan hambre y frío, y sobre todo, soledad. Raskólnikov coge el hacha y va a restablecer
el orden de la naturaleza, aplastando al régimen social injusto en la persona
de esa vieja usurera que tiene inmovilizado el dinero que él necesita para
terminar sus estudios, ayudar a una madre y a una hermana pobres como él. No mata a la vieja usurera simplemente por
llevar a la práctica su teoría del superhombre y contrastar su temple
extraordinario de hombre superior, sino también para asegurar la vejez de su
madre y evitar a su hermana Dunia, bella y pobre, la contingencia casi obligada
del deshonor o su venta disfrazada en la almohada de un matrimonio
desigual. Alguien tiene que sacrificarse
para salvar a la familia y ése ha de ser él, el varón, el más fuerte. Cómo se puede culpar a un hombre que mata a
esa vieja avara que se obstina en vivir y guardar su dinero, ese parásito
inmundo y voraz –ese piojo inútil y dañino- que vive de sorber la sangre de los
pobres. La vieja asume ara Raskólnikov
la representación de un régimen social injusto, criminal, y carga con las
culpas de todos los males que de él se derivan.
Ella es responsable de que Sonia, la ingenua y pura, se haya prostituido
y de que Katerina Ivanovna se consuma en el fuego lento de su tuberculosis, y
ella tendrá la culpa de que Dunia acaso venda también los linos de su pureza y
su hermosura. Todo un martirologio a
cuenta de esa araña repulsiva e insaciable que arma su red encima de un
cofre. De allí que aplastar ese insecto
no será un crimen sino un acto redentor.
Es entonces cuando el criminal se nos aparecerá como una víctima. Terminaré recordando que Raskólnikov, el
personaje imaginario, tuvo una réplica real, aunque atenuada, en un judío:
Albert Kovner, de San Petersburgo, que estafó al banco en que servía para
salvar de la miseria a la familia de su novia.
Kovner fue detenido en la frontera de Polonia, y desde la cárcel
escribió al novelista exponiéndole su caso y recabando su justificación moral,
a título de lector influido por su libro Dostoievski contestóle con una carta,
finamente evasiva, pero llena de comprensivos alientos. La muerte de Dostoievski, acaecida el 28 de
enero de 1881, significó para el pueblo ruso un día de dolor inefable. Una muchedumbre de cerca de 30,000 personas acompañó
sus restos hasta el cementerio. Son
pocos los hombrees que, como Hermann Hesse, han sabido verter un juicio
mesurado a la vez que espeluznante sobre la obra del genial escritor ruso:…
“Debemos leer a Dostoievski cuando nos encontremos en un mal momento, cuando
hayamos apurado hasta las heces nuestra capacidad de sufrimiento y sintamos que
la vida es una herida infinita, abierta y abrasadora, cuando respiremos el aire de la desesperación
y hayamos muerto mil muertes de desesperanza.
Entonces, cuando solos y desamparados miremos la vida desde el dolor y
ya no la comprendamos en toda su salvaje y hermosa crueldad, cuando ya no
esperemos nada, entonces estaremos por fin preparados para oír la música de
este poeta terrible y maravilloso” (“Escritos sobre Literatura”; pág. 148, Tomo
II; Hermann Hesse. Alianza Editorial –
1984)
MADAM BOVARI

Más de cuatro tardó
Gustave Flaubert en escribir su controvertida novela “Madame Bovary”, desde
diciembre de 1851 hasta abril de 1856 exactamente. Finalmente la novela apareció en la “Revue de
París”, por entregas, entre el primero de octubre y el 15 de diciembre de 1856. La obra le costó al autor un proceso por
inmoralidad, entre enero y febrero de 1857, en el que logró la absolución, ante
el mismo tribunal que seis meses más tarde condenaría por el mismo motivo, a
Charles Baudelaire, por “Las flores del mal”.
Algunos pasajes de “Madame Bovary” fueron juzgados como demasiado
licenciosos y ciertas situaciones intolerables.
La controversia judicial incluyó la hipócrita requisitoria del abogado
Pinard y la generosa defensa de Marie – Antoine Jules Senard, a quien Flaubert
en prueba de agradecimiento, dedicó su obra: …
“Querido e ilustre amigo, permítame inscribir su nombre al comienzo de
este libro y sobre esta dedicatoria, por ser a usted principalmente a quien se
debe su publicación. Gracias a su
magnífica defensa, mi obra ha adquirido para mí un valor imprevisto. Acepte, por tanto, el homenaje de mi
gratitud, que no llegará jamás, por grande que sea, a la altura de su
elocuencia y de su interés por mí” (Dedicatoria en “Madame Bovary”; París 12 de
abril de 1857). Flaubert nació en Ruan
el 12 de Diciembre de 1821. No va a
mezclarse con el mundo ni a luchar con él o por él; se aparatará de todo –el
amor, la política, las ambiciones de fama o de riqueza- para convertirse al
ascetismo de la literatura. Flaubert se
refugia en el art porque es la única actividad en la que cree poder encontrar
un mínimo de autenticidad dentro de la falsedad en que se halla inmerso. Flaubert comienza a concebir la idea de que
el escritor debe ante todo tener un estilo, ya que sólo así “es posible dotar a
la idea de una fuerza personal”. Y para
elaborar este estilo, se implanta a sí mismo una severa disciplina: “Prefiero
reventar como un perro a apresurar ni siquiera a un instante cualquiera de mis
frases antes de considerarla madura”; y en 1866 escribe a su amiga, la
escritora George Sand: “Usted no sabe lo
que es estar todo el día con la cabeza entre las manos para sacar una palabra
del pobre cerebro”. Además de recoger
muchos datos de la experiencia del autor, figuras y lugares de su país
normando, la novela arranca de un suceso real, el suicidio de Delphine
Couturier Delamare, esposa de Eugene Delamare, médico rural de Normandía, que
murió de pena después que su muejr lo engañara y lo arruinara. Esta historia, en el fondo la misma que la de
“Madame Bovary” no es la única fuente documental de la novela: otra fue el
manuscrito de las “Memorias de Madame Ludovica”, que descubrió Gabrielle Leleu
en la Biblioteca de Ruan en 1846. Estas
memorias son un relato de las aventuras de Louise Pradier, esposa del escritor
J. Pradier, dictadas por ella misma. La
historia tiene un gran parecido, con la salvedad de la anécdota del suicidio de
Emma Bovary. La novela comienza con
charles Bovary asistiendo a la escuela; chico de carácter modoso, que jugaba en
las horas de recreo, trabajaba en las de estudiar, atendía en las de clase,
dormía bien en las de dormir y comía bien en las de comer. Tras
grandes esfuerzos sus padres lograron que estudiara medicina, y, una vez
finalizada la carrera y haberle hecho médico de la ciudad de Tostes, su madre
vio que era preciso buscarle una mujer.
Y la encontró. Era la viuda de un
ujier de Dieppe, que tenía cuarentaicinco años y mil doscientas libras de
renta. Así Charles se casó con Héloise
Dubuc; que aunque era fea, no carecía de pretendientes para elegir. A la muerte
de Héloise, Charles comenzó a
frecuentar la granja del señor Rouault, con el fin de ver a su hija Emma, a
quien había visto en cierta ocasión, a raíz de una pierna fracturada de uno de
los trabajadores de la granja. Al poco
tiempo Emma y Charles se casaron. Emma
había sido educada como una señorita en
un convento; rechaza la vida tal como es y la desea como la describen los
poetas. Se emborracha de palabras, cree
en las pasiones eternas, se ve viviendo en castillos como en las novelas de
Walter Scott. Y esta necesidad de
evasión, de exotismo, de humo, es el romanticismo del que Flaubert estaba hastiado. A pesar de todo, Emma quiso proporcionarse un
amor, en la medida de sus posibilidades, que estuviera de acuerdo con las
teorías que ella consideraba como buenas, y a la luz de la luna, en el jardín,
le recitaba a Charles todas las apasionadas rimas que conocía, cantándole
también entre suspiros, melancólicas canciones.
Pero después de ello, Emma no percibía el menor cambio en el vivir
cotidiano, ya que a Charles no parecían conmoverle en lo más mínimo aquellas
exuberancias sentimentales de su mujer:… “Una vez que estas nuevas tentativas
convencieron a Emma de su inutilidad para arrancar la menor chispa del corazón
de su marido, e incapaz por otra parte de comprender lo que ella experimentaba,
acabó por persuadirse de que la pasión de Charles no tenía nada de
exorbitante. Había metodizado éste de
tal forma sus expansiones que la besaba siempre a las mismas horas, lo cual se
había convertido en una costumbre más entre muchas otras, convirtiéndose en una
especie de postre previsto para después de la monotonía de la comida” (“Madame
Bovary”, Gustave Flaubert, Editorial Bruguera – Tercera Edición, 1975. pág.
73). El enamorado marido y la sencillez
de su vida deja insatisfecha a la mujer; ni siquiera el nacimiento de una niña
llena el vacío. La niña fue bautizada
con el nombre de Berthe, por decisión de Emma.
Es en este momento de desdicha matrimonial para Emma en que aparece León
Dupuis, pasante del notario Guillaumin.
León, de cabello rubio y muy apuesto, no tarda en despertar el interés
de la bella esposa del médico. Cuando
León Dupuis pretende el amor de Emma, ésta, a pesar de que ya en sueños ha
sentido los labios del pasante de notario, lo rechaza. Ella lo desea, pero algo en su interior le
dice que no: León parte a París, luego
de ser despedido por su patrón Guillaumin y por el farmacéutico Homais, muy
amigo de los Bovary.:… “¡Pero ahora, él, la única esperanza de felicidad, lo
único bello de su vida, se había marchado!
¿Cómo había dejado escapar aquella dicha? ¿Por qué no la había retenido por cualquier
medio, con ambas manos, o de rodillas, si hubiese sido preciso? Se llegó a maldecir por no haber llegado a
gozar del amor con León, sintió sed de sus labios y se dejó inundar por el
deseo de correr en busca suya para arrojarse en sus brazos y decirle: “¡aquí me
tienes, soy tuya y para siempre!”. Sin
embargo, las dificultades de tal decisión no se le ocultaban a Emma, pero sus
deseos, que se acrecentaban con el pesar, se hacían más vivos también según
pasaban los días. El recuerdo de León fue
el centro de su desdicha y chispeaba con más fuerza y vigor que la lumbre
encendida, y después abandonada sobre la nieve por los viajeros de la estepas
rusas, Emma se abalanzaba sobre aquel recuerdo ardiente, saltaba sobre él, y
removía delicadamente aquel rescoldo que no ignoraba que acabaría por
extinguirse” (Edic. cit; Ibídem, pág.
174). Con su partida la vida de Emma se
cubrió de nostalgia. Pero después de un
tiempo aparece en escena un hombre muy refinado y elegante llamado Rodolphe
Bulanger, que se siente cautivado por Emma, al igual que ésta por él. El adulterio se produce; Emma ha dado el
primer paso, el que arrastrará a Charles hasta la miseria económica y
espiritual. Rodolphe la conquista
fácilmente, la inicia en el amor tan ansiado y le hace creer que se ha
realizado su sueño:… “Para despedirse, necesitaban los dos amantes un cuarto de
hora, por lo menos. En aquellos
momentos, Emma se deshacía en lágrimas, pues no hubiera querido nunca separarse
de Rodolphe. Había algo más fuerte que
ella que la empujaba hacia él. (…)
Rodolphe le habló de lo imprudente que eran aquellas visitas, así como
de lo comprometedoras que resultaban para ella.
Los temores de Rodolphe fueron invadiendo a Emma paulatinamente. En un
principio la embriaguez amorosa no le dejaba pensar en nada. Pero ahora que aquel amor le resultaba
indispensable para su vida, temía perderlo o que lo contrariasen. Al regresar de casa de Rodolphe, lanzaba inquietas
miradas a su alrededor, espiaba todo o que surgía en el horizonte, así como
cualquier ventana sobre la que pudiese haber alguien que la viera” (Edic. cit;
Ibídem, págs. 222 – 223 ). Llega el
momento en que Emma ya no resiste más esa doble vida y es cuando se decide a
abandonar a Charles. Se lo hace saber a
Rodolphe. La pequeña Berthe también
escapará con ellos. Rodolphe prolonga
muchas veces la partida, lo cual no hace más que aumentar la angustia de
Emma. Llegado el día, Rodolphe envía una
carta a Emma donde le manifestaba que donde fueran, de seguro los seguirían, y sufrirían
las preguntas más indiscretas, la calumnia, el desdén e incluso el
desprecio. En un cesto lleno de
albaricoques, escondió la carta y se la envió con Girad, su criado. Emma casi muere de dolor; luego se repone, e
incluso pasa por una bree crisis de romanticismo. Al poco tiempo vuelve a aparecer León Dupuis,
ahora más atrevido, y aunque ella se resiste, no tarda en entregarse a él. Para adornarse, rodearse de lujo y poder
mantener esta relación, Emma se endeuda poco a poco. Un comerciante usurero, Lheureux, después de
haberla favorecido, quiere ser pagado.
Lheureux decidió reunir todos los
protestos y pedirle a su amigo Vincart que se prestara a hacer, como cosa suya,
las diligencias necesarias para el embargo, porque a él no le interesa pasar
por una fiera a los ojos de sus convecinos.
Todas las pertenencias de los Bovary son inventariadas para el embargo,
sin que Charles se entere. Inútilmente
acude a León, quien ya no ve las horas de deshacerse de su candorosa
amante. Rodolphe también le da la
espalda, cuando Emma acude a su primer amante.
Habla con Lheureux, pero éste le dice que nada se puede hacer si no
tiene los ocho mil francos a los que asciende la deuda. A solicitud de su criada Felicite –que sufría
al ver a Emma tan angustiada por su situación- Emma fue a hablar con Monsieur
Guillaumin. Este que estaba al tanto de
todo lo acontecido la escuchó atentamente.
Luego a manera de reproche, le increpó el no haberle confiado sus
transacciones comerciales, mucho antes de la catástrofe en que se hallaba
inmersa. Luego le dijo a Emma tomándola
por la cintura, que estaba loco por ella.
Emma indignada se marchó raudamente.
Con ayuda de Justín, criado del farmacéutico Homais, Emma logra
introducirse en la farmacia de éste.
Coge un frasco con arsénico y ahí no más, ante la mirada atónita del
criado, comienza a ingerirlo:… “Cuando Charles, anonado por la noticia del
embargo, había regresado a casa, Emma acababa de salir. Gritó, lloró y la llamó, pero Emma no
volvía. ¿Adónde habría podido dirigirse? Félicite se dirigió en su busca a la botica,
a casa del señor Tuvache, a la de Lheureux, mientras Bovary, en las treguas de
su angustia, pensaba en su crédito aniquilado, en su fortuna perdida, en el
precario provenir de Berthe. ¿Cuál era
la causa de todo aquello? Lo
ignoraba. Esperó hasta las seis, y como
no pudiera contenerse por más tiempo, ya que imaginaba que Emma hubiera podido
irse a Rouen, salió a la carretera, andando como media legua, pero no se
encontró con nadie. Todavía aguardó un tiempo más, tras lo cual regresó a
casa. Emma ya había vuelto” (Edic. cit;
Ibídem, pág. 404). Ya Charles está
enterado del embargo; pero en su lecho agónico, Emma es perdonada por el herido
Charles. El amor de Charles hacia su
mujer es incondicional, y ella logra entenderlo así. Emma muere rodeada de su marido, el
farmacéutico Homais, su criada Félicite, el cura Monsieur Bournisien y el
famoso doctor Lariviére; éste último al e a Emma, dictaminó que ya no había nada
que hacer. Después de la muerte de Emma,
Charles tuvo que afrontar con estoicismo las deudas dejas por su mujer.
Monsieur Lheureux volvió a achuchar a su amigo Vincart, y Charles se empeñó en
cantidades exorbitantes, porque en ningún caso hubiera sido capaz de acceder a
vender el más insignificante de los objetos que habían sido de ella. A partir de entonces, todos empezaron a sacar
tajada de la situación. Mademoiselle
Lempereur, aunque nunca le hubiera dado ni una sola clase de piano a Emma (por
mucho que dijera lo contrario aquella factura que ella le enseño a Bovary)
reclamó el pago de seis meses de lecciones.
Era un acuerdo que Emma había hecho con ella. El prestamista de libros pasó la factura por
tres meses de suscripción de las lecturas de Emma. La nodriza Rolet exigió que se le pagara el
franqueo de una veintena de cartas (producto de los amores de Emma), teniendo
la delicadeza de responder ante los requerimientos del señor Bovary: “-No puedo
decirle nada, se trataba de cosas suyas”.
Llegó el día en que Charles abrió el cajoncito secreto de un escritorio
de palisandro donde Emma solía guardar sus cosas. Las cartas de León y Rodolphe fueron
devoradas por Charles quien estalló en llantos y gritos como un loco. A los pocos meses murió Charles Bovary; con
la cabeza apoyada contra el muro, los ojos cerrados, la boca abierta, y un
mechón de pelo negro entre los dedos.
Era de Emma y en él se reflejaba el perdón de Charles a su mujer. Berthe
fue a vivir con la madre de Charles.
Como el padre de Emma había quedado paralítico, Berthe fue a vivir con
una tía. Como ésta carecía de fortuna,
Berthe termino trabajando en una fábrica de hiladuras. Los últimos años de Gustave Flaubert son su
historia, o mejor dicho, son la historia repetida de tantas otras veces;
achaques de salud, problemas de dinero, lucha encarnizada con la pluma y el
papel. Después de haberse fracturado el
peroné en París, en setiembre de 1879 volvió a Croisset, de donde ya no iba a
salir vivo. En 1880 estaba leyendo
“Guerra y Paz” de Tolstoi, y en el mes de marzo reunía en su casa a varios de
sus mejores discípulos; allí estaban Maupassant, Zola, Goncourt y Daudet, su
descendencia. El ocho de mayo moría de
una hemorragia cerebral, dejando inconcluso “Bouvard y Pécuchet”. Entre otros escritores modernos, no es casual
que Jean Paul Sartre dedicara sus últimos años a escribir “El idiota de la
familia”, un larguísimo y complejo estudio sobre Flaubert, con muchos de cuyos
rasgos fundamentales se identificaba.
Vargas Llosa ha publicado un penetrante estudio de esta obra en “La
orgía perpetua”, aunque hay que reconocer que las grandes citas o
transcripciones en francés, dificultan o impiden que “La orgía perpetua” llegue
a una gran masa de lectores.
EL VIEJO Y EL MAR

Lejos del genio
desbocado de un Faulkner, de la densidad verbal del cantor de los estados del
sur, Ernest Hemingway es el novelista de la escueta sencillez, de la violencia
vital narrada sucintamente. Nacido en
Oak Park, un suburbio de Chicago, el 21 de Julio de 1898, Hemingway veía la
vida como un constante antagonismo del hombre con los elementos y con el resto
de los hombres, y las vicisitudes de esa lucha, con toda su salvaje belleza,
forman el contenido de su obra. La
aparición de su obra maestra “Por quién doblan las campanas” (1940) convierte
en un gran novelista al que ya era un magnífico narrador. Y diez años más tarde, cuando ya la severa
crítica norteamericana, ante la publicación de “Más allá del río y bajo los
árboles”, había decretado la muerte literaria de su autor, Hemingway sorprende
a todos con la publicación de su última obra “El viejo y el mar”, que le vale
el “Premio Pulitzer” en 1953. Un año
después la academia sueca le otorgaba el codiciado Premio Noble, como para
callar a todos aquellos que lo criticaron no sólo por su obra sino por la turbulenta
vida que llevó. Cuenta el mismo
Hemingway que la idea de escribir esta breve novela, surgió de un paseo en bote
que realizaba por los mares de Cuba, país al que estuvo vinculado muchos años
por la amistad que lo unía con Fidel Castro.
Divisó cerca de la embarcación a un viejo que luchaba con un pez que
había picado en su anzuelo, Hemingway se ofreció a ayudarlo pero el viejo
rechazó la ayuda con maldiciones y todo.
Ese hecho quedó grabado en la memoria del escritor, que estaría lejos de
pensar que aquel acontecimiento sería el tema de su última obra, la que
demostraría al mundo que su genio iba más allá de la estrechez mental de sus
críticos. Veamos el contenido de la
obra. Habían transcurrido ochentaicuatro
días y el viejo Santiago seguí sin coger un pez, y cuarenta días desde que
Manolín, por orden de sus padres, no lo acompañaba cuando se hacía a la
mar. El muchacho se entristecía al ver
regresar al viejo día a día con su bote vacío, y siempre lo ayudaba a cargar
los rollos de sedal, el arpón y la vela arrollada al mástil. El viejo, flaco y desgarbado, había enseñado
al muchacho a pescar y éste le tenía cariño.
Los pescadores que tenía éxito llegaban a la pescadería, conde esperaban
a que el camión del hielo les llevara sus pescados al mercado. Los que habían pescado tiburones los llevaban
a la factoría de tiburones donde eran izados en aparejos de polea; les sacaban
los hígados, les cortaban las aletas, los desollaban y cortaban su carne en
trozos para salarla. El viejo Santiago y
el muchacho disfrutaban recordando las aventuras vividas en el mar, el béisbol
era otro de los temas preferidos con que acompañaban el frugal alimento que
buenamente les enviaba un cantinero llamado Martín:… “Le daré la ventrecha de
un gran pescado”, solía decir el viejo.
El viejo se durmió aquella noche pensando que el ochetaicinco era su
número de suerte. “¿Qué pensaría el
muchacho si me viera volver con un pez que pesara más de mil libras?,
pensó. A la mañana siguiente Manolín fue
despertado por el viejo, mientras éste veía lentamente su café, el muchacho fue
a traerle un poco de carnada. Aún no
aclaraba cuando el viejo, luego de despedirse de Manolín, abandonó el
puerto. Durante una semana había
trabajado en las profundas hondadas sin pescar
nada; pero ahora trabajaría donde estaban las manchas de bonitos y
albacaras. Tenía una sola idea
fija: pescar el más grande pez espada
que se haya visto. Para ello utilizaría
un cebo que llegaría a una profundidad de cuarenta brazas, el segundo a
sesentaicinco y el tercero y el cuarto descendería a cien y cientoveinticinco
brazas respectivamente. A medida que las
horas transcurrían, la idea de capturar a su presa lo obsesionaba más a cada
momento. A pesar de ser un anciano, su
cuerpo conservaba unos músculos cuajados por las duras jornadas; los años en el
mar lo hacían un hombre ducho en esos menesteres. Recordaba con nostalgia los años en que había
navegado en barcos tortugueros. Sentía lástima
de aquellos animales que después que habían sido muertos, su corazón seguía
latiendo durante varias horas. Su vista
era buena a pesar de de su edad, y de
haber estado expuesta durante miles de horas al sol. Él le atribuía ese milagro a la taza de
aceite de hígado de tiburón que bebía diariamente. Después de varias horas a la deriva logró
pescar un bonito, el cual pensó utilizar como carnada para capturar su
codici9ada presa. Esto no fue necesario,
pues, a los pocos minutos un gran pez espada había picado… “Cómetelo de modo
que la punta del anzuelo penetre en tu corazón y te mate”, pensó. El pez siguió avanzando y arrastrando con él,
lentamente, al viejo y al bote. En esos
instantes deseaba vehementemente que Manolín estuviera allí, con él. Durante toda la noche no pudo dormir,
permanecía con el sedal alrededor de su espada, pues, no quería correr el
riesgo de perder a su presa. Al amanecer
el pez dio una súbita sacudida; el viejo fue a dar contra la proa y hubiera
caído por la borda si no se hubiera aferrado y soltado un poco de sedal. El viejo atribuyó el accidente a su
negligencia pues, se había quedado observando a un pajarito que había posado en
el bote. “Prestaré más atención a mi
trabajo”, pensó. Se había cortado la
mano con el sedal, y sabía que necesitaría de ambas para el gran encuentro que
le esperaba. Cogió el bonito que había
pescado y comió parte de él; no tenía hambre pero sabía que era necesario
fortalecerse, pues, el pez aguja le daría gran batalla, cuando saliera a la
superficie y, para vencerlo, tendría que estar en forma. “Miró por sobre el mar y ahora se dio cuenta
de cuan solo se encontraba. Pero veía
los prismas en el agua profunda y oscura el sedal estirado delante y la extraña
ondulación de la calma. Las nubes se estaban
acumulando ahora para la brisa y admiró adelante y vio una bandada de patos
salvajes que se proyectaban contra el cielo sobre el agua, luego formaban un
borrón y volvían a destacarse como un aguafuerte; y se dio cuenta de que nadie
está jamás solo en el mar. Recordó cómo
algunos hombres temían hallarse fuera de la vista de tierra en un botecito; y en los mares de súbito mal
tiempo tenían razón. Pero ahora era el
tiempo de los ciclones, y cuando no hay ciclón en el tiempo de los ciclones es
el mejor tiempo del año” (“Maestros de la literatura Universal”, Editorial La
Oveja Negra, 1984; Tomo III – pág. 663).
Cuando el viejo vio que cobraba un lento sesgo ascendente de sedal
comprendió que el pez estaba emergiendo.
Lo percibió en toda su extensión.
Su espada era tan larga como un palo de béisbol,. Yendo de mayor a menor
como un estoque. Después de mostrarse en
toda su longitud volvió a entrar en el agua dulcemente, como un buzo, y el
viejo vio la gran hoja de guadaña de su cola sumergiéndose y el sedal comenzó a
correr velozmente. El viejo se quedó
anonado ante el pez más grande que había visto jamás en su vida, más grande
cuantos conocía de oídas. Era tanta la
obsesión que lo embargaba por capturar aquel pez, que no siendo religioso, se
prometió a sí mismo rezar diez padrenuestros y diez avemarías, e inclusive,
hacer una peregrinación a la Virgen de Cobre.
Las horas interminables en la inmensidad del mar seguían transcurriendo,
y los recuerdos del viejo Santiago se confundían con su soledad. Recordaba que había pulseado con el regazo de
Cienfuegos que era el hombre más fuerte de los muelles. Había estado un día y una noche con sus codos
sobre una raya de tiza en la mesa, los antebrazos verticales, y las manos
agarradas hasta que había logrado vencerlo
De allí en adelante lo denominaron con el mote de “El campeón”; pero eso
había quedado ya en el olvido. Habían
pasado dos días y medio desde que abandonó el puerto e igual tiempo que no
había logrado dormir. Luego de pescar un
dorado y comer parte de él, el cansancio lo venció y se quedó dormido, no sin
antes tomar las precauciones necesarias para no perder su presa. Durante las pocas horas que durmió soñó cosas
agradables; pero la tirantez del sedal que tenía amarrado a su espalda lo
despertó bruscamente. El pez aguja salió
más de una docena de veces fuera del agua.
Aunque por la oscuridad reinante no podía verlo, lograba escuchar cuando
emergía y se sumergía velozmente. Cuando
el sol salió por tercera vez desde que se había hecho a la mar, el pez comenzó
a nadar en círculos, que se fueron haciendo más pequeños cada vez. Santiago comprendió que el momento final se
estaba acercando, y que cuando lo tuviera lo bastante cerca, habría llegado el
momento de clavarle el arpón…. “No debo apuntar a la cabeza. Tengo que metérselo en el corazón”,
pensó. Los segundos para el viejo, ya
fatigado, eran una eternidad:… “Me estás
matando, pez. Peor tienes derecho,
hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más
tranquila ni más noble que tú. Vamos,
ven a matarme. No me importa quién mate
a quién”. Para Santiago el pez
significaba todo o nada. Cuando el pez
se acercó lo suficiente, Santiago cogió todo su dolor y lo que quedaba de su
fuerza y del orgullo que había perdido hacía mucho tiempo y lo enfrentó a la
agonía del pez. El viejo soltó el sedal,
puso su pie sobre él y levantó el arpón tan alto como pudo y lo lanzó hacia
abajo con toda su fuerza al costado del pez, justamente detrás de la gran aleta
pectoral. Cuando sintió que el hierro
penetraba en el pez, se inclinó sobre él y lo forzó a penetrar más para luego
echarle encima todo su peso. El pez
cobró vida con la muerte en la entraña, se levantó del agua, mostrando su gran
longitud y anchura así como todo su poder y belleza. Su agonía fue rápida y el viejo pudo verlo de
espalda, con su plateado vientre hacia arriba.
Todo había terminado. Preparó los
lazos y la cuerda y lo amarró al costa del bote,; lo toco reiteradas veces,
pues se sentía orgulloso de su triunfo.
Calculó que el pez pesaría mil quinientas libras, y eso significaría
buenas ganancias, a treinta centavos la libra.
El viejo inicio su retorno triunfal; pero jamás imaginó que una hora
después lo acometería el primer tiburón.
El tiburón no era un accidente.
Había surgido de la profundidad cuando la nube oscura de la sangre del
pez aguja se había formado y dispersado en el mar a una milla de
profundidad. Era un tiburón Mako muy
grande. A veces perdía el rastro; pero
lo capturaba de nuevo y se precipitaba rápida y fieramente en su
persecución. El tiburón embistió al pez
espada justamente sobre la cola, en el preciso instante que el viejo lo
arponeaba en la cabeza. El tiburón murió
y se hundió rápidamente, pero llevándose con él una cuarenta libras de pez
aguja y también el arpón. Durante dos
horas navegó más ligero, como consecuencia del gran trozo de pez que había
perdido. Se dispuso a reposar para estar
fuerte, cuando vio al primero de los dos tiburones. Eran dos galanos que habían captado el rastro
y estaban excitados. En uno de sus remos
el viejo Santiago había ligado su cuchillo, con el cual se preparó para el
ataque. El viejo no estaba dispuesto a
perder su trofeo que tanto trabajo le había costado, pero la bravura de los
galanos así como su voracidad pudieron más que el avezado pescador, que aunque
logró liquidarlos, no pudo evitar que se llevaran consigo un cuarto de
pez. No quería mirar al pez mutilado,
pero la ligereza con que el bote se desplazaba le indicaba que su presa había
perdido la belleza de su anatomía. El
siguiente tiburón que apareció venia solo y era otro hocico de pala. Cuando atacó, el viejo le clavó el cuchillo
del remo en el cerebro; pero el tiburón brincó hacia atrás y la hoja del
cuchillo se rompió. Antes de la puesta
del sol, aparecieron dos galanos más. El
rastro de sangre que dejaba el mutilado pez era demasiado evidente como para no
ser captado por los voraces escualos.
Sólo pudo magullarlos con el remo que le quedaba, y le dejaron sólo
medio pez cuando desaparecieron. El
viejo se armó de coraje y se dispuso a luchar hasta la muerte; pero en el fondo
sabía que todo sería inútil. “¿Qué puede
hacer un hombre contra ellos en la oscuridad y sin arma?”. A medianoche los tiburones vinieron en manada
arremetiendo con tal bravura que no dejaron ya nada más que comer: “-Cómanse
eso, galanos y sueñen con que han matado a un hombre-. Ahora sabía que estaba firmemente derrotado y
sin remedio y volvió a popa y halló que el cabo roto de la caña encajaba
bastante bien en la cabeza del timón para poder gobernar. Se ajustó el saco a los hombros y puso el
bote sobre su derrota. Navegó ahora
livianamente y no tenía pensamientos ni sentimientos de ninguna clase. Ahora
estaba más allá de todo y gobernó el bote para llegar a puerto lo mejor y más
inteligentemente posible. De noche los
tiburones atacan las carroñas como pudiera uno recoger migajas de una
mesa. El viejo no les hacía caso. No hacía caso de nada, salvo del gobierno del
bote. Sólo notaba lo bien y ligeramente
que navegaba el bote ahora que no llevaba un gran peso amarrado al costado”
(Edic. cit; Ibídem, pág. 687). Cuando
llegó al puerto vio sólo la gran cola del pez levantada detrás de la popa del
bote. Vio la blanca línea desnuda del
espinazo y la oscura masa de la cabeza con el saliente pico y toda la desnudez
en los extremos. Al día siguiente muchos
pescadores estaban en torno al bote mirando los restos del gigantesco pez. Manolín fue a la cabaña del viejo y lo
consoló. Le prometió que volverían a la
mar junta. El viejo se durmió y el
muchacho se quedó contemplándolo largo rato.
En esta obra están encarados dos personajes que se respetan y se aman,
no obstante los intereses opuestos de cada uno. El pez y el pescador. En esta obra, como en la mayoría de las de
Hemingway, la naturaleza en función de vida y sus derivaciones de bueno o malo,
está siempre presente. Es innegable que
el “Premio Pulitzer” le fue acordado por el símbolo del relato. Si cada hombre en la vida diaria, en la
posición en que se encuentre en la situación en la que desarrolle sus
actividades, tuviera el alma del viejo pescador, su fortaleza espiritual y su
voluntad de vencer, el mundo sería distinto, los grupos y el hombre, tendrían
un destino distinto. El viejo, decidido
a morir pero no a ser vencido, es un arquetipo para los jóvenes. Su lucha solo, enfrenando las fuerzas naturales,
su perseverancia conmovedora, su fortaleza a pesar de los daños y su triunfo
final, constituye un himno al destino del hombre que parece en ciertos aspectos
haber dado la espalda a la naturaleza.
Santiago, el viejo pescador, el que al luchar denodadamente contra el
mar y los tiburones que intentan arrebatarle su presa, nos da la clave de la
ética hemingwayana, en una sola frase.
“Un hombre puede ser destruido, pero nunca vencido”. Hemingway olvidó la lección: el 2 de Julio de
1961, se suicidó disparándose con una escopeta de doble cañón en la cabeza.
LA ILIADA

Es un hecho
indudable que a mediados del siglo X antes de Cristo existían en Grecia, se
cantaban públicamente, y se oían con admiración dos grandes epopeyas: una sobre
la guerra de Troya, con el título de “Ilíada”, y otra con el de “Odisea”, sobre
la vuelta de Ulises a su patria, y que estas dos obras han sido atribuidas a un
poeta llamado Homero, cuyo nombre verdadero sería Melisígenes. Entre los griegos el nombre solía expresar
alguna cualidad sobresaliente en la persona, de ahí que algunos críticos han descompuesto
el nombre de Homero en la siguiente forma: O – me -erón (el que no ve; el
ciego); esto aludiendo a su ceguera, de la que él hace referencia den la
“Odisea”. Lo que resulta obvio es que no
lo fue de nacimiento, porque es físicamente imposible que, siéndolo, hubiese
tenido ideas tan claras de los objetos visibles, y los hubiese pintado con tan
vivos y verdaderos colores. Se observa
en Homero un hombre salió, fino y culto, un hombre tan versado en las cortes de
los reyes y tan instruido en las historias y genealogías de las familias
ilustres que resultaría absurdo sostener, como lo hacen algunos, que fue un
mendigo que se ganaba la vida cantando coplas de ciego. Pudo acaso quedar pobre en la vejez; pero es
imposible que un pordiosero hubiese adquirido tanta ciencia, ni hecho los
muchos largos y costosos viaje que indudablemente hizo. Porque sin haberlos hecho es imposible
también que hubiese hablado con tanta exactitud geográfica de las provincias y
los pueblos de la Grecia continental, de las islas de Archipiélago, de los
reinos del Asia Menor y hasta de la Tracia y el Egipto. Desde el siglo V antes del nacimiento de
Jesucristo hasta el V de la era cristiana encontramos citados sucesivamente por
Herodoto, Tucídides, Jenofonte, Platón, Aristóteles, Demetrio, Falereo,
Dionisio de Halicarrnaso, San Clemente Alejandrino, Luciano, Longino,
Hermógenes, Ateneo, Estrabón, Pausanias, Dión Crisóstomo y otros escritores
griegos innumerables pasajes de Homero, tales como ahora se hallan en los
manuscritos que se guardan en las bibliotecas y por los cuales se han hecho las
impresiones: Veamos esta alusión a la
obra Homérica… “Debiendo Porcia regresar desde allí a Roma, quería ejecutarlo
sin noticia de Bruto, por la gran pena que le causaba; pero un cuadro le hizo
traición y la descubrió a pesar de ser mujer de mucho espíritu, porque contenía
un suceso griego que era la despedida de Héctor, llevándose consigo Andrómaca
el hijo, y quedándose con los ojos fijos en aquél” (“Vidas Paralelas” –Dión y
Bruto; Plutarco, Editorial Aguilar. Pág. 1044)
“La Ilíada”, cuyo tema central es la cólera de Aquiles y sus
consecuencias funestas, ofrece un episodio que abarca los últimos 51 días del
décimo año de la guerra de Troya (Griegos y troyanos hacia el siglo XIII o XII
a.C.) La obra cuenta con 15, 693 versos
hexámetros divididos en 24 cantos. Antes
de entrar a describir el resumen de “La Iliada”, considero necesario hacer una
sucinta historia mitológica sobre Helena, la mujer por la cual se desencadenó
la cruenta lucha entre teucros y aqueos.
Helena era hija de Leda y Tindáreo, rey de Esparta; hermana por lo tanto
de Clitemnestra y de los dioscuros (Cástor y Pólux, hijos de Zeus). Cuando Tindáreo decidió casar a Helena,
acudieron príncipes de toda Grecia, entre ellos Menelao, Odiseo, Filoctetes,
Ayax, Teucro, Patroclo, Menesteo e Idomeneo.
Ante esta afluencia de pretendientes, Tindáreo no supo qué hacer,
temiendo que su decisión le acarreara peligrosas enemistades, entonces, a cambio
de contar con su ayuda para conseguir a Penélope, Odiseo le dio un consejo que
el rey se apresuró a aceptar: la propia
Helena elegiría a su marido, pero todos los pretendientes tendrían que hacer
antes un juramento de mutua fidelidad sobre los restos de un caballo
descuartizado, comprometiéndose a acudir en ayuda del triunfador si alguien
raptaba a su esposa. He aquí la razón
por la cual los pretendientes no elegidos participaron en la guerra de
Troya. Helena se decidió por Menelao,
que ocupó de este modo el trono de Esparta; de la unión de ambos nació una
hija, Hermíone, y, según algunos mitógrafos también varios hijos: Etiolao,
Monafio, Nicóstrato, Plístenes y Tronio.
A raíz del famoso juicio de Paris (cf. “Diccionario de la mitología
clásica”; Alianza Editorial, págs.. 492 – 493 – 494), el príncipe troyano,
ayudado por Afrodita, se dirigió a la corte de Menelao con el propósito de
enamorar y raptar a Helena, que era considerada como la mujer más hermosa del
mundo, las distintas versiones de este episodio difieren en lo que respecta al
consentimiento de la raptada y a la forma en que tuvieron lugar los hechos;,
pero el caos es que, cuando Menelao, ausente o no del país, quiso darse cuenta,
las naves de París se habían alejado con su esposa y con la mayor parte de sus
tesoros. Paris llegó a Troya donde fue
muy bien acogido, y Helena vivió a su lado como legítima esposa, de modo que
cuando años después Troya cayó en manos de los sitiadores, Menelao pudo
llevársela de nuevo a Esparta. Esto es
la leyenda que conoce Homero.
CANTO I:
Tras una
invocación a la Musa, Homero se propone cantar la cólera de Aquiles (nombre que
le dio su educador, el centauro Quirón, pues, antes era conocido por el de
Ligirón). Agamenón, el hijo de Atreo y
Aérope, ha despojado a Aquiles de su esclava Briseida, a quien el hijo de Peleo
llevó consigo después de saquear la ciudad de Limeso, y de haber dado muerte a
su esposo, a su padre y a tres hermanos; Taltibio y Euríbates, heraldos de
Agamenón, fueron los encargados de llevar a Briseida de la tienda de Aquiles a
la de Agamenón. Agamenón ha actuado así
para resarcirse de haber tenido que devolver la libertad a Criseida, hija de
Crises, sacerdote del dios Apolo en la ciudad de Crisa. Aquiles quiere lavar la ofensa y para ello
decide traspasar al ofensor con su espada, pero apaciguado por Atenea, decide
vengar el ultraje absteniéndose de combatir a los troyanos:… “Pero yo te
anuncio, / y con el juramento más solemne / voy a jurarlo. Si: por este cetro / que jamás echará ni hoja
ni ramas, / ni reverdecerá, desde que el tronco / abandonó una vez allá en el
monte, / porque de la corteza y de las hojas / en derredor le despojó el acero,
/ y los príncipes ya de los aquivos / que justicia administran, y por Zeus /
custodios son de las antiguas leyes, / en la mano se llevan, yo lo juro. / y
terrible será mi juramento. / Llegará día en que los hijos todos / de los
aqueos en dolientes voces. / Por Aquiles suspiren, sin que pueda / ya su
espada salvarlos, aunque mucho / su triste suerte llores, cuando muertos / a
manos de Héctor homicida caigan / uno en pos de otro. Pesaroso entonces / tú de no haber honrado al
más valiente / de los aquivos todos, en el pecho / el alma sentirás despedazase
“. (“La Ilíada”. Editorial Sopena, segunda edición, Junio de
1944, pág. 22). La diosa Tetis, que
reina en la desembocadura de los ríos, intercede ante Zeus por su hijo,
obteniendo de éste la promesa de favorecer a los combatientes troyanos hasta
que la ofensa sea reparada. Hera,
indignada, recrimina a su esposo injuriosamente llegando a llamarlo doloso, por
la preferencia que el padre de los inmortales muestra a Tetis, la de argentados
pies. Hefesto, el ilustre artífice, hace
ver a sus padres lo funesto y peligroso que puede ser una disputa así por los
mortales. Para consolar a su madre Hera, la de los níveos brazos, Hefesto sirve
el dulce néctar en el celeste alcázar y en un festín prolongado apaciguan los
dioses su enojo. La celebración duró
hasta la puesta del sol; mientras las musas cantaban Apolo tañía una hermosa
cítara.
CANTO II
Toda la noche
pasóse Zeus meditando la forma de vengar a Aquiles. Al fin creyó que lo mejor sería enviar un
pernicioso suelo al atrida Agamenón para persuadirlo de sacar sus ejércitos del
campamento y tomar Troya por asalto.
Agamenón informa a sus hombres que un sueño, mensajero de Zeus, se ha
presentado ante él. Deseando conocer la
voluntad de sus huestes, propone levantar el sitio y volver a la patria, tanto
tiempo abandonada. Todos los oyentes
manifiestan su entusiasmo ante la proposición del caudillo griego. Cuando ya todo está provisto, la diosa
Atenea, por indicaciones de Hera, desciende presurosa de las cumbres del Olimpo
y persuade a Ulises diciéndole que cómo es posible que los griegos huyan de esa
manera dejando como trofeo a Príamo y a los troyanos a la argiva Helena. Tersites, cojo, jorobado, de pecho hundido y
ralo de cabello, trata de amotinar a los griegos contra sus generales. Ulises lo hace desistir de un bastonazo,
reprendiéndolo con ásperos razones. El
más feo de cuantos griegos acudieron a la guerra de Troya, es herido en la
espalda gibosa por el héroe Griego:… “Tersites, importuno vocinglero! / Por más
que seas orador fecundo, / sella el labio, y no quieras con los reyes / tú solo
contender, siendo de todos / cuantos mortales a Ilión vinimos / con los hijos
de Atreo el más cobarde. / No vuelvas nunca a pronunciar osado / el
nombre de los reyes, ni baldones U/ les digas, ni hables más de retirada; /
pues aún no conocemos claramente / cómo las cosas dispondrán los hados, / ni si
los fuertes hijos de Grecia / en triunfo volverán a sus hogares / o en
vergonzosa fuga. Si, maligno; / esta
penosa incertidumbre es causa U/ de que al atrida Agamenón te atrevas, / siendo
de todos adalid supremo, / a echar en cara que riqueza mucha / le han dado
generosos los aquivos, / mientras que tú con injuriosas voces / en púbicas
arenas le zahieres. / Pero te anuncio, y
lo verás cumplido, / que, si otra vez te encuentro como ahora / a tan loca
osadía abandonado, / ni su cabeza más sobre los hombros / conserve Ulises, ni
llamado sea / de Telémaco padre, si la fuerte / diestra no pongo en ti, y de
los vestidos / no te despojo todos y a
las naves / no te obligo a volver trise llorando, / después de haberte en
afrentosos golpes / ennegrecido el cuerpo…” (Edic. Cit; Ibíd. Pág. 35). Ayudado por Néstor, logra avivar el ánimo a
los guerreros, a quienes con agudos gritos que hacían retumbar horriblemente
las naves aplaudieron el discurso del divino hijo de Laertes y Anticlea. Soldados y caudillos se apresan a la lucha;
entre estos últimos destacan Penéleo, Ascálafo, Epístrofo, Idomeneo, Nireo y
Anfímaco. Homero nos da una larga
enumeración de las naves, caudillos, soldados y corceles que participarán en la
guerra.
CANTO III:
Puestos en
orden de batalla con sus respectivos jefes, los troyanos avanzan chillando y
gritando como aves. París, al ver a
Menelao, rehúye entablar combate con él, retrocediendo hasta donde se hallaban
agrupados sus amigos. Advirtiólo Héctor
quien lo llama miserable, mujeriego y seductor.
Le increpa el hecho de que los griegos se rían de haberlo considerado un
bravo campeón por su gallarda figura, cuando no hay en su pecho ni fuerza ni
calor. Es entonces cuando los teucros y
aqueos acuerdan decidir la suerte de la guerra por un combate singular entre
parís y Menelao, a quien el hermoso troyano privara de la hermosa Helena. Príamo y los suyos interrogan a Helena, quien
se halla en las murallas de la ciudad espectando la lucha, sobre el nombre de
los caudillos griegos que cubren con sus huestes la llanura. Menelao arremete contra París, cogiéndolo por
el casco adornado con espesas crines de caballo, que retuerce. Cuando París está por sucumbir, Afrodita,
cubriéndolo con una nube, se lo arrebata a Menelao…. “Y arrojándose fiero al
enemigo, / le asió el morrión, y hacia los suyos / volviendo el rostro, a las
aquivas naves / le llevaba arrastrando, y la correa, / de pespuntes ornada, que
el almete / por bajo de la barba sostenía, / de tal manera el delicado cuello /
estrechaba de París que anhelante / respirar no podía. Menelao / arrastrándole hubiera, y glorioso
/ triunfo alcanzara, si la tierna Afrodita, / tan pronto no lo viera, y del
Olimpo / a la tierra bajando presurosa, / no le hubiese cortado la correa, /
que de piel de novillo vigoroso / fuera labrada. En la robusta mano / quedando, pues, el
morrión vacío, / el héroe por encima su cabeza / en el aire agitándole, a la
escuadra / le arrojó de los dánaos, y del suelo / le alzaron sus donceles. El Atrida / segunda vez acometió furioso / a
París, esperando con su lanza / matarle;
pero Afrodita, fácilmente, / tanto puede una diosa!, por los aires / le
arrebató; y cercándole de mucha / oscura niebla, al tálamo oloroso / donde
gratos aromas humeaban / le llevó…”
(Edic. Cit; Ibíd. Pág. 52).
CANTO IV:
Sentados en el
áureo pavimento junto a Zeus, los dioses celebran consejo sobre la suerte de
Troya, mientras Hera, la de ojos de novilla, los escancia en dulce néctar en
copas de oro. Mientras que Atenea y Hera
sacan cara por Menelao, Afrodita hace los mismos por el hermoso París. Ante la constante exigencia de su esposa,
quien pretende la ruina de la soberbia Troya, Zeus, altamente indignado, decide
no proteger a ninguno de los dos bandos y envía a Atenea para que los
antagonistas ejércitos rompan el pacto y se renueve así la horrenda lucha. Un troyano dispara una flecha que rasguña la
piel de Menelao tiñéndole las piernas de sangre. Agamenón toma de la mano a su hermano herido
y le dice:… “-¡Caro a mi corazón! Cuando
convine / en que con los troyanos por los griegos / tú sólo peleases y el
tratado / juré, tu muerte sin querer juraba; / pues la pública fe violando
impíos, / te hirieron los troyanos. Pero
vana / la sangre no será de los corderos / ni las puras y santas libaciones, /
ni la jura da fe, ni las promesas / en que debimos confiar. Si ahora / el dueño del Olimpo su perjurio /
no castiga severo, ya más tarde / en grave pena expiarán su crimen / con sus
cabezas, y las de sus hijos / y sus esposas. Sí; lo sé, y el alma / y el
corazón, lo anuncia: vendrá día / en que, asolada la soberbia Troya, / perezca
su rey Príamo…” (Edic. cit; Ibíd., pág.
58) Agamenón, colérico ante la traición
de los troyanos que sin aviso han roto el pacto, alienta a sus hombres a la lucha
a los que veía remisos en marchar al combate, los increpaba con iracunda
voz. La lucha se hace general, horrible
y estruendosa. La muerte hace presa de
teucros y troyanos. Los troyanos pierden
a Equepolo, Simoisio, Democonte y Piroó; los griegos a Elefonor, Leuco y
Diores.
CANTO V:
Atenea infunde
al caudillo Diomedes valor y audacia, logrando éste destacar entre las filas
griegas. La lucha se hace más cruenta;
Agamenón clava una pica en la espalda del corpulento Odio, cayendo el guerrero
Teucro estrepitosamente ; Menelao da muerte a Escamandrio y Meriones dejó sin
vida a Fereclo, el hijo del artífice Harmónida, quien construyera las naves a
Paris, las cuales fueron la causa primera de todas las desgracias para los
teucros. Héctor, ayudado por Ares, causa
estragos en las filas enemigas. Hera se
queja ante Zeus por la actitud de Ares quien ha hecho perecer temeraria e
injustamente a muchos varones aqueos.
Luego, acompañada de Atenea, la diosa de ojos de lechuza, desciende a
Troya en busca de Diomedes. Alentado por
Atenea, que sube a su carro para guiar los caballos, este ataca a Ares, dios de
la guerra, y lo hiere con su broncínea
lanza:… “Cuando el dios enemigo de los hombres / vio venir hacía él a Diomedes,
/ de Perifante abandono el cadáver / en el mismo lugar en que la vida / le
quitara, y al hijo de Tideo / fue derecho a buscar. Cuando ya cerca /uno de otro llegaron en su
marcha. / Marte el primero su lanzón enorme / dirigió por encima de la cabeza /
de los bridones, deseando mucho / al aquivo matar; mas con su mano, / cuidosa
Atenea del astil asiendo, / del carro le alejó, para que inútil / el golpe
fuera de la pica. El bravo / Diómedes el
segundo con la suya / al Dios acometió, pero Atenea, / el astil empuñando poderoso,
/ y al fijar dirigiéndole, hacia donde / con ancho correón ceñido estaba / el
fiero Marte, y empujando firme, / le clavó allí la pica, y el hermoso / cutis
le desgarró. Sacó la diosa / el asta de
la herida, y furibundo / Marte bramó, cual si el clamor alzasen / horrísono a
la vez nueve mil hombres, / o diez mil, que empezaban la pelea, / y atónitos,
aqueos y troyanos / cayeron en temor: tanto bramaba, / viéndose herido de la
guerra el Numen…” (Edic. Cit; Ibídem,
pág. 78)
CANTO VI:
La ausencia del
dios Ares favorece a los griegos, que cobran gran ventaja sobre los
troyanos. Quedaron solos en la batalla
horrenda ambos bandos, que se arrojaban broncíneas lanzas. La pelea se extiende por toda la llanura,
entre las corrientes del Simois y del Janto.
Menelao coge vivo a Adrasto, quien pide clemencia al atrída, éste le
perdona la vida, pero cuando su hermano Agamenón le recrimina su actitud
recordándole el daño que los troyanos hicieron en su casa, Menelao le clava su
lanza causándole la muerte. Mientras
tanto Héctor, el de tremolante casco, reprocha a París su conducta… “-¡En mal
hora nacido! Indecoroso / y fuera de
sazón es que en el pecho / esa cólera guardes rencorosa. / Las escuadras
perecen en combatiendo / en torno a la ciudad y las murallas, / y por tu causa
el hórrido tumulto / de la pelea en derredor de Troya / se encendió. Si tú vieras un guerrero / que tomar parte en
la terrible liza / rehusaba, tú mismo su flaqueza / culparías. Sal, pues; mira no acaso / esta gran capital
en breves horas / el pasto sea de voraces llamas…” (Edic. Cit, Ibíd., pág.
86). Héctor regresa al combate después
de despedirse de su esposa Andrómaca, que tiene en brazos a su pequeño hijo
Astiánax. Las súplicas de Andrómaca para
que Héctor no se mueva de Troya, despiertan en él el presentimiento de la fatal
ruina de la ciudad; pero por mucho que esto sienta, no le afecta tanto como la
idea de que alguno de los príncipes aqueos deje con vida, en medio de la
general matanza, a Andrómaca, para hacer de ella su esclava, y que llegue día
en que tenga que servir a una extranjera desdeñosa que la emplee en tejer sus
telas y en ir por agua a la fuente, mientras los que la vean pasar digan
alegres: “esa es la viuda de Héctor·”, del único que podría sacarla de la
esclavitud, si viviese. Andrómaca,
llorosa y asiéndole la mano, ruega a Héctor que no exponga su vida, a lo que
responde el héroe que su puesto es la primera fila entre los teucros y que la
esposa debe volver a casa a aplicarse a
sus tareas mientras por Troya luchan los varones y él en primer lugar….
“¡Infeliz! Tu valor ha de perderte. / Ni tienes compasión del tierno infante, /
ni de esta desgraciada, que muy pronto / en viudez quedará: porque los griegos
cargando todos sobre ti, la vida / fieros te quitarán. Más me valiera / descender a la tumba, que
privada / de ti quedar, que, si a morir llegases, / ya no habrá para mí ningún
consuelo, / sino llanto y dolor. Ya no
me quedan / tierno padre ni madre cariñosa. / Mató al primero el furibundo
Aquiles, / mas no le despojó de la armadura / aun saqueando a Teba: que a los
dioses / temía hacerse odioso…” Edic.
Cit; Ibíd., pág.87)
CANTO VII:
La presencia de
Héctor en el campo de batalla, levanta la moral de los troyanos. París da muerte a Menestio y Héctor con la
puntiaguda lanza hiere a Eyoneo dejándole sin vigor los miembros. Cuando Atenea vio que morían muchos aqueos
desciende de las cumbres del Olimpo y acuerda con Apolo que se suspenda la
lucha par que Héctor proponga a los dánaos poner fin a la guerra y que se lleve
a cabo un combate singular entre él y un caudillo griego. Ante la solicitud del héroe teucro, las
huestes griegas enmudecen, pues, por vergüenza no rehusaban el desafío y por
miedo no se decidían a aceptarlo. Es Menelao
quien acepta el reto, aun sabiendo que las posibilidades de vencer a Héctor,
cuya fuerza es muy superior, son escasas.
Agamenón pide a Menelao que domine sus ímpetus logrando hacerlo desistir
de lo que el líder griego considera una locura.
Néstor propone entonces echar la suerte entre los nueve valerosos
argivos que aceptan el reto. Agamenón,
Diómedes, Ayax Dileo, Idomeneo, Eurípilo, Ayax Telamonio, Ulises, Meriones y
Toante son los voluntarios. La suerte
determina que sea Ayax Telamonio quien enfrente al líder de los teucros. Revestido de sus fulgentes armas y lleno de
orgullo, el gigantesco argivo marcha animoso contra el divino Héctor. Este
sintió palpitar su corazón, pero ya no podía manifestar temor ni retirar a su
ejército, porque de él había partido la
provocación. Increpa al gigantesco
adalid de que presuma intimidarlo y le arroja su enorme lanza… “Héctor le
respondió: -¡Oh esclarecido / Ayax de Telamón, de los aqueos / poderoso adalid!
No tú presumas / como a débil rapaz intimidarse, / o cual si mujer fiera y no
supiese / lo que son de la guerra las fatigas. / Sé lo que son combates y derrotas, / sé
ligero mover a todas partes / el escudo de pieles fabricado, / e infatigable
soy en la pelea. / Se combatir a pie y en cadencioso / movimiento cargar al
enemigo; / sé desde el carro pelear valiente. / Mas ni aun así, a traición y
aprovechando / algún descuido tuyo, herirte quiero: / sino, pues de valor haces
alarde, / cara a cara y leal, si lo consigo- / Dijo, y con ambas manos rodeando
/ su gruesa lanza, la arrojó, y del griego / logró romper el poderoso escudo /
por la plancha de bronce, que el octavo / doblez formaba, y la indomable punta
/ la atravesó cortando los dobleces / hasta llegar al sétimo, que firme /
resistió, y en la piel clavada…” (Edic. Cit, Ibíd., pág. 97) La noche obliga a cesar el combate. Se pacta una tregua para incinerar los
cadáveres, tomando tiempo los griegos para levantar una muralla en torno a sus
cóncavas naves. Toda la noche los
melenudos aqueos disfrutaban del banquete, y lo mismo hicieron en la ciudad los
troyanos.
CANTO VIII:
Zeus prohíbe a
los dioses, sean estos varones o hembra a que intervengan a favor o en contra
de alguno de los bandos que están en guerra y, amenaza con desterrar al
tenebroso tártaro a aquél o aquélla que transgreda su mandato. Esta disposición debilita a los argivos, por
lo que Atenea sugiere que por lo menos se den consejos saludables a éstos. Hera trata vanamente que Poseidón, dios de
los mares, socorra a los argivos.
Poseidón teme a su hermano Zeus porque considera que aquél aventaja en
poder a cualquier Dios. Los griegos,
comandados por Diomedes, Menelao y Agamenón, acometen contra los troyanos. Teucro, uno de los valerosos guerreros que se
introdujo en el caballo de madera que entró a Troya, dispara con maestría su
arco, provocando considerables bajas entre las huestes teucras; Orsíloco,
Ormeno, Ofelestes, Détor y Licofontes, con algunas de las víctimas de la mortal
saeta del valeroso griego. Atenea cambia su bello peplo bordado por la túnica
de Zeus, que amontona las nubes, y empuñando su lanza desciende al campo de
batalla destruyendo filas enteras de héroes teucros; pero iris, llevando un
mensaje de Zeus, le impide continuar en la batalla:…” “-¿Por qué, Hera y
atenea, taciturnas / y afligidas estáis?
Pues largo tiempo / combatido no habéis en la batalla, / destrozando de
Troya a las falanges / que tanto aborrecéis.
Los dioses todos, / cuantos son del Olimpo habitadores, / no en fuga me
pusieran, si conmigo / entraran en combate: tal la fuerza / es de mi brazo
invicto y la pujanza. / Así de vuestros
miembros delicados / se apoderó el temblor, antes que vieseis mis hazañas. / Mas
os digo, y lo hubiera ejecutado / heridas ambas por el rayo ardiente / que mi
diestra despide, al vasto Olimpo, / de los dioses morada, en la carroza / no
hubierais vuelto más-. En voz terrible /
Zeus así habló…” (Edic. Cit; Ibíd.; pág. 109).
Héctor se lamenta de no haber podido acabar con los griegos y con sus
naves, atribuye a la noche, que ya ha caído, toda la culpabilidad. Los troyanos acampan en la ribera del
voraginoso Janto, listos a impedir que los griegos huyan por el mar. Mil fuegos arden en la llanura, y en cada uno
se agrupaban cincuenta hombres. Los
caballos, cerca de los carros, comen avena y cebada, esperando la llegada de la
aurora.
CANTO IX:
Agamenón,
sumido en una gran tristeza, reúne nuevamente a los jefes en consejo. Culpando a Zeus de haberlo engañado,
asegurándole que no se iría sin haber destruido Ilión. Agamenón propone huir en las naves y
abandonar la lucha. El silencio fúnebre
que sus palabras provocan, es roto por Diomedes y Néstor, quienes se oponen a
tal medida. El primero manifiesta que
los que quieren irse pueden hacerlo, pero que él y Esténelo, seguirán peleando;
este último sólo lucha en carro por haberse herido en un pie antes de la
expedición. Agamenón se arrepiente y
decide enviar una embajada para persuadir a Aquiles a que abandone su
resentimiento y participe en la guerra que les resulta adversa. Néstor se encarga de elegir a los heraldos:
Ayax, Ulises, Odio, Euríbates y Fénix, quien será el jefe de la
expedición. Los legados marchan por la
orilla del mar, invocando ruegos a Poseidón par que les sea favorable la
expedición. Con ellos llevan valiosos
presentes par el valeroso argivo: siete trípodes, diez talentos de oro, veinte
calderas, doce corceles y a Briseida, la esclava que Agamenón había quitado a
Aquiles. Agamenón manifiesta que jurará
solemnemente que jamás se unió en el lecho con ella. Aquiles, acompañado de su querido amigo
Patroclo, agasaja a los recién llegados a quienes dice que muy importante debe
ser lo que tiene que decirle, para haberse atrevido a llegar hasta él con lo
irritado que está. Vana es la petición
que Ulises le hace, pues, el odio de Aquiles hacia Agamenón es tan grande, que
el hijo de Pelo se niega rotundamente.
El anciano Fénix e insiste, pero también es rechazado acerbamente:… “-¡Respetable Fénix, / segundo padre mío, /
esos hombres / yo no ambiciono:
envanecerme puedo / de que seré vengado por la mano / de Zeus, y en las naves
de la Grecia / respetado también mientras me dure / el aliento vital dentro del
pecho / y el suelo pise con ligera planta. /
Y ahora yo te digo, y no se borre / de tu memoria, que lloroso y triste
/ no enternecer mi corazón procures / a favor del Atrida; no conviene / que,
por amarle tú, yo te aborrezca / cuando me crees tan caro, y deberías /u tú con
odio mirar al que me ofende. / De este modo serás un igual mío / en el honor y
mando. Mi respuesta / Ayax y Ulises
llevarán; tú pasa / aquí la noche en regalado lecho, / y así que empiece a
clarear el día / consultaremos si volver a Grecia a/ debemos, o quedar en esta
playa” (Edic. cit, Ibíd., pág. 122).
Cuando los enviados llegaron a la tienda de Agamenón, le contaron lo sucedido. Diómedes reprocha a éste diciéndole que no
debió rogar al eximio Aquiles, pues, si éste ya era altivo, ahora debía
encontrarse nadando en su soberbia.
CANTO X:
Los príncipes
aqueos durmieron toda la noche vencidos por el sueño, mas no así el Atrida
Agamenón ni el osado Menelao. Ambos acuerdan enviar a un espía al campo troyano
para conocer la situación y los propósitos de éstos. Diómedes se ofrece para tan delicada misión y
sugiere que Ulises lo acompañe para que así su confianza y su osadía fueran
mayores. Una vez revestidos de sus armas
parten invocando a Atenea para que los guíe en la oscuridad de la noche, por
aquellos campos donde tanta carnicería se había hecho, pisando cadáveres y
armas cubiertas de sangre. Por el lado
troyano, Héctor ofrecía un carro y dos corceles, al que tuviera la osadía de ir
al campo argivo a espiar. Dolón, hijo de divino heraldo Eumedes, se ofrece
prometiendo no defraudar. Dolón, de feo
aspecto y pies ágiles, es sorprendido en pleno campo de batalla por Diómedes y
Aquiles, quienes al verlo aproximarse, tendiéronse entre los muertos para
capturarlo. No les resulta difícil
hacerlo confesar, pues, era un tipo pusilánime:… “Respondióle Dolón, y las
rodillas / le temblaban. –Es Héctor
quien muchas / súplicas y promesas me ha sacado / fuera de mi razón. Me has prometido / darme los hermosísimos
bridones / del hijo valeroso de Peleo, / y su carro en labores variadas / de
lucientes metales guarnecido, / Y me encargó que entre la oscura sombra / de la
noche, que rápida se aleja, / al campo de los griegos me acercara / y viera si
custodian los bajeles / como lo han de
costumbre, o si, vencidos / en la pelea, de ponerse en fuga / tratando estaban,
ni velar querían / ya esta noche, rendidos al cansancio-“ (Edic. cit; Ibíd.
Pág. 133). Diómedes considera que si
dejan libre a Dolón éste volvería a emprender su frustrada misión, por lo cual
de un tajo en medio del cuello lo decapita.
Los dos caudillos continúan su camino hasta llegar al campamento de
Reso, rey de los tracios, a quien dan muerte mientras duerme y capturan sus
hermosísimos bridones. La tarea les
resultó sencilla, pues, Dolón, antes de morir, había confesado la ubicación del
campamento del hijo de Eyoneo.
Aconsejados por Atenea, los héroes regresan a su campamento sobre el
carro capturado. Ambos caudillos se
lavan en el mar y después se bañan en pulimentadas pilas.
CANTO XI:
Héctor prepara
a sus hombres y se posa en una llanura rodeado de Polidamante, Eneas, Pólibo,
Agenor y Acamante. Teucros y aqueos se
acometen como lobos, bajo la mirada imparcial de Zeus. Como una muestra de la
sangre que correrá en el campo de batalla, el Padre de los dioses lo rocía con
una lluvia de sangre. Agamenón enfrenta
a Pisandro y al intrépido Hipóloco, hijos del aguerrido Antimaco (éste, ganado
por el oro y los espléndidos regalos de París, se oponía a que Helena fuese
devuelta al rubio Menelao). Al verse
vencidos, ambos suplican clemencia; pero el atrida clava su lanza en el pecho
del primero, y cercena con su espada los brazos y la cabeza del segundo. Héctor, blandiendo afiladas picas, recorre
sus huestes, animándolos a luchas, Ifidamante, valiente y alto de cuerpo,
enfrenta al hijo de Atreo,; cuando ambos se hallaron frente a frente,
acometiéndose ferozmente, llevando la peor parte Ifidamante quien es herido en
el cuello mortalmente. Su hermano Coón logra herir a Agamenón en el
brazo, pero, mientras arrastraba el cadáver por entre la turba, es alcanzado
por el atrida quien lo decapita. Por
otro lado Héctor ha logrado grandes bajas en las filas aqueas: Aseb, Autónoo,
Opites, Dólope, Clítida, Ofeltio, Agelao, Esimno, Oro y el bravo Hipónoo caen
uno tras otro ante la destreza y fuerza del valeroso hijo de Príamo. Diomedes
le sale al frente y logra darle batalla, pero es herido por Paris que dispara
su flecha refugiado tras el sepulcro de Ilo.
Ulises acude en su ayuda y le arranca la flecha del pie. Ulises
queda solo, pues, los argivos huyen poseídos por el terror; pero
demostrando su gran valor se defiende con bravura y logra dar muerte a
Deyópites, Toón, Enomo y Quersidamente, hasta que Soco, antes de sucumbir,
logra herirlo. Menelao y Ayax Telamonio
lo socorren. Mientras tanto, Aquiles
contempla impasible el proceso de los teucros, desde la popa de su ingente nave
y ofrece tomar las armas sólo si llegaran los troyanos hasta las naves de los
mirmidones, de quienes es rey. Néstor le
manda decir con Patroclo que, por lo menos perita combatir a los mirmidones con
el propio Patroclo a la cabeza…. “Dile que, si el temor de que se cumpla / el
vaticinio de su augusta madre / de Zeus en nombre loe anunció algún día / le
impide pelear, a ti lo menos / envíe a los combates, y contigo / venga de los mirmidones
la hueste, / por ver si aurora de salud consigues / ser para los aqueos, y su
hermosa / armadura te dé. Tal vez,
creyendo / los troyanos al verla que ya Aquiles / en las lides se muestra, los
combates / suspenderán, y los valientes hijos / de la Grecia, que están
acobardados, / aliento cobrarán. / (En
las batallas / un breve instante de reposo es útil. / Y vosotros, que entráis
en la pelea / sin estar fatigados, fácilmente / a unas tropas que están ya
cansadas / de combatir rechazaréis a Troya, / lejos de los navíos y las
tiendas…” (Edic. Cit; Ibíd., pág. 149).
Patroclo, el más íntimo amigo del valeroso Pelida, vuelve a las tiendas
de Aquiles hondamente conmovido por el discurso de Néstor.
CANTO XII
Mientras vivió
Héctor, estuvo Aquiles irritado y la ciudad del rey Príamo no fue expugnada; la
gran muralla de los de los Aqueos se mantuvo firme; pero cuando murieron los
más valientes teucros y argivos, la ciudad de Troya cayó en el décimo año de la
guerra. Polidamente comunica a Héctor lo difícil que es atravesar el muro de
los aqueos, pues, alrededor de él, hay un foso que está erizado de agudas
estacas. Héctor en compañía de Polidamente, Cebriones, Paris, Alcátoo y Agenor
entre otros, descienden de los carros anhelantes de romper el muro y pelear de
cerca. Argivos y teucros se enfrentan, lanzando los primeros desde su muro bien
construido, piedras enormes que dificultan más aún la labor de los troyanos.
Aparece un águila que lleva entre sus garras un enorme dragón sangriento que
deja caer entre los teucros. Polidamente interpreta el hecho como un augurio
que los troyanos serán vencidos si continúan en su intento de asaltar el muro
griego; exhorta a Héctor para que retire a sus huestes de combate. Héctor acusa
al agorero de haber perdido el juicio y amenaza matarlo si con sus palabras
logra que otros se abstengan de pelear. El audaz hijo de Príamo ordena asaltar
la muralla de los aqueos:...” ¿Por qué temes el
combate/ y la batalla? Cuando cierto fuera/ que todos los demás en los
navíos/ debiéramos morir de los aqueos, / no temas perecer; nunca tuviste/
valiente corazón que el enemigo/ esforzando resista y belicoso/ tú no has
nacido. Pero si este día/ te alejas del
combate, o a los otros/ seduces con tu voz, y la pelea/ abandonar les haces, yo
te juro/ que, con mi lanza atravesado el pecho/aquí tú pronto perderás la
vida…” (Edic. cit; Ibíd., pág. 156). Sarpedón, el deiforme hijo de Zeus, incita
a su primo Glauco para arremeter con bravura contra los muros argivos, cuyas
férreas puertas, tratan vanamente los teucros de destruir. Menesteo, uno de los
guerreros que penetraría en Troya en el famoso caballo de madera, envía a
Tootes, para que, pida ayuda, pues, los troyanos ponen en peligro la torre que
él está custodiando. Ayax Telamonio da muerte al magnánimo Epicles compañero de
Sarpedón, arrojándole una piedra grande y áspera que había dentro del muro
Teucro, desde lo alto de la muralla dispara una flecha a Glauco hiriéndolo en
el brazo; Sarpedón es herido por Ayax y Teucro; pero aun así, incita a los troyanos
a luchar con más denuedo. A pesar de haber roto el muro, los teucros no logran
abrirse paso hasta las naves argivas. Por doquiera, las torres y parapetos
estaban regados con sangre de teucros y aqueos. Héctor cogiendo una piedra
enorme, logra arrojarla sobre una de las puertas rompiendo ambos quiciales,
rajando los tablones y haciendo volar los cerrojos. Por la abertura, o salvando
la muralla penetran tras Héctor los troyanos y los griegos huyen a sus naves en
tumulto clamoroso.
CANTO XIII
Después de
haber ayudado a Héctor y a los teucros a llegar a las naves, Zeus dejó que
sostuvieran el trabajo y la fatiga de la guerra. Posidón, que estaba al acecho
en la cumbre más alta de la selvosa Samotracia, se indigna contra Zeus por la
ayuda que brinda a los troyanos. Asemejándose a Calcante, el adivino oficial de
los aqueos en su expedición a Troya, Posidón reanima el valor de los griegos,
los que dirigidos por los dos Ayax, sostiene bravamente el combate. Idomeneo,
uno de los pretendientes de Helena, por la que tuvo que ir a Troya, es incitado
por Posidón a la lucha realizando portentos de bravura. Idomeneo mata a
Otrioneo, quien había acudido de Cabeso a Ilión, cuando tuvo noticia de la
guerra y pedido en matrimonio a Casandra, la más hermosa de las hijas de
Príamo; Idomeneo truncó sus pretensiones. Asio trata de vengarlo, pero cae
abatido por una púa que Idomeneo le hunde en la garganta. Otro que cae abatido
por sus manos es Alcátoo, a quien Posidón ofuscóle los brillantes y paralizo
sus hermosos miembros, por lo cual no pudo evitar la acometida de Idomeneo que
los atraviesa con su lanza. Deífobo, uno de los hermanos de Héctor, avisa a
Eneas de la muerte de su cuñado. Alrededor del cadáver de Alcátoo, se enfrentan ambos
colosos:…”-¡Ojalá, Idomeneo, que de Troya/ no vuelvas más, y de los perros sea/
vil ludibrio, el varón que en este día/
por temor abandone la batalla!/ Ve a tomar la armadura; y a este sitio/
vuelve ligero; y a la lid sangrienta/ volemos presurosos, y veamos/ si, aun siendo sólo dos, a los aqueos útiles
somos: que el valor unido/ aún de los flacos en la guerra es útil./ Y nosotros sabemos animoso/ pelear con los
fuertes campeones - …” (Edic. cit; Ibíd., pág. 164). El combate continúa y el
estruendo de los antagonistas llegaba al éter y a la morada resplandeciente de
Zeus.
CANTO XIV
El anciano
Néstor propone a Agamenón retirarse, pues, la situación con la caída del muro
que protegía las naves, es sumamente delicada. Agamenón, Ulises y Diómedes,
aunque con el ánimo abatido, se oponen firmemente a esta idea.
Diómedes
propone presentarse en el campo de batalla mostrando las heridas para animar a
los demás. Hera solicita a Afrodita su cinturón, el cual encerraba las amorosas
pláticas y el lenguaje seductor que hace perder el juicio a los hombres y con él aletarga a Zeus para
que no le impida auxiliar a los griegos. También Posidón ayuda a los aqueos y
Héctor se enfrenta a Ayax quien lo hiere arrojándole una gran piedra:…” Y fue
Héctor, el primero que su lanza/ contra Ayax arrojó, que en dechura/ hacia él
se encaminaba. Y aunque errado/ no fue el tiro, tampoco herirle puso;/ porque
en el pecho la acerada ounta/ vino a dar, en la parte que ocultaban/ el grueso
correón del grande escudo/ y el ancho tahalí de que pendía/ el estoque con clavos
guarnecidos/ de plata fina, y ambos impidieron/ que hasta la tierna carne
penetrara./ Héctor airóse cuando vio que
en vano/ lanzara ardido la robusta pica;/ y sin volver la espalda lentamente/
iba retrocediendo hacia los suyos/ para evitar que lo matase el griego./ pero,
cuando éste vio que a sus hileras/ Héctor
retrocedía, alzó del suelo/ un gran peñasco que a sus pies rodara/ de
los muchos que el campo contenía/ para calzar con ellos los navíos./ Y con toda
su fuerza rodeando/ la poderosa diestra, cual si fuese/ leve peonza la arrojó;
y al héroe,/ por encima la gola del escudo,/ cerca de la garganta, hirió en el
pecho…”( Edic. cit; Ibíd.; pág. 182). Los teucros lo sacan del campo y lo
conducen junto al río Janto, mientras sufren grandes bajas. Ayax Oileo da
muerte a muchos guerreros troyanos que huían aterrorizados, haciendo gala de su
pequeña estatura y gran velocidad.
CANTO XV
Zeus despierta y ve a los teucros perseguidos
por los aqueos. Vio también a Héctor tendido en la llanura y rodeado de amigos,
jadeante, privado de conocimiento, vomitando sangre. Zeus increpa a su esposa
Hera, a quién culpa del estado de Héctor y de la fuga de las tropas y la
amenaza con darle azotes:…”-¡engañosa Deidad, pérfida Juno, / artífice de
males! Tus engaños/ a Héctor cesar en la batalla hicieron, / y a la fuga
entregaron sus escuadras;/ y yo no sé si, con el duro azote/ castigada por mí,
tú la primera,/ serás tal vez entre los Dioses todos/ que coja el fruto del
ardid funesto…”(Edic. cit; Ibíd., pág. 187). Hera le responde sumisa e invoca
el tálamo nupcial para que Zeus calme su enojo. El hijo de Cronos sonríose y le
ordeno volver a la asamblea de los dioses, pues, no ayudará a los griegos hasta
que Aquiles no vea satisfecho su voto, conforme él, Zeus, le prometiera a la
diosa Tetis el día que ésta se abrazó a sus rodillas y le suplicó que honrase a
Aquiles. Atenea impide que Ares tomas sus armas en ayuda de los teucros; le
pide que calme su cólera provocada por la muerte de uno de sus hijos. Posidón,
cumplida su misión se sumerge en los mares, mientras que Zeus envía a Apolo
para que devuelva a sus fuerzas a Héctor. Toante, uno de los guerreros griegos
que de introdujera en el caballo de madera, invita a los aqueos más valientes
para hacer frente a Héctor, el domador de caballos. Idomeneo, Teucro, Ayax,
Meriones y Toante, forman un grupo compacto de ofensiva contra los teucros. El
ataque troyano es por demás devastador: Héctor mata a Estiquio y a Arcesilao;
Eneas a Medonte y a Yaso; Polidamente hace lo propio con Macisteo. En tanto,
los teucros despojaban de las armas a los muertos, los aqueos, arrojándose al
foso y a la estacada, huían por todas partes. Solo el coraje de Ayax Telamonio
evita el exterminio de los argivos, haciendo morder el polvo con su larga pica
a cuanto troyano pretendía acercarse a incendiar las naves.
CANTO XVI
Patroclo, que
se encontraba en la tienda de Eurípilo curándole las heridas, comunica a éste
que la guerra ha tomado un grave cariz y que
se siente obligado a conmover el ánimo de Aquiles para que luche al lado
de los aqueos; derramando lágrimas, Patroclo informa a Aquiles lo grave de la
situación. Pide al obstinado hijo de Peleo que le permita usar sus armas para
que los troyanos lo confundan con él y cesen de pelear, mientras que los
argivos se llenaran de ánimo. Ayax, a pesar de su coraje, ya no puede resistir
la presión teucra que es más fuerte a cada momento gracias a la intervención de
Zeus. Mientras Patroclo viste las armas de Aquiles, éste congrega a sus
mirmidones y les ordena combatir a los troyanos junto a Patroclo. De una arca
hermosa, el hijo de Peleo extrae una copa y ofrece libaciones a Zeus,
implorándole que Patroclo conquiste la victoria y vuelva incólume con todas las
armas. Acompañado de Automedonte, Patroclo avanza cubierto con las armas del
temido Aquiles: lucía en las piernas elegantes grebas; coraza labrada
protegiendo el pecho; colgada del hombro una espada de bronce, un fuerte escudo
en el brazo; un hermoso casco cubría su cabeza y dos lanzas fuertes que blandía
en sus manos. El pánico entre los troyanos no se deja esperar y los más
valerosos huyen ante aquél, a quien
creen hijo de Peleo.
Los griegos
cobran valor y alejan al enemigo de sus naves. Antíloco y Trasimedes, hijos del
anciano Néstor, juegan en esta parte de la guerra un papel importante, pues,
persiguen a los troyanos, llenando el campo de cadáveres. Patroclo avanza con
gran ímpetu y bajo su carro van cayendo los cuerpos de Ifeo, Prónoo, Téstor,
Anfótero, Tlepólemo, Demastórida y otros más; unos atravesados por su lanza,
otros con la cabeza destrozada por una pedrada. Sarpedón enfrenta a Patroclo y
éste lo mata, aunque perdiendo en el enfrentamiento a su caballo Pédaso, el
corcel que Aquiles se llevó de la ciudad de Ectión cuando la tomó. Patroclo
sigue su avance hasta los muros de Ilión en su carro, jalado por los dos
corceles que le quedan. Janto y Balio. Apolo interviene y lo desarma,
obligándolo a retroceder. Euforbo, diestro en el manejo de la pica, clava su
lanza por la espalda descubierta de Patroclo, en cuyos ojos veíase ya la sombra
de la muerte. Apolo, hijo de Zeus, había desatado la coraza que aquél llevaba,
dejándolo así presa fácil de Euforbo. Cuando Héctor advierte que Patroclo esté
herido y que trata de alejarse inadvertidamente, lo sigue por entre las filas y
le atraviesa la parte interior del vientre con su lanza. La desventaja en que
Patroclo se encontraba, no le permitió defender su vida. La jactancia de Héctor
por su triunfo es apoteósica:…”Y por la espalda,/ entre los hombros,/ con aguda
pica,/ un troyano le hirió, llamado Euforbo,/ al hijo de Pantoó, que a sus
iguales;/ en manejar la pica con destreza,/ en dirigir de un carro los
bridones/ y en los ligeros pies aventajaba;/ pues, la primera vez que con su
carro/ para aprender el arte de la guerra/ se presentó en la lid, veinte
guerreros/ derribó de los suyos. Este ahora/ fue el primero que contra ti su
lanza/ vibró, ¡Noble Patroclo!, aunque matarte/ no consiguió. Y corriendo
apresurado/ atrás se retiró, y en las hileras/ se ocultó de los suyos, de su
cuerpo/ antes sacando la robusta lanza/ de duro fresno; ni osadía tuvo/ para
esperar de frente a su enemigo, / aunque ya le veía desarmado./ abatido
Patroclo con el golpe/ que recibió de
Dios, y con la herida/ que le hiciera el
troyano, hacia la escuadra/ empezó a retirarse de los griegos/ por evitar la
muerte. Mas apenas/ Héctor vio que el magnánimo Patroclo/ atrás se retiraba, y
que ya herido/ de aguda lanza fuera, atravesando las filas/ corrió a él, y en
medio el vientre/ desde cerca clavándole su pica,/ y al otro lado con pujanza
mucha/ haciéndola pasar, le hirió de muerte./ Cayó en el suelo, retemblo la
tierra/ con espantable ruido, y los aqueos/ todos cayeron en dolor profundo”
(Edic. cit; Ibíd., pág. 212). Antes de morir y ser despojado de sus armas por
Héctor, Patroclo dice a éste que no olvide que tampoco él ha de vivir largo
tiempo, pues, la muerte y la parca cruel se le acercan, y que sucumbirá a manos
de Aquiles.
CANTO
XVII:
Menelao
advierte lo acontecido el hijo Menecio, y corre a defender el cadáver. Euforbo
pretende el cadáver para alcanzar inmensa gloria, pues, considera que es el
quien realmente venció al aqueo; ambos guerreros pelean: ... “así dijo, y al
griego una lanzada/ dio en el escudo plano; mas el bronce/ romper no pudo y se
torció la punta/ en el duro broquel. Su larga pica/ vibro segundo el fuerte
Menelao, / y cuando Euforbo, sin volver el rostro, / retrocedía, le clavo la
punta/ ene l pecho a raíz de la garganta, / y empujó firme con la fuerte
diestra; / y atravesando el delicado cuello, / sobre la nuca apareció la pica…”
(Edil, Cit; Ibíd., pág. 216). Muerto Euforbo, Menelao debe huir, pues, Héctor y
gran número de teucros se aproximan. Es así como el hijo de Príamo se apodera
de las armas de Aquiles y, poniéndoselas, retorna al combate, acicateado por
glauco quien le increpa haber abandonado el cadáver de Patroclo. Zeus expresa
en soliloquio la pronta muerte de Héctor y augura que Andrómaca, su mujer, no
recibirá las mismas armas de Aquiles; el vaticinio no puede ser más evidente:
Héctor debe enfrentarse al Pelida y este, después de darle la muerte, le
quitara la armadura que presto a Patroclo. Apolo increpa a eneas el hecho de
que muchos teucros estén desertando cuando Zeus hace todo lo posible por
favorecerlos. Eneas comunica a Héctor que Apolo le ha asegurado que seguirá
apoyándolos, con el acicate, los teucros cargan contra los griegos arrasando
fila tras fila de hombres, mientras Ayax y Menelao luchan cerca del cadáver de
Patroclo protegiéndolo para que los troyanos no lo aprovechen como botín de
guerra. Menelao envía a Antíloco para que dé la infausta noticia a Aquiles.
Sobre los hombros de Meriones y Menelao, los restos de Patroclo son conducidos
hacia las cóncavas naves, mientras Ayax Oileo y Ayax Telamonio cubren la retirada.
Aprovechando esta situación, Héctor y eneas perseguían y mataban sin
misericordia a muchos aqueos.
CANTO XVIII:
Antíloco
encuentra a Aquiles junto a las naves y con lágrimas en los ojos de al Pelida
la triste noticia. El héroe cogió ceniza con ambas manos, derramóla sobre su
cabeza y le negra ceniza manchó la divina túnica; después se tendió en el
polvo, ocupando un gran espacio, y con las manos se arrancaba los cabellos, los
horrendos gemidos del héroe griego son oídos hasta en el fondo mar, donde se
hallaba Tetis, su madre, quien acude presurosa a consolar a su hijo. Aquiles se
lamenta por no haber podido socorrer a su querido amigo cuando éste más lo
necesitaba. Aquiles irá a busca a Héctor para vengar la muerte de Patroclo y
para ello, Tetis le traerá una bella armadura forjada por Hefesto. Mientras la
diosa se encaminaba al Olimpo, los teucros luchaban afanosamente por apoderarse
del cadáver de Patroclo; Héctor logra tomar por los pies el cadáver e intenta
arrastrarlo, a la vez que exhorta a sus hombres con horrendos gritos. Por
consejo de Iris, Aquiles se asoma a la orilla del foso provocando con su sola
presencia el pánico entre los troyanos. Cuando se dejó oír la voz de bronce del
héroe, hasta los caballos, de hermosas crines, volvíanse hacia atrás en los
carros porque en su ánimo presentía desgracia. Los aqueos sacan a Patroclo
fuera del alcance de los teucros y lo colocan en un lecho cercado por muchos
argivos que derraman ardientes lágrimas. Hera obliga al sol a ocultarse, y una
vez puesto éste, los aqueos suspenden el combate. Los teucros por su parte
celebran una asamblea, en la que el adivino Polidamante, el único que conocía
lo futuro y lo pasado, aconseja no salir más de los muros puesto que Aquiles ha
vuelto a la lucha. Era amigo de Héctor y ambos habían nacido en la misma noche.
Héctor le manifiesta que no le place lo que le propone y, con ceñudo rostro, le
replica que no deben volver a guarecerse dentro de las murallas de Troya, pues,
él n o piensa huir de Aquiles, sino enfrentarlo porque bien puede vencerlo.
Ambos ejércitos pasan la noche en vela; los teucros cuidando su campo, y los
griegos llorando a Patroclo. Aquiles pronuncia un sentido discurso ante el
cadáver, ofreciéndole no hacer los funerales hasta tanto no traiga la cabeza de
Héctor: … “En tanto, los Aqueos a Patroclo, / la noche toda en funeral gemido/
lloraban; y de todos el primero, / suspiros exhalando numerosos/ y sobre el
pecho el amigo puestas/ las manos homicidas, el lamento/ Aquiles empezó. Como
leona/ que habiéndole robado los cachorros/ el cazador mientras estaba ausente/
se aflige cuando vuelve y no los haya,/ y los valles recorre, por la huella/
siguiendo al cazador para matarle,/ y se enfurece en su dolor agudo:/ así
Aquiles, suspiros exhalando,/ en medio los mirmidones decía:/ - En vano, ¡Ay
triste!, la palabra un tiempo/ de mi boca Salió cuando animaba/ al heroico
Menetio en mi palacio,/ diciéndole que el hijo valeroso/ a Opunte yo otra vez
le llevaría,/ después que hubiese a Troya destruido/ y la parte tomando de la
presa/ que cabido le hubiese. Pero Jove/ no al hombre cumple sus deseos todos.
/ Así a nosotros dos la dura parca/ a morir aquí en Troya ha condenado, / esta
tierra enemiga enrojeciendo/ con nuestra sangre. Porque a mí tampoco/ el
anciano Peleo en su morada/ ya más recibirá, ni cariñosa/ mi madre Tetis
cercará mi cuello/ con sus ebúrneos brazos, de esta guerra/ volviendo vencedor;
que sepultado/ aquí yo quedaré. Mas pues, me toca/ después de tú morir, dulce
Patroclo,/ no te haré el funeral hasta que traiga/ aquí yo la cabeza y la
armadura/ de Héctor tu matador: y ante la pira/ en que arda tu cadáver, la
cabeza/ cortaré a doce jóvenes troyanos,/ hijos de la familia más ilustre/ para
vengar tu muerte. E insepulto/ entretanto estarás aquí en las naves, / y entorno
tuyo velarán llorando/ noches y días la esclavas todas, / troyanos y dardanias
que nosotros/ cautivamos, habiendo destruido/ las ciudades en que ellas
habitaban –“(Edic, cit; Ibíd., pág. 235 – 236). Cuando esto hubo dicho, Aquiles
mandó a sus compañeros que pusieran al fuego un gran trípode para que cuanto
antes le lavaran a Patroclo las manchas de sangre. Lavan, ungen y amortajan el
cadáver, en torno al cual pasaron los mirmidones la noche. Zeus, recrimina a su
esposa Hera por haber alentado a Aquiles a la lucha. Mientras esto sucede,
Tetis llega al palacio de Hefesto, dios del fuego, y es afectuosamente recibida
por Cario, la esposa del ilustre cojo. Hefesto, torna a los fuelles y a la
fragua y fabrica nuevas armas para Aquiles: un escudo grande y fuerte, un casco
de áureas cimera, una coraza reluciente y bellas grabas de estaño.
CANTO XIX:
Tetis llega a
las naves griegas con la armadura que Hefesto le ha entregado. Halló al hijo
querido reclinado sobre el cadáver de Patroclo, llorando ruidosamente. Agamenón
llega también donde está Aquiles, y jura por Zeus que jamás ha puesto la mano
sobre la joven Briseida para yacer con ella ni para otra cosa alguna, sino que
en su tienda ha permanecido intacta. Briseida es devuelta y Aquiles y Agamenón
se reconcilian. Briseida y otras mujeres lloran sobre el cadáver de Patroclo,
mientras se hacen ofrendas funerarias por el muerto. Ante la negativa del
Pelida de ingerir alimentos y para evitar que desfallezca, Atenea derrama sobre
su pecho algunas gotas de néctar y ambrosía, manjar de los dioses. Llegado el
día, los griegos se aprestan al combate y el Pelida viste las armaduras que el
propio Hefesto le forjara a ruegos a Tetis. El campo de batalla se cubre de
aqueos y teucros para la gran batalla. Aquiles pide a Janto y Balio, sus
corceles, que cuiden a los aqueos; pero Janto, dotado de voz por la diosa Hera,
augura a Aquiles su próxima muerte:… “- ¡salvo de la batalla en este día / te
sacaremos, valeroso Aquiles! / Pero a ti ya se acerca de la muerte/ el momento
fatal, y no seremos/ nosotros los culpados: que la vida/ un Dios te quitará muy
poderoso, / y el hado inevitable. Ni por nuestra/ lentitud y pereza los
troyanos/ arrancaron las armas de los hombros/ a Patroclo. Valiente combatía/
él entre los primeros campeones; / y el hijo de Latona, el iracundo. / Febo, la
vida le quitó, y la gloria/ a Héctor dio vencerle: que corrido/ hubiéramos
nosotros tan veloces/ como el soplo del céfiro, que dicen/ ser de los vientos
el que más camina./ Y así, tú, destinado por El Parca/ estás a que te maten un
guerrero/ y una deidad” ( Edic, cit; Ibíd., pág. 249). Aquiles responde que ya
sabe que destino le espera; pero aun así, nada lo hará desistir de su empresa.
Dando voces, dirige Aquiles los corceles por primeras filas.
CANTO XX:
Zeus ordena a
Temis que convoque ágora a los dioses. Una vez reunidos estos, el padre de los
dioses los autoriza a que cada uno de ellos auxilie a cualquiera de los bandos:
Hera, Atenea, Poseidón, Hermes y Hefesto por los aqueos; Ares, Apolo, Artemis,
Leto, el Janto y la risueña Afrodita por los teucros. Apolo incita a Eneas a
enfrentarse a Aquiles; este, se niega en un primer instante, pues, manifiesta
que ningún hombre puede combatir con Aquiles porque a su lado asiste siempre
una deidad que lo libra de la muerte; pero a tanta insistencia, acepta y sale
al encuentro del Pelión. Apolo quería
evitar con esto, un posible enfrentamiento entre Aquiles y Héctor, pues, el
primero, lo andaba buscando por doquier con el ánimo de saciar su sangre. La
intervención de los dioses le otorga mayor grandiosidad a la fatal contienda.
Se agitan las cumbres de los montes y retiemblan los valles, tronando Zeus
sobre la anchurosa tierra. Aquiles le recuerda a Eneas que en un encuentro
anterior, él huyó velozmente evitando así perder la vida y que ahora no se
explica por qué quiere enfrentarlo nuevamente. Eneas injuria al Pelida y lo
ataca con su lanza; pero la destreza y la superioridad de Aquiles se pone de
manifiesto y cuando el troyano está a punto de sucumbir, Poseidón lo arrebata
en medio de una nube. A pesar de que Poseidón lucha a favor de los griegos, su
actitud se justifica, porque el dios del mar estima en Eneas al varón virtuoso
y lamenta que perezca por culpa de otros. Aquiles, con el corazón revestido de
valor y dando horribles gritos arremete
a los teucros y da muerte a Ifitón, clavándole la lanza en medio de la cabeza y
dividiéndosela en dos partes. Demoleonte, Hipodamante y Polidoro, no tardan en
morder el polvo. Este último era el hijo predilecto de Príamo, a quie su padre
no permitía que fuera a las batallas. Tan pronto como Héctor vio a su hermano
cogiéndose las entrañas y encorvado hacia el suelo, marcha impetuoso en busca
de Aquiles para vengar a su hermano. Héctor sabe que es muy inferíos en fuerzas
al Pelida; pero aún así responde gallarda y bizarramente a la lucha, aunque
evitando el enfrentamiento de cerca. Atenea rechaza con un soplo la lanza que
el troyano arroja al griego lo que aprovecha el aquivo para arremeter el priámida,
a quien Apolo salva rodeándolo de oscura niebla: … “impetuoso/ arremetió el
aquivio deseando/ al troyano matar, y en las altas voces/ fiero le amenazaba; y
fácilmente, / ¡tanto pueden los dioses!, por los aires/ Febo le arrebató, y
oscura niebla/ derramó entorno. Acometió tres veces/ Aquiles con su pica, y
otras tantas/ hirió la niebla leve; y furibundo/ por cuarta vez acometió en
vano,/ así decía en arrogantes voces/ a su enemigo: - de la muerte ahora,/
perro, te has libertado, aunque muy
cerca/ ya la tuviste; porque el mismo Apolo,/ a quien tus ruegos fervorosos
haces/ antes de entrar en lid, te ha defendido” ( Edic, cit, Ibíd., pág. 259).
Furioso, Aquiles siembra la muerte en el campo troyano dando muerte a Dríope,
Demuco, Leógono y Dárdano. Tros, que vino a abrazarle las rodillas y a pedirle
clemencia, también sucumbe a su furia; Aquiles no era de condición benigna y
mansa, sino muy violenta.
CANTO XXI:
La presencia de
Aquiles divide a los teucros en dos grupos. Los primeros huyen por la llanura a
refugiarse tras los muros de Troya, mientras los otros rodaron al caudaloso río
Janto (también llamado Escamandro. N.A). los teucros nadan desesperados,
gritando estruendosamente, mientras son arrasados en torno a los remolinos ante
la persecución de Aquiles, quien introduciéndose en el río, mata a cuanto
guerrero troyano encuentra a su paso. Cuando el Pelida tuvo las manos cansadas
de matar, cogió vivos a doce mancebos para inmolarlos en expiación por la
muerte de Patroclo. Capturado Licaón, uno de los cien hijos de Príamo, rey de
Troya, Aquiles, desatendiendo le petición de clemencia que el prisionero le
hiciera, lo atraviesa con su espada. Pero el río Janto se irrita con Aquiles
por haber dado muerte sin compasión a tanto guerrero troyano y estrecho su cauce
con los cuantiosos cadáveres: … “- ¡Aquiles! Si en valor y fortaleza/ mucho a
los hombres todos aventaja/ porque siempre te asisten las Deidades,/ en
impiedad también les sobrepujas./ Si el hijo de Saturno te ha otorgado/ que con
todos los teucros hoy acabes,/ deja que de mi seno hayan salido/ a la llanura,
y mátalos en tierra./ porque ya están mis cristalinas agudas/ de cadáveres
llenas, y no puedo,/ con tantos muertos estrechado el cauce,/ verter mis ondas
en la mar inmensa;/ que a todos los troyanos das la muerte/ sin dejar uno vivo.
Mas ya basta: / mi corriente abandona: que asombrado,/ ¡ oh valiente caudillo
de los griegos!,/ me tienen tu valor y tu fiereza - … “ ( Edic, cit; Ibidem,
pág. 266). Para castigar a Aquiles por su impiedad, el río se desborda por la
llanura y sus aguas cenagosas rodean al héroe, que se salva asiéndose a un olmo
corpulento y corriendo luego para que no lo alcance el torrente vengador. Hera
ruga a su estevado hijo, Hefesto, pera que socorra a Aquiles; éste hace arder
la corriente con un soplo de fuego poderoso quemando también muchos cadáveres
muertos por el Pelida. Ante este hecho se suscita una reñida y espantosa pelea
entre los dioses, quienes se dividen una vez más provocando un ruido que
estremece los cielos y la tierra. Artemis, Ares, Hera y Atenea se injurian y
golpean, jactándose cada uno de ellos de sus poderes. Los dioses ascienden al
Olimpo, quedándose sólo Apolo quien desciende a Troya, temeroso de que los
dánaos destruyan sus muros. Aquiles, mientras tanto, sigue arrasando todo lo
que encuentra a su paso: teucros y corceles sucumben a su ira incontenible.
Príamo ordena abrir las puertas de la ciudad para permitir la entrada de los
teucros que huyen a la furia de Aquiles. Luego manda Príamo que las puertas
sean cerradas para impedir el ingreso del Pelida; Apolo induce a Agenor, hijo
de Poseidón, a que haga frente a Aquiles, para dar tiempo a que los teucros se
refugien en la ciudad. Agenor lanza un dardo que hiere al Pelida, en la pierna,
debajo de la rodilla. El Pelida arremete contra el valiente troyano, pero Apolo
lo salva cubriéndolo con una nube oscura.
CANTO XXII:
Refugiados los
teucros en Ilión, sólo Héctor queda fuera de las puertas de la ciudad. Aquiles
recrimina a Apolo el haber salvado a los teucros y de aprovecharse de su
poderío, el cual lo protege de su furia. Príamo suplica a su hijo que no
aguarde sólo y lejos de los amigos al furibundo Aquiles, para que no muera a
manos del Pelida que es mucho más vigoroso. Le advierte que perecerá a manos
del rival, como han perecido otros hermanos suyos, entre ellos Troilo, el menor
de los hijos varones de Príamo. Le pide que se compadezca de su anciano padre,
cuya desventura es ya irresistible: … “- ¡Héctor, hijo adorado! No tú sólo, / y
sin tener quien te defienda, esperes/ a ese adalid. Contempla que vencido/
serás por él, y dolorosa muerte/ pronto hallarás: porque valiente mucho/ es más
que tú (…) Y ahora que los teucros en los muros/ se encerraron, mis ojos no
descubren/ otros dos hijos míos, Polidoro/ y Licaón…” (Edic, cit; Ibidem, pág.
275). Príamo le dice que él estás dispuesto a pagar rescate por sus hijos, si
éstos estuvieran vivos; pero que si ya muertos estuvieran, ese hecho
significaría un gran dolor para él y para Hécuba, su madre. Invoca además el
saqueo de Troya y le dice que como los propios perros que reciben comida de sus
manos, habían de arrastrar su mísero cadáver, bebiendo desde su sangre. Inútil
son las peticiones del anciano rey, pues, Héctor permanece firme y con el
corazón lleno de coraje. Héctor se siente culpable de no haber seguido los
consejos de Polidamante, el cual le aconsejó que trajera al ejército teucro a
la ciudad, la noche funesta en que el divinal decidió volver a la pelea. Por su
mente pasa la idea de devolver a Helena a los griegos así como las riquezas que
Paris traiga a Ilión; pero algo le dice que el único camino es el de pelear con
el glorioso Pelida. Cuando Aquiles se aproximó. Héctor se puso a temblar, y ya
no pudo permanecer allí, sino que dejó las puertas y huyó espantado. Entre
tanto, Zeus ha pesado el destino del caudillo troyano y ve que el hado decreta
su muerte; Atenea increpa a Zeus el que haya protegido de sobremanera al hijo
de Príamo, cuanto tiempo hace que el hado lo ha condenado a morir. Es entonces
que Zeus tiene que ceder a pretensión de la falaz Atenea, quien tomando la
figura Deífobo, el hermano predilecto de Héctor, se ofrece a éste para ayudarlo
combatir al Pelida. Caído en el engaño de Héctor se enfrenta a Aquiles, no sin
antes proponerle que quien salga victorioso, prometa entregar los restos del
vencido a su respectivo pueblo. El Pelida se niega y entonces cuando arroja su
lanza contra su odiado contendor el cual la esquiva con gran maestría; pero
Atenea la devuelve a Aquiles sin que Héctor, pastor de hombres, lo advirtiese.
El troyano lanza la suya, la cual da en el escudo del Pelida; con recita voz
llama a Deífobo y le pide una larga pica, pero advierte que éste ya no está,
por lo que comprende que Atenea lo ha engañado y que los dioses han decretado
su muerte. Héctor quiere morir con gloria y desenvainando su espada marcha
contra Aquiles. Ducho en el arte de la guerra, el Pelida busca el sitio más
vulnerable, y cuando lo tiene cerca, envasóle la pica, atravesándole el cuello,
asomando la punta del arma por la nuca. Luego insulta cruelmente, y rechaza
cruelmente sus súplicas de que sea respetado su cadáver. … - “ Por tu vida te ruego, y por tus
padres,/que en las naves aqueas no permitas/ que mi triste cadáver de los
perros/ hórrido pasto sea. Cuanto pidas/ de bronce y oro te darán mi padre/ y
mi madre infeliz, si les entregas, / para que los troyanos y troyanas/ le
quemen en la pira, mi cadáver… “(Edic, cit; Ibíd., pág. 280). La respuesta de
Aquiles deja expresar su odio hacia el troyano: … “– ¡No me supliques, / pero,
ni por mi vida, ni mis padres!/ ojalá, de furor arrebatado,/ a cortar en
pedazos me atreviera/ por mi mano tu carne,/y a comerla/ cruda: tales agravios
recibidos/ tengo de ti. No esperes que tu cuerpo/ nadie en el mundo defender ya
pueda/ de los voraces perros. Si diez veces, / veinte veces, mayor de lo que es
justo,/ un rescate me dieran aquí mismo/ trayendo las riquezas, y otras muchas/
me prometiesen; si tu anciano padre/ a peso de oro remedir quisiera/ tu cuerpo,
ni el consuelo así tendría/ tu infeliz madre de llorar al hijo/ de de sus
entrañas, en dorado lecho/ poniendo su cadáver; que pedazos/ antes le harán los
perros y los buitres…” (Edic, cit; Ibíd., pág. 280). Héctor exhala el último
suspiro, no sin antes advertitle que se guarde de atraer hacia él la cólera de
los dioses el día en que Paris y Apolo le den muerte. Aquiles quita al troyano
las armas, mientras los aqueos se apresuran a encarnizarse con el cadáver. Para
tratar ignominiosamente al divino Héctor, Aquiles le horadó los tendones de
ambos pies, desde el tobillo hasta el talón y le introdujo correas de pie de
buey y le ató al caballo de modo que la cabeza fuese arrastrando. Allí, frente
a su misma patria, Héctor fue ultrajado ferozmente. Príamo, Hécuba y Andrómaca
lloran la muerte del héroe.
CANTO XXIII:
Los griegos
arreglan el lecho funerario para las exequias de Patroclo, mientras la diosa
Tetis les excitaba el deseo de lloras. Aquiles pide a Patroclo que se alegre
aunque esté ya en el Hades, pues, tal como se lo prometió, ha traído
arrastrando el cadáver de Héctor que entregará a los perros par que lo
despedacen cruelmente. El alma de Patroclo se le presenta a Aquiles pidiéndole
que lo entierre cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades, pues,
las almas, que son imágenes de dos difuntos no le permiten la entrada. Le dice
además que su destino es también morir al pie de los muros de los nobles
troyanos. Por último le pide que deje ordenando que cuando muera, sus huesos
sean sepultados junto a los suyos, pues, juntos se criaron. (“la muerte de
Aquiles tuvo lugar en el campo de batalla en torno a Troya. Fue herido
mortalmente en el talón por un flechazo de Paris, apostado tras una columna,
aunque, según algunos, la flecha fue dirigida por Apolo”. Diccionario de la
Mitología Clásica; Alianza Editorial, Madrid – 1980; pág.74; Tomo I). Cuando la
despunta, aún Aquiles y sus huestes se hallan llorando al hijo de Menecio.
Conducido el cadáver a un lugar escondido por Aquiles, se construyó una gran
pira donde fue colocado el muerto, quien tenía en las manos la rubia cabellera
del Pelida, la cual habíase cortado par que lo acompañe al averno. Aquiles
degüella ovejas, canes, corceles y a los doce jóvenes troyanos capturados en el
Janto, y los arroja a la pira, siendo apagados sus restos con oloroso vino: …
“la pira pues, con oloroso vino/ apagaron, vertiéndolo en la parte/ a que llego
la llama, y la ceniza/ se aplanó toda. En doloroso llanto/ la faz bañada,
recogieron luego/ de oro macizo y puro en urna breve/ los huesos del antiguo
camarada, / a todos caro porque dulce y fácil/ pata con todos fue mientras
vivía:/ y a su tienda llevándola, con fino/ cendal allí cubierta la dejaron … “
(Edic, cit; Ibíd., pág. 290). Luego Aquiles dispone que se celebren grandes
juegos atléticos, combates, carreras de caballos, pugilatos y competencias de
carros donde participan aquellos que han sobrevivido a los diez años de la
horrenda guerra, como Meriones, Diómedes, Antíloco, Eumelo, Menelao, Ayax
Oileo, Nolmón y muchos más. ( “La Iliada” describe sólo los últimos 51 días del
último año de los diez que duró la guerra”. Nota del autor).
CANTO XXIV:
Disolvióse la
junta y los guerreros se dispersaron por las veloces naves, tomaron la cena y
se regalaron con el dulce sueño. Al recordar a su amado amigo, Aquiles ata el
cadáver de Héctor y lo arrastra hasta dar tres vueltas al túmulo del difunto
hijo de Menecio. Este enseñamiento se repite durante doce días, transcurridos
los cuales, Apolo pide a los dioses que aplaquen su rencor y ruega a Zeus que
mueva a compasión a Aquiles. Ya algunos dioses habíanse compadecido de la
suerte del cadáver de Héctor y habían instigado al vigilante Argifontes a que
hurtase el cadáver; pero no se llegó a realizar. Por orden de Zeus, Tetis
induce a su hijo a que entregue el cadáver de Héctor a cambio de su rescate.
Apolo y Afrodita han conservado intacto el cadáver del caudillo teucro. Zeus
envía a Iris en busca de Príamo par que le diga que se encamine a las naves de
los aqueos y rescate al hijo, llevando a Aquiles dones que aplaquen su enojo.
Hécuba se opone a que su esposo se presente ante sus ojos del hombre que le
mató tantos hijos. Hécuba le manifiesta su temor de que Aquiles no lo respete
en absoluto. Pero Príamo ya ha tomado una resolución y, ya entrada la noche, se
dirige al campo griego, portando dones. Antes, el anciano rey de la gloriosa
Ilión, había reprendido a sus hijos Héleno, Paris, Agatón, Pamón, Antífono,
Polites, Deífobo, Hipótoo y al conspicuo Dio, a quienes culpa de ser ruines y
malos hijos. Zeus ordena a Hermes que conduzca a Príamo a las naves aqueas, de
tal forma que ningún argivo lo descubra hasta que haya llegado a la tienda del
Pelida. Cuando el anciano rey de Troya llega a la tienda de Aquiles, éste se
hallaba acompañado de Automedonte y Alcino. Príamo entró sin ser visto y abraza
las rodillas del Pelida, invocando la imagen del Peleo para que el héroe acceda
a entregarle el cadáver de su hijo. Aquiles se conmueve ante aquel anciano que
tantos infortunios ha soportado y ordena que sea lavado y ungido el cadáver de
Héctor. Cuando el Pelida lo invita a su mesa, Príamo se niega, pero después
acepta para no irritar a su anfitrión. Comieron y bebieron juntos, mientras
Príamo admiraba la estatura y el aspecto de Aquiles, pues, el héroe parecía un Dios;
y a su vez, Aquiles admiraba a Príamo, contemplando su noble rostro y
escuchando sus palabras. Hermes acompaña a Príamo hasta cerca de Troya y vuela
luego al Olimpo. Casandra, hermana de Héctor, es la primera que logra divisar
el carro en que su padre trae el cadáver de su hermano, prorrumpiendo en
alaridos y gritando: … “- si otro tiempo, cuando Héctor victorioso/ volvía a
Troya de la guerra, alegres/ a recibirles todos y agolpados/ de la ciudad
salíais porque él era/ de Troya la alegría, su cadáver/ venid a ver ahora - …
“(Edic. cit. Ibíd., pág.311). ni un varón, ni una sola mujer, quedan dentro de
los muros , pues, todos salen a recibir al anciano infortunado. Insufrible
dolor oprime el alma de todos, y los lamentos y dilientes voces acompañan el himno
funeral. Príamo trata de consolar inútilmente a Helena, a quien todos los
troyanos consideran culpables de sus desgracias: … “- ¡Héctor! De todos mis
cuñados eras/ tú el que más amaba. Son corridos/ veinte años ya desde que Troya
vine,/ ¡ojalá que antes perecido hubiera!,/ mi patria abandono, y conducida/
por el hermoso Paris: pero nunca/ de tu boca escuche malas razones/ que
ofenderme pudieran; y si alguno/ de mis otros cuñados o cuñadas,/ o mi suegra
tal vez ( porque mi suegro/ siempre cual padre me trató benigno),/ con
injuriosas voces me insultaba,/ tú, con dulces palabras el enojo-/ suyo calmado
a contener la lengua/ le obligabas en fin. Por eso ahora, / en triste duelo el
corazón sumido, / a ti y a mí. ¡Infeliz!, lloro afligido. / Ya no me queda en la
anchura Troya/ más defensor ni amigo, porque todos/ sus moradores se detestan -
… “(Edic, cit, Ibíd., pág. 312). Durante nueves días, por orden de Príamo,
acarrean leña los troyanos. Llegada el alba del décimo día, se prende fuego a
la anchura pira, y se recogen luego los blancos huesos del héroe llorado.
Encerrados en una urna de oro los depositaron en el hoyo que cubrieron con
muchas y grandes piedras, y erigieron el túmulo, en la noche se reúnen los
troyanos para celebrar el banquete funerario en el palacio de Príamo. Tales
exequias rinden los teucros a Héctor, el domador de caballos. Terminaremos
diciendo que “La Iliada” es muy rica en símiles e hipérboles, de allí que
resulte conveniente dar algunos ejemplos: SIMIL:
… “… desvió la amarga flecha: apartóla del cuerpo como la madre ahuyenta una
mosca de su niño que duerme con plácido sueño…”;” ¿Por qué os hallo atónitos
como cervatos que, habiendo corrido por espacioso campo, se detienen cuando
ningún vigor queda en su pecho? “; “Como las olas impelidas por el Céfiro se
suceden en la ribera sonora y primero se
levantan en alta mar, braman después al romperse en la playa ye en los
promontorios, suben combándose a lo alto y se escupen la espuma, así las
falanges de los dánaos marchaban sucesivamente y sin interrupción ala combate”;
“ Los teucros avanzaban también, y como muchas ovejas balan sin cesar en el
establo de un hombre opulento, cuando, al serles extraídas la blanca leche,
oyen la voz de los corderos, de la misma manera elevábase un confuso vocerío en
el vasto ejército de aquellos”;” … cubrieron los ojos del guerrero, y éste cayó
como una torre en el duro combate”; “ y encogiéndose, se arrojó como el águila
se lanza en la llanura, atravesando las pardas nubes, para arrebatar la tierna
cordillera o tímida liebre”. HIPÉRBOLE: “ Regadas de lágrimas
quedaron las arenas, regadas de lágrimas se veían las armaduras de los
hombres”;” … saltó del carro al suelo sin dejar las armas, y tan terrible fue
el resonar del bronce sobre su pecho, que hubiera sentido pavor hasta un hombre
muy esforzad”;” Dio Aquiles un horrendo gemido, oyóle su venerada madre, que se
hallaba en el fondo del mar … “ son muchas la ediciones e investigaciones que
sobre las monumentales obras homéricas se han realizado a través de la historia.
Durante los siglos III y II antes de Cristo, Zenódoto de Efeso, Aristófanes de
Bizancio y Aristarco, publicaron sendas ediciones, depuradas mediante la
comparación de los manuscritos que circulaban por el mundo helénico. Éntrelos
investigadores contemporáneos, destacan Schwartz, Wilamowitz y Werner Jaeger.
Este último, refiriéndose a los héroes de “La Iliada”, afirma que éstos “ que
se revelan en su gusto por la guerra y en su aspiración al honor como
auténticos representantes de su clase, son, sin embargo, en el resto de su
conducta, ante todo grandes señores con todas sus preeminencias, pero también
con todas sus imprescindibles debilidades. No es posible ignorarlos viviendo en
paz. Pertenecen al campo de batalla. Aparte de ello, los vemos sólo en las pausas
de la lucha, en sus comidas, en sus sacrificios o en sus consejos” (“Pideia”;
Fondo de Cultura Económica, pág. 33).
OTELO

Como sucede con
casi todas las obras de Shakespeare, las fuentes argumentales de las cuales
obtuvo el asunto para escribir su “Otelo” son conocidas. Se trata de la sétima
novela del poeta y novelista ferrarense, profesor de Retórica, en Pavía,
Giovanni Battista Giraldo Cinthio, titulada “Un capitán Moro”, contenida en sus
“Hecatommithi”, o cien cuentos en prosa, a la manera de Bocaccio y Badello. (
Indirectamente, este mismo autor había de proveerle también de inspiración para
otra obra suya:” Medida por medida”, ya que el argumento de esta comedia halló
Shakespeare en “Promos y Casandra”, que es la versión escénica que de la novela
octava hizo Goerge Whetstone en 1578). Solamente el nombre de Desdémona figura
en la novela de Cinthio; por otro lado le busco otro fin a la infortunada mujer
del moro: en la novela del italiano, muere en presencia de Otelo, pero a manos
del alférez, porque así se lo había pedido aquél, y su muerte es un terrible
final, puesto que sucumbe a los golpes que el alférez le asesta con una media
llena de arena. Para dar aquel crimen apariencias de accidente, dejan caer
sobre al cadáver de Desdémona las vigas del techo y que han debido arrancar
para tal fin, pesadísima mortaja. Otelo termina sus días en la cárcel, mientras
que el alférez (el Yago de Shakespeare) es víctima de la venganza de los
parientes de Desdémona, que para arrancarle la confesión de otros crímenes que
intentó cometer le aplican el tormento. Como veremos más adelante al ver el
argumento, resulta claro que el genial dramaturgo inglés se apartó de la
versión original, para imprimirle el sello personal de su genio. Esta tragedia
de cinco actos en verso y prosa, no se libra del fantasma que significa
determinar el año de su composición; pero lo que sí resulta simple de determinar
es la fecha de su aparición en público: 1 de noviembre de 1604. La obra se
inicia en la calle de Venecia, donde Yago, alférez de Otelo, moro al servicio
de la república, confiesa a Rodrigo, caballero veneciano, el odio que siente
hacia Otelo, porque éste ha elegido al florentino Miguel Casio como teniente
suyo, cuando aquel cargo debería corresponderle a él. Para Yago, Casio es un
ignorante en todo lo que se refiere a los menesteres bélicos, en cambio él se
considera ducho en la materia, ya que por algo no ha derramado tantas veces su
sangre, en Chipre, en Rodas y en otras mil tierras de cristianos. Si Yago sigue
al servicio del moro no es por agradecimiento ni por cariño, ni por obligación,
sino por interés. Incitado por el infiel alférez, Rodrigo a casa de Brabancio,
padre de Desdémona, para manifestarle que ésta se ha ido con Otelo. Brabancio
no puede creer lo que Rodrigo le manifiesta; pero cuando acude a la habitación
de su hija y no la encuentra, no le queda más remedio que aceptar su desgracia.
Brabancio, acompañados de sus hombres, inicia la búsqueda de los amantes. En
otra calle no lejana, Yago dice a Otelo que estuvo a punto de traspasar con su
espada al viejo Brabancio porque éste dirigía graves acusaciones contra él por
el hecho de haberse robado a su hija. Otelo confiesa que sus servicios al
senado y a la república, le servirán para contrarrestar cualquier acción que
Brabancio dirija contra él. Casio aparece y manifiesta a Otelo que el Dux(
autoridad de Venecia) desea verlo enseguida, pues, hay noticias alarmantes de
Chipre. Cuando se dirigen donde el Dux, son interceptados por Brabancio y sus
hombres. Brabancio lo llama ladrón y se produce un conato entre Yago y los
hombres de Brabancio, el cual es apaciguado por Otelo: … “Envainad esos aceros
vírgenes,/ porque el rocío de la noche/ podría violarlos./ venerable anciano,,
vuestros/ años me vencen más que nuestra espada”. Las palabras de Otelo no
mitigan la furia que embarga a Brabancio quien lo acusa de haber hechizado a su
hija perturbándole el juicio. Todos se dirigen donde el Dux quien junto a los
senadores se halla en consejo. En la sesión se discute sobre el peligro que
acecha a Chipre por una armadura turca que navega amenazadoramente hacia sus
costas; el temor acrecienta porque Chipre se encuentra enteramente
desguarnecida. La sesión se ve interrumpida por la aparición de Brabancio,
Otelo, Yago y Rodrigo. Ante la acusación de Brabancio, Otelo se limita a
contestar: … “Mandad a buscar a mi esposa,/ que está a bordo del “Sagitario”./
Ella sabrá defenderme y contestarle/ a su padre. Y si después de oírla/ me
condenáis, no sólo despojadme/ del mando que me habéis confiado, / sino
condenadme a dura muerte”. (“Obras inmortales” – Shakespeare, Editorial
E.D.A.F. –Madrid, pág. 551). Aparece Desdémona y con su declaración hecha por
tierra la esperanza que su viejo padre alberga en su ser: … “Padre mío, dos
obligaciones contratarías/ tengo: vos me habéis dado el ser y la/ crianza, y en
agradecimiento a uno/ y otra debo respetaros y obedeceros como hija. / Pero
aquí veo a mi esposo, y creo/ que debo preferirle, como mi madre/ os prefirió a
su padre, y os/ obedeció más que a él. / el moro es mi esposo y señor”. (Edic,
cit, Ibidem; pág. 552). La desilusión de Brabancio es evidente en sus palabras:
… “¡cuánto me alegro de no tener más hijos!/ Porque después de tu fuga/ yo les
hubiera encarcelado/ y tratado como tirano”. El Dux ordena a Otelo que debe partir en el acto a combatir
a los turcos. Desdémona quiere acompañarlo por lo que el moro dispone que sea Yago
y sus esposa quienes les lleven a Chipre. Antes de retirarse, Brabancio lanza
unas palabra hirientes contra Otelo: …”Moro, cuídate de esta mujer, / pues, si
engañó a su padre/ que no hará con su marido”; pero el moro le contesta que con
su vida responde por la fidelidad de su esposa. A Yago la oportunidad vengarse
del moro, a quien aborrece sobre todo porque su susurra que enamoró a Emilia,
su mujer, no puede presentársele más propicia. Conocedor del amor apasionado
que Rodrigo siente por Desdémona, le hace abrigar esperanzas de que ella será
suya, gracias a un plan que tiene trazado: éste, a cambio, le dará mucho
dinero. También si maquiavélico plan incluye a Casio, ya que piensa envenenar
la mente de Otelo insinuándole que es muy sospechosa la amistad de Casio con su
mujer. Concluido su plan habrá logrado matar dos pájaros de un tiro. En un
puerto de Chipre, Montano, gobernador de Chipre antes que Otelo, recibe la
noticia de que la fuerte tormenta ha dispersado las naves turcas, naufragando
la mayor parte de los barcos. Casio llega a Chipre anunciando la pronta llegada
del moro y de su esposa. Esta última llega acompañada de Yago y su mujer. En
una conversación Yago deja escapar su opinión sobre las mujeres: … “Sí, sí,
sois miniaturas en la calle,/ y cascabeles sois en el estrado,/ y sois en el
hogar gatos monteses:/ santas hiriendo, diablos ofendidas;/ risas os causan
domésticas faenas./ al par que os causa seriedad el lecho”. Llega Otelo a
Chipre y con profunda alegría besa a su mujer y saluda a antiguos amigos
residentes allí. Yago convence a Rodrigo que pronto Desdémona abandonará al
moro para enredarse con Casio, y que por eso hará que éste se emborrache y es
entonces cuando Rodrigo, fingiendo cualquier motivo, deberá pelear con Casio,
quien seguramente será destituido de sus cargo por perturbar la paz pública.
Una disposición de Otelo, que ordena una gran celebración por la destrucción
completa de la armada turca, facilita los planes de Yago. El plan de Yago da
resultados, pues, Casio en su curda ataca y hiere a Montano. Otelo, enterado de
la gresca, destituye de su cargo a Casio. A colas, Yago convence a Casio para
que solicite a Desdémona interceda por él ante el moro, ya que ella lo domina,
pues, el moro está encantado y absorto en la contemplación de su belleza. Así,
el pérfido alférez del moro, sigue el desarrollo de su plan: … “procurando que
este necio/ busque la intercesión de Desdémona, / para que ella ruegue al moro/
a favor de él./ Y entre tanto yo destilaré torpe veneno/ en los oídos del moro,
persuadiéndole/ que Desdémona pone tanto empeño/ en que no se vaya Casio/ para
conservar su ilícito amor./ Y cuanto ella haga por favorecerle,/ tanto más
crecerán las sospechas/ de Otelo. De esta manera convertiré/ el vicio en
virtud, tejiendo/ con la piedad de Desdémona/ la red en que ambos van a caer”.
(Edic, cit, Ibidem; pág. 575). Casio se entrevista con Desdémona y ésta le dice
que no ha de desistir en sus súplicas hasta que Otelo le restituya su empleo.
Mientras tanto Yago deja caer en el alma del moro la sospecha que Desdémona lo
engaña con Casio. Muy sutilmente, Yago le recuerda que “a su padre engaño por
amor tuyo”, esto se refuerza con las palabras de Brabancio que parecen resonar
en la mente de Otelo: … “Moro, cuídate de esta mujer,/ pues, si engañó a su
padre/ que no hará con su marido”. Emilia, la mujer de Yago, consigue el
pañuelo de Desdémona, primer regalo del moro, y se lo da a su marido, ignorante
de lo que éste trama. Cuando el moro, ya poseído por el mounstro de los celos,
exige a Yago pruebas evidentes sobre la infidelidad de su mujer, éste le
manifiesta que en poder de Casio se halla aquel pañuelo bordado que él le
regalará a Desdémona en prueba de su amor; a partir de ahí, al alma del moro
clama sangre. Otelo se encuentra con su mujer y finfiendo un resfriado,
solicita a ésta que le dé el pañuelo que le regaló, el cual Desdémona replica
pidiendo al africano que acceda a su petición sobre la restitución de Casio.
Otelo marcha enfurecido y Desdémona que desconcertada por la escena acontecida,
por otro lado, Casio entrega a su querida, Blanca, el pañuelo de Desdémona que
Yago ha dejado en su habitación: … “¿De quién es? Lo ignoro. / En mi cuarto lo
encontré, y porque/ me gustó la labor quiero que me lo copies, / antes que
vengan a reclamármelo. / Hazlo, bien mío, te lo suplico. / Ahora vete”. La
última prueba que Otelo necesita para que el veneno de los celos como raudal de
lava, abrase sus entrañas, se la da Yago en una conversación con Casio; Otelo,
escondido muy cerca de donde ellos se encuentran, logra oír como Casio ríe y se
expresa grotescamente de una mujer que Otelo cree que es Desdémona; pero de
quien Casio se expresa así, no es otra que Blanca, su querida, una prostituta
enamorada del teniente. Para beneplácito de Yago, que magistralmente había
preparado la ambigua conversación, aparece Blanca quien devolviéndole el
pañuelo a Casio, le increpa que aquél debe ser de una de sus amantes. Otelo
logra así disipar el último ápice de duda que tenía sobre la fidelidad de
Desdémona. La llegada de Ludovico, primo de Desdémona, a Chipre, portando una
carta del Dux en la cual le indica al moro que debe regresar a Venecia en el
acto dejando a Casio a cargo del gobierno de Chipre, enfurece a Otelo quien
trata acerbamente a Desdémona delante de todos. Aún a solas el ataque del moro
a su desconcertada mujer se hace más lacerante: … “¿Por qué en tan bello libro,
en tan blancas hojas,/ sólo se puede leer esta palabra: ramera?/ ¿Qué delito es
el tuyo, me preguntas?/ Infame cortesana, si yo me atreviera/ a contar tus
lascivas hazañas,/ el rubor subiría a mis mejillas/ y volaría en cenizas mi
modestia./ ¿Qué delito es el tuyo?/ El mismo sol, la misma luna se escandalizan
de él,/ y hasta el viento que besa cuanto toca/ se esconde en los más profundos
senos de la tierra por no oírlo./ ¿Cuál es tu delito? ¡Infame meretriz!”.
(Edic, cit, Ibidem; pág. 608). Emilia manifiesta a Desdémona sus sospechas de
que el moro ha sido engañado por algún bribón despreciable como el que engatusó
a Yago haciéndole creer que ella tenía amores con Otelo. Esta confesión delante
de Yago nos revela que las sospechas que éste abriga sobre la autenticidad del
rumor de un romance entre el moro y Emilia son irrefutablemente falsos. Rodrigo
por otro lado se revela contra Yago a quien acusa de haberlo timado; a través
de esta conversación, nos enteramos que Rodrigo ha dado Yago muchas joyas y que
el destino de las mismas era Desdémona; pero como esta jamás se realizó y todo
no ha sido más que un dolo, Yago se da cuenta que ha llegado el momento de
eliminar a Rodrigo. La mejor forma sin duda será enfrentar a éste con Casio: …
“Ahora, que mate a Casio/ o que Casio le mate a él, / o que se maten ambos, /
por cualquier camino salgo ganancioso. / Si sobrevive Rodrigo, me requerirá/
para hacerle restitución del oro/ y las joyas que le he sonsacado/ con el
pretexto de presentes a Desdémona. / Esto no debe ser. Si Casio subsiste. / Hay
en su vida una hermosura/ cotidiana que hará fea la mía; / y, además, el moro
podría/ desenmascararme ante él. / Me hallo en gran peligro. / No; debe morir”
(Edic, cit, Ibidem; pág. 617). Aprovechando la oscuridad de la noche, Rodrigo,
por orden de Yago, ataca por sorpresa a Casio para herirle de muerte; falla en
su intento y es Casio quien lo hiere. Pero de inmediato, entre las tinieblas,
surge la espada de Yago quien atraviesa la pierna del teniente. La fortuita
aparición de Graciano, hermano de Brabancio, y de Ludovico, evitan que Yago
vuelva a embestir contra Casio; pero Rodrigo no tiene la misma suerte, pues, es
apuñalado por el malvado alférez. Casio no ha podido ver a sus atacantes, por
lo que Ygo se libra de ser descubierto. En su alcoba, Otelo acosa a Desdémona
con acusaciones que ésta rechaza hasta el último momento en que el moro la
estrangula. Cuando la bella hija de Brabancio está agonizando, aparece Emilia
quien desenmascara a Yago, que al no lograr que ésta calle, la mata y huye;
pero Montano y Graciano logran capturarlo. Otelo desesperado al descubrir que
ha sido víctima de los embustes de Yago se suicida. Ludovico ordena a Graciano
hacer inventario de los bienes del moro, pues, es su heredero, y, a Montano le
pide castigue con crueldad al maligno Yago. Así mismo, considera que es mejor
que Brabancio haya muerto ya, después de la boda de su hija, sino en esos
momentos maldeciría hasta a su ángel de la guarda, provocando la indignación
del cielo. Shakespeare, que profundizó en todos los sentimientos humanos, logra
aquí una de sus más grandes obras, sólo comparable a “Hamlet”, “Macbeth” o “El
rey Lear”. Es interesante resaltar algunas acotaciones de gran interés en esta
tragedia. Primero, el importantísimo papel que tiene Yago, el refinado ejecutor
de una venganza, que teje, con arte depurado y demoniaco, las redes en que cae,
lenta y seguramente, Otelo, su jefe y hombre superior a él en todo sentido, a
quien sólo así, mediante la traición oculta y aviesa, puede derrotar; Yago es,
sin lugar a dudas, el centro nervioso que hace moverse a la obra, que provoca
la acción, la cultiva y la alimenta como un fuego monstruoso que terminará
quemándolo también a él mismo. En el centro mismo de la obra vemos el accionar
de Yago, como un veneno o ácido que constantemente roe, carcome, deteriora con
gran habilidad el noble material de que está hecho Otelo. La tragedia está estructurada
mediante este proceso de acosamiento, de verdadera cacería humana que realiza
Yago en la persona de Otelo, principalmente, pero que también causa males a
otras personas: Desdémona, Casio, Emilia, Rodrigo, Segundo, que la furia de
Yago no pareciera inmotivada: Otelo, en verdad, había cometido una injusticia
al preferir como principal asistente a un hombre como Casio, cuyo conocimiento
de las artes de la guerra es artificial; un hombre bueno y leal, pero que
desconoce, a diferencia de Yago, la práctica de guerra. Tercero, que Brabancio
combate denodadamente, al comienzo de la obra, el matrimonio de su hija con
Otelo, no tanto porque éste sea un moro, de “distinta condición” que los nobles
venecianos, sino porque no puede tolerar que su hija haya pasado por encima de
su autoridad de padre y se haya atrevido a fugar con Otelo. Es tanta
indignación, que habiendo sido amigo del moro a quien invitaba constantemente a
su casa, no puede vencer la vanidad de su autoridad de padre ultrajada y
rechaza la conciliación que se le propone en el senado. Por último, se ha dicho
infinidad de veces que “Otelo” es la tragedia de los celos; pero quizá con
igual fuerza pudiera afirmarse que es la tragedia del resentimiento. Otelo
pudiera ser el arquetipo del hombre ofuscado, envenenado por un factor
exterior, y que manifiesta su reacción en forma abierta. Yago es el resentido
que siente descomponerse su sangre en una ira que no tiene la valentía de
expresar a gritos, y debe destilarla en el alambique de su odio, dejándola pasar
gota a gota, cautamente, acción tras acción, pero disfrazada de luz y humildad,
en la redondez pequeña del globo líquido que parece inocuo y encierra, sin
embargo, toda la fuerza destructora de su aversión.